La rabia del garbanzo y el amor

El mes de febrero es el mes que, por san Valentín, celebramos el amor. ¿Se puede relacionar la enfermedad de un vegetal con el amor? Parece que sí.

El garbanzo es un cultivo que aún perdura en Extremadura y, la Rabia, una de las enfermedades que le afectan. Aparece ésta en primavera, después de unos días de lluvia y otros seguidos de sol; y, para impedir que se adueñe del garbanzal, está recomendado visitar los campos con frecuencia y aplicar un terapéutico, cuando se vean las primeras manchas que la delatan.

Ahora es primavera y las parcelas de cultivo forman un inmenso mosaico sobre los alcores de La Campiña Sur de Extremadura. Pasear por sus veredas es como entrar a un espectáculo y pasar del aburrimiento a la emoción: el viento del Guadalquivir o del Guadiana ‑que ésta es una tierra donde nacen fuentes a uno u otro río‑ llega cargado de vilanos que se pegan, obstinados, a la ropa; bandadas de coleópteros de color esmeralda revolotean por entre las flores amarillas ‑mi amigo Pedro del Estal, que habla las lenguas de los insectos, dice que se llama «Psilothrix viridicoerulaea»‑; y el cielo, lleno de cantos y piruetas de pájaros, recuerda la alegría que, de súbito, se forma a la salida de una escuela.

Buscando referencias antiguas sobre La Rabia, me topé con uno de los episodios más hermosos de la historia de nuestra cultura: transcurría el siglo X y Abderramán III, que había fundado en Córdoba la primera academia de medicina, deseaba poseer un ejemplar del libro De materia médica, un tratado de botánica escrito en el siglo I por el griego Dioscorides, en el que se indica la utilidad de numerosas plantas contra las enfermedades del hombre. En un intercambio de embajadores, el emperador de Bizancio le regala al califa un ejemplar del pretendido libro, y éste, inmediatamente, ordena que se traduzca al árabe; pero al comenzar la tarea, los lingüistas comprueban que pueden transcribir todo el texto menos el nombre de las plantas, que desconocen. Abderramán III pidió de nuevo ayuda al emperador, y éste le envió al monje Nicolás, que resolvió el problema y vivió felizmente en la ciudad de Córdoba hasta el final de su vida.

Mucho me temo que la humanidad no haya dado suficientes gracias al monje Nicolás por habernos permitido leer párrafos tan sugerentes como éste: «Majados los garbanzos con miel y aplicados en forma de emplasto, tienen gran poder de mundificar y deshacen todas las manchas del rostro. Engendran los garbanzos muchas ventosidades y son productivos de esperma, por donde no es maravilla que inciten a fornicar».

Contaba mi madre que su tío abuelo, que era canónigo en el cabildo catedralicio de Badajoz, andaba siempre en alabanzas de los cocidos de garbanzos de su hermana Isabel; pero ésta, mujer culta y recatada, y conocedora del Dioscórides, no hacía sino prometérselos ‑forma elegante de darle largas‑, para así ‑creía ella‑ evitar la promiscuidad del clérigo.

La ciencia no ha probado todavía ‑al menos, no tengo yo noticia de ello‑ la relación del garbanzo con la lujuria; pero Gumersinda, la mujer que curaba el “Mal de ojo” en mi pueblo, me contó un día que la mujer de Amador ‑la bruja oficial de la comarca‑ hacía unos cocidos con los garbanzos que se dejaban en el campo por haber “rabiado”, con los que, quien los comía, “rabiaba de amor”.

—¡Ah, ese es el origen verdadero del nombre de Rabia que dan los labradores a esta enfermedad del garbanzo! —pensé—.

Ahora, no sé yo muy bien si la Gumersinda y su amiga habían deducido, sólo por el nombre, que si se comen garbanzos “rabiados”, se “rabia de amor”; o es que, con igual intuición con la que el hombre desvela la verdad oculta de las cosas ‑lo sagrado‑, las brujas de mi pueblo han descubierto, de verdad, que en esta enfermedad del garbanzo está escondida “la Viagra” que el Creador puso en el Paraíso.

 

La Rabia del garbanzo es una enfermedad que, durante muchos años, fue un terrible enemigo de los agricultores, al arruinar las cosechas de esta leguminosa.

delmoraldelavega@yahoo.es

 

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