Diario de un aficionado cinéfilo, 06

Voy a comentar mis impresiones sobre la cuarta edición del ciclo “Los imprescindibles”, programado para el mes de marzo por el Cineclub El Ambigú, con la colaboración del Ayuntamiento de Úbeda. Como indicaba el programa, editado a tal efecto, «son (tres) grandes películas que deberías ver al menos una vez en la vida» y encima gratis…: las dos primeras, en versión original con subtítulos y la tercera, en español…

Cuentos de la luna pálida de agosto (que se vio el día 7). Originariamente se titula “Cuentos de la luna pálida después de la lluvia”. En todo caso, se refiere a la guerra y sus múltiples y nefastos avatares (con perversos efectos directos, indirectos o colaterales: violaciones, muertes, dislocaciones familiares, ansia desmedida de poder, dinero, fama, ¿honor?, etc.). Verdaderamente, una vez que acabas de visionar la película, que es triste por cierto, te das cuenta de que, en verdad, también es muy reveladora, educativa y filosófica; pues viene a subrayar que los sueños masculinos de juventud, especialmente los de los dos maridos campesinos sobre los que se centra la historia, son siempre ambiciosos por querer ganar más y más honores, dinero, fama, aventuras…; mientras que ambas esposas son más lucidas en sus apreciaciones, ya que saben lo que quieren: ser felices en sus matrimonios y en su ambiente vital normal, aunque no se tenga tanto dinero ni se sea tan importante; por eso, ellos obligan a ambas familias a marchar a la búsqueda de “su Dorado”, hasta que, tras sinsabores y malos tragos, encuentran lo que las mujeres ya habían querido tener desde el principio…

Es una película de entreguerras del antiguo Japón, basada en una leyenda del siglo XVI, que he visionado en su idioma original por ir escuchando la propia sonoridad (dulce y amarga a la vez, según los momentos y los personajes), de su exótico idioma. La banda sonora está compuesta de música folclórica japonesa, con sus instrumentos típicos, y sus canciones melancólicas que evocan sensaciones telúricas, tristes y antiguas. Su tempo cinematográfico es lento y característico. Comienza y acaba con el mismo plano, pero al revés: barriendo lentamente la cámara un paisaje que empieza en las montañas para fijarse en la casa‑cabaña donde están sus principales personajes, y viceversa; como queriendo decir: «aquí acaba la historia, a ver si vosotros, inteligentes espectadores, habéis aprendido todo lo que os he mostrado…». Eso parece querer decirnos el director (Kenji Mizoguchi) de esta magnífica obra, clásica del cine nipón (de 1953), algo deteriorada (ya nos lo advertía al principio en un fotograma); que hace aún más didáctica su enseñanza, mediante una sugerente y cuidada fotografía en blanco y negro que muestra explícitamente escenarios rurales y vidas corrientes de la gente, con escenas que confunden al espectador gracias a la creación de una atmósfera envolvente, tocada de irrealidad…

París, bajos fondos (proyectada el 14 de marzo). Como no podía ser de otra manera, esta película es una historia de una verdadero y auténtico amor, del que se dice (siempre) que no existe en la vida real y que es de novela; pero que yo creo (por el contrario) que, a veces, como la realidad supera a la ficción, este amor fue real y verdadero (al menos para mí, durante el tiempo que he visionado la película). Y como es un amor tan intenso, el hampa y sus secuaces, hacen lo imposible para que no perdure…

Es la historia de una banda de delincuentes (en el París de 1900), organizada y comandada por Félix (Claude Dauphin), que hace y deshace cuanto quiere y como quiere (con connivencias con el comisario de policía), que lleva una vida en apariencia decente, de ciudadano de bien; pero donde se entrecruzan deseos y anhelos, amores y pasiones, especialmente hacia y por la bella protagonista, la rubia prostituta Marie (Simone Signoret), que encuentra el verdadero amor en un carpintero, Meca (Serge Reggiani), quien le robará el corazón al compartir momentos felices. Luego, todo se irá precipitando, como era de esperar, entre gente de mal vivir…

