Fiesta y procesión de la Virgen del Carmen

Aprovechando que este año, por motivos familiares, me encontraba en Úbeda, quise acercarme (para asistir en vivo y en directo) a la fiesta principal de la Santísima Virgen del Carmen y a su consiguiente procesión por el casco histórico de nuestra patrimonial ciudad…

Sabía que desde el 7 al 15 se había estado celebrando su novena, a las ocho y media de la tarde, con gran asistencia de devotos (pues tiene mucho predicamento esta cofradía carmelitana) y con la participación de nueve coros diferentes, cuyos cantos han conformado un universo coral, cual arco iris musical, que ha nimbado a Nuestra Santísima Virgen del Carmen… Muy importantes y necesarios han sido, también, los nueve grupos de personas que han tenido todo dispuesto para que los asistentes a las liturgias quedasen prendados y satisfechos.

La imposición del escapulario y la preparada predicación del carmelita Alejandro Soriano Martínez, tras las lecturas diarias, han añadido dos pluses más de autenticidad a la novena… Así mismo, la tradicional felicitación a la Virgen del Carmen (a las 23:30 h del lunes 15), con un recital de poesías y la actuación de la UNED de Úbeda, poblaron el firmamento ubetense de un denso entramado amoroso…

La iglesia de los Carmelitas Descalzos (más conocida por Los Frailes), en ese martes (16 de julio) estaba de bote en bote. No cabía ni un alma cuando yo llegué; y eso que fue poco antes de las 20 h, hora anunciada para la celebración eucarística. Por el camino, me fui acordando de esta misma festividad vivida otros años en Torre del Mar (Málaga), por lo que no pude evitar hacer comparaciones entre ambas celebraciones y procesiones, pues ciertas imágenes mentales se cruzaron irremisiblemente en mi memoria…

No pude (ni quise) sentarme en los bancos y múltiples sillas que en la iglesia de San Miguel había, aunque ya estaba casi todo ocupado (porque nadie quería perderse este magno acontecimiento religioso); así, tuve más libertad para observar atentamente todo lo que aconteciera antes, durante y después de la celebración eucarística. Atisbé que los primeros bancos estaban reservados a las autoridades civiles y/o religiosas; y que las sillas que había en la zona de la epístola (a la derecha del altar mayor) estaban ocupadas por las abnegadas cofrades de Nuestra Señora del Carmen, identificadas todas ellas, con su blanquinegro uniforme y el escapulario del Carmen, signo externo de devoción mariana…

En la zona del evangelio (a la izquierda del altar mayor) se encontraban en perenne éxtasis carmelitano, tanto la Virgen del Carmen, con su niño Jesús en brazos, como la imagen de San Juan de la Cruz, a su diestra, aguardando expectantes, un año más, queriendo palpar la devoción y el cariño que el pueblo llano les tributaba en este magno día (como todos los años). Atrás, en su abnegado hieratismo, permanecía silenciosa y anónimamente el Cristo de la Buena Muerte, que anda siempre esperando la oportuna visita y el rezo más sincero de todo devoto que quiera acompañarle…

La celebración litúrgica comenzó tras el advenimiento, desde el fondo del templo, de toda la cohorte de intervinientes entre los que destacaba el oficiante eucarístico, que ese día iba a coronar su predicación evangélica. El boato, tanto en los oficiantes como en el público asistente, era aditamento obligado a esta fiesta principal. Destacaban las guapas féminas, vestidas de mantilla blanca, cual símbolo de pureza cristiana…

Y todo fue sucediéndose lenta pero inexorablemente. Las palabras de bienvenida del sacerdote; las estudiadas y variadas lecturas con acentos y voces diferentes; la predicación del carmelita Alejandro Soriano Martínez (quien agradeció a todos la asistencia y el cariño con el que se sienten arropados los carmelitas de Úbeda, estando siempre bajo la protección divina de la Virgen del Carmen y de los santos carmelitanos); las originales ofrendas y sus oportunas peticiones; la desbordante alegría con la que nos dimos la paz (entre hermanos cristianos), en ese día grande; la masiva comunión llevada a cabo; la asistencia multitudinaria de todo tipo de público, desde tiernos infantes hasta personas de provecta edad; el sincero agradecimiento (dado ‑al final de la misa‑ por el padre carmelita oficiante), por las colectas y donativos recogidos durante esos días, porque se podrá restaurar la fachada de la iglesia de San Miguel y la espadaña de San Juan de la Cruz…

