Y dale vuelta, Perico, al torno.
Nos vuelve (si es que alguna vez se fue) el tema catalán. Vueltas y vueltas al torno de la Historia como si lo pasado alguna vez no existiese o sólo existiese parte de ese pasado (radicalmente interpretado) y el presente fuese una mera anécdota que justificaría un incierto (y prometido) futuro.
Vuelta, Perico, al torno de lo girado mil veces mil, como un infante en el tiovivo que es siempre el mismo, pero se nos aparenta diferente en cada vuelta que da. Así, lo de siempre, se nos pretende pasar una y otra vez como novedoso.
Uno ya se llega a hastiar. Y a desear que, en efecto, hagan su secesión los catalanes y que nos dejen en paz de una vez con sus afrentas, reivindicaciones y “hechos diferenciales”…
Porque aquí se rebuzna y no se razona; eso sí, se rebuzna en varios idiomas. Triste es que se agarren en sus reivindicaciones (alguna habrá en la que lleven razón, sin duda) a hechos que allá se quedaron ya, en el XVII por ejemplo, marcados a sangre y fuego y en dolor y en lágrimas para los de siempre (y en pérdidas territoriales que ahora se reivindican por lo bajini), los que son usados como borregos de matadero en la partida que otros juegan. Cúmulo de traiciones y errores que acabaron en el desastre. Cataluña perdió sus fueros como los perderían ya los demás territorios y, en su lucidez, Casanova y otros clamaron por esa pérdida catalana y española. Y ante el hecho real, su interpretación sesgada.
Que España era una tela mal cosida, aunque bien hilvanada, es cierto; y que el proceso histórico en otros países, como Francia, llevaba a la uniformidad y a la creación de los modernos Estados, centralizados y fuertes. Y eso era imparable, pese a las resistencias, que lo hubieran hecho también, creo, los Austria, si hubiesen continuado. Ver lo que nunca pudo ser, como cierto, es manipular groseramente.
Y no digamos ese vaivén entre el deseo de arrimarse al francés (que los maltrató siempre) y volverse luego al español (donde está su campo de expansión). Pues ahora ni lo uno ni lo otro, sino las dos cosas a la vez; que el muñidor y factótum de lo que se mueve, el oportunista Junqueras, nos brinda la oportunidad de ser catalanes y ser a la vez españoles (y me imagino que, incorporando el Rosellón, podrían ser también franceses). O es cínico, que creo que sí, o este señor es más bien algo corto de entendederas.
Aquí sólo hay un montón de errores y de disparates que los más espabilados (el antedicho y el señor Mas, con al apoyo del clan Pujol) están intentando rentabilizar en su exclusivo provecho. La actual deriva del partido de la burguesía acendrada y endogámica, en conjunción con unos que se dicen de izquierda (y nunca, nunca entenderé que un partido de izquierda sea nacionalista, porque va contra su misma esencia) junto a un socialismo inane, tiene su epicentro en la escasa visión (si no nula) de Estado que el anterior Presidente del Gobierno demostró al dar salida a un Estatut sin pactarlo ni marcar unas líneas rojas no traspasables; su acólito en la Generalitat, el descafeinado Montilla (andaluz a un paso del reniego), se lanzó y fue succionado por los que ahora encuentran el camino de no retorno. Ezquerra significó el abrazo del oso para los socialistas catalanes y lo será para los convergentes, si no se tuercen las cosas, porque se ha lanzado la bola cuesta abajo y ya no se puede subir.
La Historia nos demuestra que los pueblos se retuercen y sufren cuando están enfermos. Ahora lo estamos, ¡qué duda cabe!, y es cuando la sintomatología aumenta y con ellos las consecuencias de la enfermedad. Y, en estado de debilidad, la enfermedad avanza. Se cura o se controla. Hasta ahora, el tema de la secesión catalana se ha controlado, que nunca curado, con diversos tratamientos (no faltando los de choque). Así como así y sin consecuencias, no se logra curar nada. Porque, también, la extirpación de cualquier parte puede ir encaminada a la curación; mas siempre es dolorosa.
De necios es ir andándose con paños calientes. Cuando la ambición de unos se desata y para ello no dudan en utilizar los resortes emocionales y psicológicos para embaucar a las gentes, es inútil andarse con apelaciones a la normativa común, a la legalidad o al diálogo. Porque ello ya no sirve ante una decisión tomada y, caiga quien caiga, si todo va hacia la meta que conseguir (o que impedir, que también pudiera ser).
El victimismo y la incomprensión de los demás… Argumentos que no se sostienen (pero que no necesitan demostración). Porque, si la situación actual de Cataluña no es definitivamente como ellos quisiesen (y la han tenido muy buena), debieran pensar que tampoco los demás atamos perros con longanizas y que, en efecto, ellos eran incomprendidos y envidiados cuando los demás territorios veíamos que los recursos siempre les beneficiaban (y sabían aprovecharlos, que todo hay que decirlo). La envidia a los catalanes ha sido un hecho, generada, no hay duda, por nuestro sentido de inferioridad y alimentada por su manifiesta prepotencia. Mas eso no significa nada, cuando estamos jugando con otros parámetros mucho más importantes. Estamos jugando con el sistema de vertebración del Estado, con sus comunicaciones, su economía, su cultura y su sanidad, con los obreros, con las rentas, los impuestos, las transferencias de capitales, los empresarios, la provisión de bienes y servicios… Se lo están jugando ellos también todo y no me venga Junqueras con la trampa de la doble nacionalidad.
Aquí vamos a ir al todo o nada.