El mundillo del hampa; los bailes de la época en las fiestas (muy apretados y moviditos); los coches de caballos; el característico pan de pueblo, el de antiguamente, cortado a rebanadas grandes; el vicio que anida en los corazones y en las vidas de cualquier malvado delincuente; el amor desenfrenado y pasional de Marie y Meca… hará vivir a cualquier aficionado cinematográfico, durante 89 minutos, una ilusión amorosa (rodada en 1952), que el director Jacques Becker nos sirve con todos sus ingredientes cinematográficos de la época: blanco y negro, planos cortos y sugerentes, largos (de conjunto, fiesta o campestres), duelos y pendencias, escenas de amor sugerido… Y el mundo de la prostitución, finamente retratado, que ya está presente, desde el principio, mediante el desparpajo del comportamiento femenino y la chulería y bravuconería masculina…

La torre de los siete jorobados, que se debía haber proyectado el 21 de marzo en el Hospital de Santiago…; pero que, según me ha contado Andrés Ruiz, al recibir una llamada de la presunta Sociedad de Autores (?) en la que le pedían el pago de 300 euros, en concepto de canon por exhibirla en el cine club, no se hizo. Al alegarle que todas las películas se ven siempre, sin ánimo de lucro, puesto que no se cobra nada por su asistencia, empezaron a chalanear, argumentando que sí se debía de proyectar, pues la cultura no debería marginarse…; pero que, en todo caso, le pagase solo 150 euros. Ante tan improcedente comportamiento, decidió no proyectarla ni pagar nada. El regateo y la intimidación provocaron, en el presidente del Cineclub El Ambigú, que se rebelara no consintiendo el chantaje; para ello, ya tenemos todos los casos de presunta ‑o no‑ corrupción que pueblan nuestros telediarios y medios de comunicación… No sabe Andrés cómo se enteraron, pues llamaron por teléfono al Hospital de Santiago que, a su vez, le facilitó el suyo, por lo que, en buena lid, resolvió el asunto suspendiendo la función de La torre de los siete jorobados.

No obstante, como yo he tenido la suerte de verla en casa, paso a comentarla…

En una restaurada cinta en blanco y negro (española, de 1944), he visionado esta truculenta historia, con final esperado; donde Edgar Neville (su director) hace cine personal y de la época con una novela de Emilio Carrere. Con una irónica socarronería, muy propia de la generación olvidada del 1927 (Miguel Mihura, Jardiel Poncela o Tono), nos muestra el Madrid pueblo (de finales del siglo XIX) donde los niños juegan en medio de la calle y sin la existencia de vehículos motorizados… El irónico y tierno suspense (que introduce) va provocando, gracias a la música apropiada (sencilla y sin alharacas ni efectos especiales) un humor especial en el espectador… En fin, todo muy cutre y muy misterioso, muy a lo español de la época… El detalle del robo de la Venus de Milo (al final) es un guiño gracioso que enternece y provoca risa interior…

La trama de esta película es bien sencilla: Basilio Beltrán (Antonio Casal), que está enamorado de una cantante de varietés, “La Bella Medusa” (Manolita Morán), termina enredado en un historia supersticiosa y esperpéntica, a la que le conduce el difunto arqueólogo don Robinsón de Mantua, para que descubra (mediante la protección de su sobrina Inés ‑Isabel de Pomés‑) su asesinato de manos de una secta de corcovados, capitaneados por el doctor Sabatino (Guillermo Marín), que tienen su cuartel general en una antigua sinagoga deshabitada, a la que llaman La torre de los siete jorobados

Me ha parecido una película híbrida en donde se encuentra una miscelánea de géneros (policíaco, aventura, terror, ficción) con lo castizo de la época y en donde son palpables las influencias del cine expresionista alemán y del cine gótico…

Este IV Ciclo de “Los imprescindibles” ha constado solamente de tres películas (pues ha pillado la Semana Santa por medio), de tres distintos registros que nos han mostrado un cine de autor con tres directores diferentes, y que, como si fuese un puzle cinematográfico, nos han hecho comprender, ver, disfrutar y padecer, con tres mentalidades y nacionalidades diversas, en épocas y países diferentes, cómo el amor es la constante en ellas: en Cuentos de la luna pálida de agosto, por contraste con la guerra; en París, bajos fondos inserto en las cloacas sociales parisienses; y en la española, La torre de los siete jorobados, con su toque de amor (también), pero con mucho humor castizo, espolvoreado de suspense, absurdo y mucho más…

Úbeda, 8 de agosto de 2013.

fsresa@gmail.com

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