Diario de un aficionado cinéfilo, 09b

A pleno sol, visionada el 13 de junio. Película francesa de 1960 (de casi dos horas de duración), en la que el director René Clément se vale del guión elaborado por Paul Gégauff (basado en la novela de Patricia Highsmith), con música de Nino Rota (el mismo de La strada), para mostrarnos a Tom Ripley (Alain Delon), un caza fortunas con una gran capacidad calculadora que, al verse despreciado, no cejará en llevar a cabo su plan. Es enviado a Europa, por el señor Greenleaf, para buscar a su hijo Philippe Greenleaf (Maurice Ronet), un playboy mimado, y llevarlo de vuelta a EE UU; por lo que recibirá cinco mil dólares. Philippe engaña a Tom fingiendo que está decidido a volver, pero no tiene ninguna intención de dejar a su prometida Marge Duval (la hermosa Marie Laforêt; cantante y actriz a partes iguales), ni de cumplir los deseos de su padre, pues prefiere llevar una vida de disipación y de juergas continuadas en el sur de Italia antes que regresar a su país.

Es un maravilloso thriller ‘suspense’ policíaco y dramático (de 115 minutos de duración) en el que Alain Delon regala una legendaria encarnación de amoral comportamiento con tal de saciar su arribismo y sus ambiciones. Es una de las películas que más contribuyó a afianzarlo como mito erótico. Esta obra escarba en las profundidades de la condición humana, recreando convincentemente la desidia, la frivolidad, el hedonismo y el materialismo de la clase adinerada (sociedad en la que desea ingresar perentoriamente el maquiavélico Tom Ripley), mediante una apropiada música y una excelente fotografía: paisajísticamente, muchos de sus planos podrían componer un magnífico documental sobre pintorescos pueblecillos pesqueros del Mediterráneo. La isla de Ischia Ponte fue escenario de las escenas del mediterráneo italiano. Hay dos secuencias de suspense muy bien trenzadas: la acontecida en el velero de Philippe y la que transcurre en el apartamento alquilado por Tom, que es casi hitchcockiana.

A pleno sol tiene todas las virtudes y encantos del cine de principios de los años 60: un cine clásico pausado y sin sofisticaciones ni trucos digitales; una excelente fotografía con unos exteriores de un gran valor histórico, que reflejan la sencillez de la vida y costumbres de los pueblos y ciudades mediterráneas de aquélla época; la escena final que nos devolvió toda la realidad de este vil personaje, muy guapo, pero con muy malas entrañas; y que nos sorprendió a todos, aunque la anhelábamos como agua de mayo… También nos sirvió para ver escenas y diálogos censurados por el régimen franquista, ya que la visionamos completa, en la nueva versión original con subtítulos en español; pues, aunque pareciesen (en aquel tiempo) escenas escabrosas y un tanto fuertes (en lo que al sexo o su vocabulario se refiere), vistas ahora, con lo que se hace y se emite en cualquier película o serie televisiva, parece ridículo que se censurara… Claro: era la moral de la época; ahora tenemos otra nueva moralidad (que en momentos o acciones roza la inmoralidad o amoralidad), pero a la que llamamos moral vigente. Ya la historia nos juzgará, también a nosotros, mediante el revisionismo histórico: ver con mentalidad del momento presente lo que la cultura y modo de pensar del ayer veían de otra manera.

Además, tuvimos el regusto de ver la Roma caótica de entonces (de coches y tráfico), donde se podía cruzar por cualquier parte, aunque con peligro de atropellamiento; y escenas del mar Mediterráneo con sus gentes, sus procesiones, sus palacios en decadencia, que la nueva progresía o clase adinerada, que venía desde San Francisco, podía usar a su antojo… Es un buen ejemplo de cómo funciona la gente rica, que no ha dado nunca palo al agua y que sólo sabe vivir con dinero y acompañantes que le rinden honores, servicio y/o pleitesía. Así se siente (y siempre se ha sentido) esta clase social: reconfortada; ya lo dijo Francisco de Quevedo: “Poderoso caballero es don dinero…”.

En definitiva, es una buena película de crimen calculado, ocultamiento y trama de suspense, muy superior en estética, arte, iluminación y narración entendible a su reposición estadounidense de 1999. La intriga alcanza hasta el final, creando una gran atmósfera de thriller para que el espectador siga con indiscutible interés el paulatino e inteligente enrevesamiento de la trama, sin obstaculizar la verosimilitud de su desarrollo.

Cuando salimos, a las diez de la noche, comprobamos que el termómetro de la calle Nueva marcaba 28 grados: era el anuncio del calor veraniego que ahora estamos padeciendo, premonitorio del “calor” mostrado en la película que he comentado.

 

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