Ya indiqué que no me olvido de las verbenas. Necesarias, imprescindibles en todo verano.
A veces se confunden o amplían a modo de ferias formales, llegando hasta el otoño.
Las verbenas son más de barrio. Festejan sus santos particulares en general.
No sé si será una impresión mía, subjetiva e infundada, pero tengo que quedan pocas verbenas. Tal vez me equivoque. Será porque recuerdo las que había en mi pueblo durante el estío, en diversos barrios. Pero la realidad es que eso es lo único que había, la única diversión a mano y que permitía hacer llevaderos los días (bueno, mejor las noches).
Por aquella época, mi padre acudía a las que se montaban, obligatoriamente, pues era miembro de la banda municipal y esta tenía que dar algunos conciertos en las mismas. Fragmentos de zarzuelas y pasodobles (¡ah, Amparito Roca siempre en mi recuerdo!). Con ello bastaba. En general, eran muy concurridas; los vecinos del barrio en cuestión agasajaban a los conocidos que llegaban de otros barrios y no faltaban en sus casas ni los caracolillos ni las orzas llenas de cuerva, que era una especie de sangría a base de vino y gaseosa, azúcar, trozos de fruta diversa, licor fuerte como base y hielo. Entraba fenomenalmente pero agachaba al poco (se fermentaba la mezcla en el estómago y subía el efecto alcohólico).
Las verbenas de los pueblos o sus ferias reciben las visitas de autóctonos y foráneos, de los veraneantes todos. Son algunas de las diversiones que se suponen anejas a la estación y a la estancia de los veraneantes. Complementan el programa de ocio.
Por eso, se mantienen mejor en estas zonas, mientras en el interior van decayendo. Los tiempos y costumbres han cambiado.
Sonará infaliblemente Paquito, el chocolatero en el tiempo convenido, como inevitablemente huele el aire a pólvora y a aceite requemado de las churrerías.Durante la jornada, en el día, los actos son muy locales o específicamente para los locales, los concursos para los chicos o los grandes (como los gastronómicos), las paellas comunitarias, después de algún oficio religioso la procesión del titular del festejo, patrón o patrona, que concita más afluencia de público según también cada peculiaridad del festejo. Banderolas y abanderados, reventón el pecho de los portadores del pendón o de la vara. Ahora, al menos, no llevan sus chaquetas blancas del Partido, cargadas de medallas, y sus camisas azules, indicándonos quienes mandaban allí. Pero no hay que desesperar que pueden volver.
Suena la banda entre estruendos de cohetes.
Con cohetería y tracas. No faltarán nunca en el Levante. Como ahí tampoco faltarán los espectáculos de Moros y cristianos. Espectáculos fastuosos. Si el forastero se los pierde, estando allá, no tiene perdón alguno.
Tampoco faltan los espectáculos de vaquillas. Encierros en toda regla o miniencierros, parodias, donde prima más el daño que le hace la muchedumbre al animal que la valentía de quienes se enfrentan de tú a tú con los mismos. Salvajismos de reminiscencias bárbaras. Y se dice:
—Eso se ha hecho siempre así.
Y saben que no es verdad, pues algunas de esas tradicionestienen pocos años de recorrido.
A la caída del sol y cuando el calor va de retirada, se encienden los farolillos, las luces de los carruseles y tenderetes y los focos del escenario. Pues siempre hay un escenario montado.
Aumenta el volumen de las músicas de los chiringuitos y atracciones, hasta dejarnos sordos cuando pasamos por su zona y nos obligan a chillarnos como si tuviésemos todos mal de sordera. Es de ver esas gesticulaciones que hacemos: parecemos mimos.
Unos visitan la feria como de paso, mejor si no llevan niños, porque, si no, esa visita les será de parada obligada en los carruseles. Y es casi imposible que no termine con los churumbeles berreando y los papás tirando de ellos, porque quieren más vueltas. Hay niños, sin embargo, que muy a su pesar son obligados por los padres a subirse a la atracción, cosa lejos de sus intenciones. Lloran a moco tendido.
Otros son visitantes de caseta. Llegan, se buscan unas mesas si pueden (las guerras por conseguirlas pueden ser feroces) y ahí se hacen la cena. Disfrutan la fiesta comiendo y bebiendo, como es tradicional desde siempre (y esto sí lo es). Si hay churrería rematan la faena.
El baile en las plazas de los pequeños pueblos sigue pareciéndome arcaico. Obedece a ritos tan viejos como la historia humana.
Para eso se contrata al conjunto, a la orquestina (ahora ya no tocan las bandas tradicionales de música). Generalmente, las pocas parejas que bailan son las de los jubilados y personas mayores cuando se les ponen pasodobles, y mujeres, mujeres solas en pareja (nunca hasta ahora se verá hombres con hombres, ¡faltaría más!), ante la desesperación o la indiferencia de los miembros del conjunto que no logran atraer a los demás.
Mas no se desesperen, que hay un truco. Inevitablemente y siempre se terminarán oyendo los compases de Paquito, el chocolatero. Este truco nunca falla.
—¡Eh, eh…!