No podía faltar el canto en asamblea (lloroso y enternecido) de la Salve Regina… Y como complemento imprescindible (y sobresaliente), todas y cada una de las canciones y acompañamientos musicales con las que el coro Llama de Amor Viva supo amenizar esta misa principal, desde el coro de la iglesia, haciendo que la música, siempre tan bella e inherente al alma, sirviera de levadura fermentadora de las plegarias que toda la comunidad eclesial realizó misericordiosamente…

Los abanicos (con su colorido y dinamismo) fueron otro complemento más (andaluz y ubedí, para más señas) a tener en cuenta, en este tórrido día de auténtico verano (como los de antaño), a pesar de tener los ventiladores encendidos y a tope… El incienso (quemado con largueza) regaló celestial olor y brumosa humareda para que (por momentos) pareciese que estuviésemos ascendiendo al cielo de los justos…

Al final de la misa, el cura dio las gracias a la Cofradía del Carmen y al coro Llama de Amor Viva que dirige, tan magistralmente, Manuel García Villacañas, argumentando su olvido al principio de su prédica, pues a veces pasa: «Que los de la casa, por la confianza, siendo los que más y mejor colaboran, no reciben el agradecimiento debido…». Mas subsanó el olvido pidiéndoles perdón por ello y agradeciéndoles públicamente los impagables servicios prestados…

Terminada la función religiosa, se produjo un trueno de voces humanas, pues como anónimo maremágnum todos tuvieron que organizarse: unos marchando afuera de la iglesia, a la recoleta plaza (donde no cabía un alfiler), pues hacía bastante tiempo que numeroso público esperaba la salida de la procesión…; otros a colocarse de costaleros (infantiles o mayores) en sus respectivas andas, para portar a hombros a su santo patrón (Niño de Praga, San Juan de la Cruz o Virgen del Carmen); algunos organizando la estupenda banda de la Columna, con su negro uniforme, que marchó en cabeza de la procesión; y el resto en conjuntarse: las damas vestidas de mantilla, las autoridades y cofrades con sus báculos o estandartes…; en definitiva, todos los asistentes mostraron sus caras sonrientes y esplendentes por ver que, un año más, se había celebrado (como se merece) esa misa mayor, produciéndose, en unos momentos, el colofón final: cuando las tres imágenes procesionales saliesen a la calle a pregonar (sin ambages) la devoción y el cariño que los cofrades, devotos y simpatizantes les profesan… En la plaza, el paciente público disfrutó del espectáculo plástico que se le mostraba mediante la paciente y sosegada salida del templo de la comitiva procesional que acompañaba a su titular (Nuestra Señora del Carmen); mientras las tiernas y juveniles canciones que parte de la Tuna de la UNED de Úbeda le dedicaba, tan amorosamente interpretadas, salieron más del alma que de sus adultas gargantas…

Viendo caminar a la Virgen del Carmen, a paso lento, por las calles históricas de Úbeda, se me cruzaron imágenes de Torre del Mar, haciéndome creer que había sido montada en una barca y que acunada por las saltarinas (aunque serenas) olas del mar Mediterráneo, le daban la bienvenida, sin querer disimular el contento de tener a la Madre de Dios, tan cerca, bamboleándola como en una canción de cuna… Si la vestimenta de Torre del Mar es más roja y marinera, al igual que su enternecida Salve, la de Úbeda formaba una conjuntada y variopinta procesión, colmada por el clamor y el calor humano proporcionado por la cofradía y todos sus componentes, con su presidenta a la cabeza (Juani Sierra Martínez); que no han dudado ni un momento, durante todo el año, de coger el tiempo, el amor y el cariño necesarios para que, un año más, Úbeda tenga a su Virgen del Carmen en la calle, mostrando su acendrado ubetensismo, para que sea fiel intercesora de Cristo en el Cielo…

Ella se mostró sumamente agradecida y reprimió dos lagrimones que, de repente, se le vinieron a sus inertes ojos, al apreciar el boato, el empeño y lo bien ejecutado que había estado todo: novena, fiesta principal y procesión…

La tarde se fue tornando en noche pura, mientras la comitiva procesional recorría calles y plazas emblemáticas por donde se pasea, año tras año, nuestra Virgen del Carmen, a quien siempre piden sus devotos: bendiciones, trabajo y salud para todos; y paz eterna a los ausentes que marcharon a la presencia del Padre…

Y, al retirarse el astro rey, me pareció escuchar un claro rumor, convertido en deseo íntimo: «Virgen del Carmen, ¡hasta el año que viene, si Dios quiere…!».

Úbeda, 20 de julio de 2013.

fsresa@gmail.com

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