Educar, 01

Recuerdo lo que decía un antiguo director de La Farga (de la que fue su primer director Fausto Gallego, uno de los primeros alumnos y maestros Safa), cuando nos recordaba que el colegio no era un mero centro de enseñanza, sino un centro educativo. Pienso que tenía toda la razón. Y esto ha de ser lo que nos diferencie de otras escuelas, colegios o centros de enseñanza…

Porque educar es superior a enseñar, a favorecer el aprendizaje o a transmitir conocimientos. Si bien estas dos últimas cosas son de gran importancia, pero sin llegar a la de educar…

Para comprender esta afirmación, hemos de preguntarnos por los objetivos prioritarios que tenemos sobre los educandos ‑las personas objeto de nuestro quehacer educativo‑, los alumnos (niños, preadolescentes, adolescentes…).

Creo que el primer objetivo ha de ser el dar una respuesta al sentido de la vida que tenemos y que nos toca vivir. Y no podemos dejar sin repuesta este interrogante, quedándonos ante una situación de incertidumbre y soledad sin adjetivos. No, nosotros, en los centros en que realizamos nuestra labor, partimos de un sentido trascendente de la vida.

Por esto, pensamos que educar es ayudar, favorecer la adquisición de valores y virtudes humanas dentro de un marco de respeto a la libertad de los educandos; o sea, sin coaccionar, sin imponer, respetando la intimidad de las personas –educandos‑ de modo que sean ellos, de una manera libre, los que interioricen y estén convencidos de los valores y virtudes que les proponemos.

Porque, ¿se puede ser persona sin valores? Pienso que no. Pensemos que hasta los animales, creados por Dios, tienen sentimientos, instintos o actitudes que pueden acercarse a ciertos valores (cariño, ayuda, cooperación…).

Recuerdo también que en la Universidad, estudiando Pedagogía, se nos decía que educar era, asimismo, ayudar, favorecer y estimular al educando para poder desarrollar en alto grado todas sus potencialidades, aptitudes o capacidades; o sea, toda su persona de forma integral. En efecto, esto es del todo cierto y muy importante. Podríamos decir que, a todos los talentos que hemos recibido, les hemos de sacar el máximo partido…

Aunque me atrevería a decir que, si bien esto último es de gran importancia, no es del todo esencial o prioritario. Pienso en este momento en mi amado hijo Borja ‑discapacitado físico y psíquico al noventa y cinco por ciento‑, que marchó al cielo hace unos años; él no pudo desarrollar todas sus potencialidades, pero no por esto dejó de ser plenamente persona y, además, feliz ‑objetivo importantísimo de la vida‑.

Era feliz en su pequeño grado de desarrollo, debido ‑sobre todo‑ a que se sentía amado y cuidado. Su vida, estoy convencido, tuvo todo el sentido dentro de unos parámetros de gran humildad. Es más, tuvo más sentido que la de otras personas que, habiendo desarrollado potencialidades, presentan una carencia de valores. Pienso en personas que, aunque hayan adquirido muchos conocimientos y desarrollado aptitudes, presentan fuertes carencias de este tipo que los hacen soberbios, orgullosos o egoístas. No pueden alcanzar casi ninguna cota de la felicidad que se puede tener en esta vida.

Todo lo que hemos dicho hasta aquí, nos ha de hacer reflexionar sobre el papel del educador en la escuela, ya que hemos priorizado el objetivo de educar o formar como superior al del aprendizaje, aunque hay que aclarar que, en nuestros centros, un objetivo esencial es el del trabajo bien hecho, a conciencia, bien acabado…, por lo que el aprendizaje, la transmisión de conocimientos, la didáctica, la metodología son de una importancia capital, sin estar reñida con la educación en valores y virtudes.

Pero el profesor, además de poseer un importante bagaje de conocimientos, además de ser un buen didacta y de poseer un importante nivel cultural ‑humanista, científico…‑, debe de tener las características imprescindibles para el buen maestro o profesor: ciertas dotes de liderazgo, seguridad personal, energía, valentía… Esto casi ya deberíamos darlo por supuesto. El educador es una persona muy importante que realiza tareas propias de los padres ‑primeros educadores‑, delegadas por ellos mismos. Por tanto, no sirve para ejercer de educador cualquier persona, aunque haya realizado los estudios correspondientes. Educar es algo de una enorme importancia; es la base y fundamento de la sociedad y, aunque la educación esencial se ha de dar en la familia, la escuela suple, apoya y sustituye en ocasiones, esa tarea fundamental de la familia.

pedrovico24@hotmail.com

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