La política tiene, de vez en cuando, situaciones que dan claridad y coherencia al triste panorama que en general esta nos presenta en España, en Grecia, en Italia… Digo «de vez en cuando», porque es verdad que se tarda en reaccionar o se sigue la inercia de lo ya amañado y sobado, a pesar de las evidencias tozudas que nos saltan a los ojos; solo así se entiende que se sigan votando a corruptos manifiestos o presuntos, para que se sientan indemnes y a salvo de la justicia que a todos nos corresponde. O que ellos (los políticos) sigan actuando y pretendiendo beneficios y excepciones siempre a su favor (y a hurtadillas del conocimiento público).
La respuesta, en algunos de estos países machacados, como el caso de Grecia (o el nuestro), ha sido largar a la socialdemocracia, que se sentía ser la pecadora total del desastre (así lo hicieron creer sus adversarios), y votar como a salvadores a quienes eran los verdaderos causantes y continuadores del mismo. Se ha visto luego, ‑¡ah, luego!‑, lo que en realidad eran y pretendían.