Como «la fuerza ahorca» ‑se dice popularmente‑, el gobierno actual y el otro partido político que gobernó se ven impelidos a contemplar con cierta preocupación el caso de los múltiples desahucios, de los vencimientos de los impagos, de las muertes sobrevenidas por causa de esas hipotecas tan abundantes en la lista de “activos” de los bancos.
Pongo «en la lista de “activos”», porque así las clasificaron las entidades financieras, para engordar sus balances, maquillarlos, y presentar como riqueza o dinero contante y sonante los importes de las deudas que se generaban por los valores sobre el papel de cada una y todas las hipotecas concedidas. Además, como parece ser que al igual que en USA, las entidades financieras agruparon estas hipotecas en “paquetes” financieros con los que especularon en el mercado, vendiéndolos a los fondos de inversión más arriesgados, pues todo el tinglado ha formado una pelota de tal magnitud que, aparentemente, no tiene ya solución válida para los bancos, si no es la de cobrarse esas deudas.
Por eso, las largas dadas a la solución real y social del problema.
No se contemplaron los efectos que podía haber y ya había. Me refiero a los efectos sociales y muy ‑pero que muy‑ personales, a los dramas humanos. Cuando la llamada crisis ya enfilaba decidida y a buena velocidad su proa, amenazando con destrozarlo todo a su paso, los gobernantes anteriores fueron requeridos para afrontar el grave problema de las hipotecas impagadas y las consiguientes denuncias y requerimientos judiciales, hasta la final operación de expulsión de los afectados de sus viviendas. Se les advirtió, y adujeron (según su Presidente, creo que en el Congreso) que pasar a la dación de pago o medida semejante sería muy peligroso para el sistema bancario (eso de la inseguridad jurídica es de risa).
Desde luego, el que lo siguió, y es Presidente ahora, tampoco iba a meter manos en tan proceloso tema. Menos todavía que el anterior, porque encima estaba ya aplicando otras medidas económicas y sociales devastadoras.
Pero la realidad, cruel con sus protagonistas, se volvió tozuda. Porque los bancos no se cortaban ni un pelo en ir a cubrir sus “posibles” pérdidas. Y pongo «“posibles”», porque el sistema les permite quedarse con el pan y con el perro (como ya escribí con anterioridad), pringando en los pagos debidos a todo el que estuviese relacionado con quienes compraron su vivienda (avalistas, consortes, descendientes). Todos debían afrontar la deuda, perdiendo la vivienda si no se llegaba a acuerdo; pero, además, siguiendo siendo deudores del resto del capital prestado. Ni con la subasta del inmueble (que, en general, lo deja el banco por la mitad o menos del valor asignado en la tasación inicial), se liquida, pues, el monto del total declarado como deuda.
Ya escribí que ello era una gran estafa; estafa muy bien planeada y aceptada por los gobiernos, cómplices en realidad de tal amaño (y aceptada ingenuamente por los compradores). Por eso, la ley hipotecaria resulta ser del inicio del siglo XX, ¡y nadie la ha renovado ni alterado en sustancia! Tal es de beneficiosa para los bancos. Y la daban como intocable: no iban a tirar así como así esa fuente de rapiña legalizada. También escribí que aquello del vender viviendas a tutiplén y de cualquier forma, frente a los cambios que ya se tendrían que haber previsto (¿para qué esos departamentos de estudios, tan afamados, que tienen los bancos?), no tenía sentido, si no es el que ahora se ve. Y que conste que no justifico a quienes se compraron un casoplón llamativo, porque en su momento “escupían por un colmillo” su riqueza y sus ingresos. Demenciales.
Cuando un particular arriesga su dinero ‑o el de otros‑ en algún negocio o chiringuito financiero y el asunto no le sale como esperaba, lo normal es que se joda, que se tenga que aguantar con las pocas, nulas ganancias e inclusive con las pérdidas, si se producen. Y nadie le echa una mano, sino que lo ve normal, dentro del juego de riesgos que ello implica. Esto es lo establecido. Pero parece ser que para la banca y “los mercados” (insisto, grandes y pocos inversores en realidad) esto no es así; ellos no deben perder, ni siquiera quedarse al par: deben ganar siempre. Para eso hacen y deshacen leyes y normas, las aplican a su antojo y arbitrariamente en la dirección deseada… Ningún gobierno los ataja.
Ahora, con la caída del mercado hipotecario, del inmobiliario, del laboral…, donde había un horizonte nítido hay otro oscuro, cerrado. Los compromisos adquiridos no se pueden cumplir y eso significa que los ingresos regulares, aparentemente seguros, por medio de los cobros hipotecarios se esfuman. Posibles pérdidas (no son tales, son menos ingresos) que hay que evitar. Aquí no valió el jugar a ganar o perder y ahora toca el perder. No, es incompatible con los privilegios bancarios. Hay que cerrar la brecha. Lleguemos al lanzamiento de los bienes y a estrujar esos bienes hasta el final, caigan quienes caigan y queden como queden las personas, las familias. Es lo debido.
Se ponen las manos a la cabeza los gobernantes, cuando ya el clamor popular es agobiante y deciden “reunirse” con los otros para ver de dar cierta solución; pero, visto lo que tardan, me temo que no contemplan las mismas los unos y los otros (desde luego el Gobierno sólo quiere dar plazo al tema, parchear, no modificar). Mientras, a esperar “la buena fe” bancaria.