Misa en El Salvador

15-10-2011.

La declaración de Úbeda como Patrimonio de la Humanidad y el interés turístico despertado por ello, ha propiciado la creación y consolidación de infraestructuras y servicios adecuados, factores fundamentales, para recibir una riada de visitantes que no hará sino crecer día tras día. La imagen de turistas arremolinados en torno a un guía, recorriendo plazas y callejas de la amplia zona monumental, forma parte ya de la normalidad en la geografía urbana ubetense.

Como fácilmente puede comprobarse, gran parte de los monumentos que despiertan el mayor interés entre los visitantes son los que están vinculados con la religión ‑iglesias sobre todo‑. No en vano son los más suntuosos. De este modo, mecenas y arquitectos, que los levantaron, quisieron rendir homenaje y dedicar lo mejor de sus vidas y haciendas a levantar la Casa del Señor.       

Desconozco, y tampoco me interesa mucho saberlo, si el grupo de turno, que recibe las oportunas y más que meticulosas explicaciones de su guía ante la fachada de una cualquiera de nuestras iglesias, capta la espiritualidad con que fue construida y que mana sin cesar de su interior. 

El caso adquiere carácter de excepcionalidad cuando hablamos de la Sacra Capilla de El Salvador, el más universal y emblemático de nuestros monumentos, mandado a construir por don Francisco de los Cobos, aquel preclaro ubetense que fue secretario de Carlos I (sí, Carlos I de España), emperador del Mundo, que gozaba y ejercía gran influencia sobre el soberano y que, tras bambalinas, manejaba la política y la hacienda del Estado. Actualmente, el templo de El Salvador es propiedad de la casa ducal de Medinaceli.

De los Cobos hizo El Salvador a la medida de su bolsillo y de su alma ‑grandiosos ambos‑: por sus obras los conoceréis. Asistir a misa en El Salvador es un baño en la gracia de Dios; es una invitación a participar en la Transfiguración que aparece en el altar mayor. Es todo un privilegio, que no lo tuvo ni el mismísimo De los Cobos, ya que la muerte le sorprendió doce años antes de la finalización del templo. Asistir a misa en El Salvador es una integración en la suntuosidad del templo, una sublimación para el espíritu y un deleite para los sentidos, a pesar de contar con los bancos más cutres e incómodos de todo el orbe eclesiástico ubetense.

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