Juego para literatos

Una de las actividades que nos propuso la periodista Olga Merino (Perros que ladran en el sótano, edit. Alfaguara), en el curso al que asistí el año pasado en el Ateneo de Barcelona, era un juego para literatos. Nos preguntaba que si, por uno de esos raros caprichos del destino, tuviéramos que elegir entre no volver a escribir una sola línea o no leer un libro nunca más, ¿qué elegiríamos? La mayoría respondimos, casi sin pensarlo, que «seguir leyendo» y ella estuvo de acuerdo: opinaba que dejar de leer significa la muerte instantánea. También decía que prescindir de la lectura es como intentar respirar en un mundo sin oxígeno. Nos contó que, tras ganar el premio Nobel, Mario Vargas Llosa dijo una frase sencilla y certera que causó admiración entre los asistentes: «Lo más importante que me ha pasado en la vida ha sido aprender a leer».

Los sueños son mucho más grandes que la vida, y en la vida siempre quedan cosas por hacer. Después de tantos años de lucha y estrecheces, me he convertido en un perro solitario que pasa los días rastreando nostalgias y recuerdos, rodeado de libros. No lamento mis posibles infortunios ni presumo de los escasos logros conseguidos: hago deporte, bebo algo, fumo poco, escucho canciones antiguas y me paso leyendo las horas muertas. Así dejo pasar el tiempo y me hago viejo.

Conocí hace unos años a dos señoras muy mayores, dueñas de una preciosa librería en la calle Mariano Cubí, no demasiado lejos de mi oficina; se llamaba “La jaula de papel”. Una de ellas, Mercedes, llegó a conocerme tanto… que, con frecuencia, me llamaba por teléfono para aconsejarme algún libro nuevo que había recibido. Encontré, en Mercedes, un alma gemela en cuestiones literarias, que conocía mejor que yo mis preferencias. Ella me recomendó leer a Manuel Chaves Nogales, uno de los autores a los que profeso verdadera devoción: sevillano, director de Ahora, diario afín a Manuel Azaña, de quien Chaves se confiesa partidario. Empecé leyendo El maestro Juan Martínez que estaba allí y tuve la sensación de que era la historia que me hubiera gustado escribir alguna vez. Luego compré Juan Belmonte, matador de toros, y A sangre y fuego que trata de la Guerra Civil española.

Permitidme una cita: …no fue una guerra entre dos Españas, como creyeron muchos, siguiendo la idea de hombres tan perspicaces como Machado o Unamuno, sino la determinación de dos Españas minoritarias y extremas para acabar con la otra: con la mayoritaria tercera España en la que podían haberse integrado gentes de toda condición, edad, clase e ideología, excluyendo de ella a aquellas otras dos, la fascista por un lado, y la anarquista, comunista, trotskista o socialista radical por otro.

No me digáis que esta tercera España no se parece como una gota de agua, a la que en la actualidad paga la crisis y soporta la amenaza de los nacionalismos. Para mí, Chaves Nogales es un ídolo; leerlo es un remedio para las preocupaciones, una agradable compañía que me libera del aburrimiento, y un rayo de luz y de esperanza.

A lo largo de mi vida, he comprado muchos libros a la espera del día en que, sintiéndome solo y mayor, me pudiera refugiar en su lectura. Cuando encuentro alguno que es como una media naranja sentimental no me siento solo ni tengo la sensación de que pierdo el tiempo. Los libros son esos amigos del alma que, en ocasiones, también me hacen reír. ¿Os cuento una historia para finalizar?

Hasta finales del siglo XIX, el contenido del Génesis era aceptado como una verdad literal e incuestionable: Dios había creado el mundo en seis días y nuestros primeros padres eran los dos ejemplares más hermosos de la raza humana; o sea, Adán como Richard Gere y Eva como Ornella Muti, salvando las naturales distancias. El arzobispo Ussher y el doctor Lightfoot, de la Universidad de Cambridge nada menos‑, hicieron sus cálculos y fecharon la creación del mundo exactamente a las nueve de la mañana del 23 de octubre del año 4004 antes de Cristo y esta barbaridad se imprimió en numerosas biblias. Viaje de un naturalista alrededor del mundo, de Charles Darwin.

El fanatismo y la ceguera conducen a situaciones irracionales de las que, seguramente, sólo puede salvarnos la lectura. Cuando encontramos a alguien leyendo un libro que nos ha gustado, sentimos un afecto instantáneo por aquella persona. ¿Verdad que sí?

Barcelona, 25 de octubre de 2013.

roan82@gmail.com

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