Educar, 02

Creo que hay algo importantísimo que no podemos dejar pasar en la formación dentro del centro educativo: en cualquier actividad de la escuela, en la clase, el patio, el deporte, el trato del profesor con el alumno individualmente, en grupo, en gran grupo, en cualquier lugar del colegio, siempre estamos educando. Nosotros, los maestros, los profesores, somos siempre modelos válidos, no tanto como los padres, pero sí muy importantes, en donde los alumnos observan, consideran, imitan, valoran conductas, actitudes, maneras de ser, de tratar, de obrar, de vestir, de reaccionar, de escuchar, etc., porque los maestros son para los alumnos, siempre, referentes importantes, modelos de personas en donde ponen su atención, sus ansias de ser mayores…

Esto representa para el profesor todo un reto, porque ha de saber que, desde que recoge a un grupo y lo acompaña a la clase, desde el momento en que entra en el aula, está educando, cumple una función de modelo que antes hemos comentado. Por tanto, ha de aprovechar cualquier momento para vivir (no representar) su papel de modelo, no referencial pero sí importante.

Y me pregunto: ¿Cómo ha de ser el modelo de un profesor en el aula, con un grupo‑clase, o con el educando individualmente?

Esta pregunta y su respuesta implican, en gran manera, el tipo de educación que queremos en un centro.

¿Cuál es el queremos en nuestros centros?

La respuesta, pienso, es inequívoca y clara. Si nuestros centros poseen un ideario de formación humanística y cristiana, ha de ser la educación o trato personalizado. Es decir, el que contempla la figura del alumno, del educando, como lo que realmente es: una persona.

Este es el secreto de la verdadera educación. Si no contemplamos al educando como persona, no educamos; podemos instruir, controlar…; podemos poner orden en un grupo, disciplinar, enseñar; pero para que exista educación, transmisión de valores, ayuda al educando en diversos aspectos de su persona como su carácter, madurez, su voluntad, su moralidad, su equilibrio psicológico, etc., hemos de contemplar a los niños, en primer lugar, como persona con su nombre y apellidos. Hemos, pues, de implicarnos nosotros, los profesores, con nuestra persona, aunque respetando el rol adecuado: profesor‑alumno. Son alumnos, no amigos ni familiares. Además hemos de tener en cuenta la jerarquía de roles: padres (primeros educadores), profesores y alumnos. Están en tercer lugar los alumnos, pero son personas, con toda su dignidad.

Es obvio, por tanto, que lo que ha de distinguirnos de otros centros o escuelas es que, en el nuestro, se prioriza el hecho de educar, aun sabiendo que en la sociedad actual, tan competitiva, tan pragmática, los valores, la moralidad puede que no estén de moda. Solo cuentan los resultados objetivos en las diferentes materias: nivel matemático, lingüista, científico…y se dice que un determinado país va muy adelantado en educación por los resultados de pruebas concretas, de cálculo, razonamiento, ortografía, expresión, etc.

Es evidente que los niños vienen a la escuela también para aprender, para ir recogiendo el legado cultural y científico del progreso de la humanidad, y realmente es algo de enorme importancia. Nadie lo pone en duda. Aprender es connatural al hombre. Es algo positivo, apasionante, atrayente, específicamente humano…

El niño tiene, innata, la capacidad y el deseo o inclinación a aprender.

Sabemos de la inmensa capacidad de ese milagro llamado cerebro, sobre todo en las primeras edades. A modo de ejemplo, cito el caso ‑no único‑ de una niña de mi misma familia que aprendió hasta los cuatro años, aproximadamente, tres idiomas diferentes al mismo tiempo: la lengua materna (español), la paterna (francés) y la ambiental ‑en donde residía‑ (italiano).

El cerebro del niño, con sus cien millones de neuronas, es el mejor superordenador que asimila, interioriza, memoriza contenidos, imágenes, procesos orales, verbales, escritos, plásticos, matemáticos… de una forma casi inconsciente.

Aquí se nos presenta una pregunta crucial y de máxima importancia: con lo que hemos visto referente al cerebro, ¿cómo, a veces, cuesta en algunos niños el aprendizaje? Creo que la clave del aprender en la escuela o en casa es la motivación. Motivar; he aquí la causa de que se produzca satisfactoriamente el aprendizaje. Pero, nos preguntamos: ¿cómo se motiva? La respuesta, pienso, está en los modelos educativos, los profesores y los padres. Motivar sería mostrar como modelo una actitud positiva, sana, inteligente, equilibrada del gusto natural en el niño y en el adulto por aprender, por conocer cosas nuevas, por expresarse, escuchar, ver el mundo que nos rodea, etc., etc.

pedrovico24@hotmail.com

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