05-06-2012.
La muerte andaba con gran libertad por el orfanato, entre niños que daban pujidos, asustados; entre ricos herederos de la tristeza, maleducados en la abundancia de la miseria. La muerte era un familiar incómodo, pero pensionado. Iba de un catre a otro, de un silencio a otro, de un miedo a otro. Escogía a los huérfanos según su capricho: por la desmesurada negrura de sus ojos, por la delgadez de sus huesos, por sus lágrimas cansinas, por las toses irritadas, por los agujeros que el hambre había abierto en sus estómagos, por la hinchazón de sus barrigas o por el perfume agriado de la flor de sus corazones.