Madre Teresa de Jesús, y 5

19-08-2011.

Anulación del yo-narrador

Ascesis (‘Reglas y prácticas encaminadas a la liberación del espíritu y el logro de la virtud’) de purificación activa, ya que, a pesar de su «grandísima experiencia» o quizás debido a ella, la madre Teresa está renovando a medida que avanza su relato autobiográfico, puesto que su yo, en la igualdad autor=personaje, ha sido sistemática y conscientemente denigrado por el yo-narrador. Pero, ¿cómo llevar a cabo la humillación de ese yo-narrador? ¿Cómo aniquilar su propio estatuto de narrador del relato? Este es, sin duda, el aspecto más interesante para el analizador, porque adquiere características singulares dentro de esa perspectiva anuladora de todo protagonismo que desea obtener la escritora.

Sería inútil, no por improcedente sino por archisabido, ponderar aquí hasta qué punto Teresa de Ávila se muestra consciente en su autobiografía, tanto de las dificultades inherentes al hecho de escribir ‑particularmente ella, «flaca mujer sin letras y sin discurso de entendimiento»‑, cuanto de las que se refieren a la temática misma de su relato. Sirva de ilustración esta frase que la santa escritora coloca significativamente al final de su libro: «Su Majestad […] con su espíritu y luz alumbre a esta miserable, poco humilde y mucho atrevida, que ha osado determinar escribir cosas tan subidas» (La vida…, cap. XL, p. 383). Frase que, por su misma situación de cierre de la narración, subraya y confirma la lucidez de ese yo-narrador que, a pesar de haberlo sido «por obediencia y mandato» de sus confesores, asume de modo responsable, y por lo tanto libre, las consecuencias que se derivan de todo relato autobiográfico, es decir, de la identificación entre autor‑narrador‑protagonista (me refiero al ya referido estado de ánimo que produjeron en la santa las murmuraciones y maledicencias, cuando fue conocida su narración).

“Memoria de mí” he titulado este trabajo a sabiendas de que invertía no sólo el sentido negativo que la escritora da a dicho sintagma, sino también consciente de que de lo que en realidad se habla en La vida de la madre Teresa de Jesús es, ante todo, de la «memoria de Él». “Memoria de mí”, sí, en el sentido de que, al tratarse de una autobiografía, nunca está más cerca el yo-autor del yo-narrador, porque éste escarba en la memoria de aquél para irlo progresivamente convirtiendo en el yo-protagonista del relato. Pero, también, «memoria de Él». Por dos razones: en primer lugar, porque La vida…, al ser relato de «las mercedes que Dios le hizo» a la santa, ésta trata de buscar en su memoria la memoria que de ello tiene. Tanto es así que, por otra parte, se puede afirmar que la madre Teresa no es más que un instrumento del verdadero narrador, Dios.

En efecto, ya desde los primeros capítulos del libro La vida…, la santa escritora alude a la perplejidad que le produce el sentir la interferencia del otro narrador cuando dice, por ejemplo, «¿Qué es esto Señor mío […] que escribiendo estoy esto, y me parece que (lo hago) con vuestro favor y por vuestra misericordia […] que no vivo yo ya, sino que vos Criador mío vivís en mí…» (La vida…, cap. VI, p. 59). Es evidente que todavía en este capítulo nos situamos dentro de ese enfoque providencialista, según el cual «todo es dado por Dios»; ahora bien, si tenemos en consideración la estructura global del libro La vida…, esta cita no puede ser interpretada más que como una anticipación o anuncio de lo que serán las posteriores y verdaderas intromisiones del otro narrador. Porque si «todo es dado de Dios», éste, por serlo, no sólo concede a la santa escritora mercedes místicas, sino también el modo de declararlas: «[…] cuando lo escribo […] veo claro que no soy yo quien lo dice, que ni lo ordeno con el entendimiento, ni sé después cómo lo acertaré a decir: esto me acaece muchas veces». (La vida…, cap. XIV, p. 123).

Hay que reconocer que, efectivamente, nadie como Santa Teresa poseyó el don de saber comunicar las mercedes místicas recibidas; favor, del que ella es perfectamente consciente cuando escribe: «[…] porque una merced es dar el Señor la merced, y otra es entender qué merced es, y qué gracia; y otra es saber decirla y dar a entender cómo es». (La vida…, cap. XVII, p. 143). Así, de la perplejidad y la duda iniciales, la santa escritora ha pasado a afirmar subrepticiamente que tanto saber entender esas mercedes como saber expresarlas es, en realidad, obra de Dios. Afirmación ésta que ratificará unos capítulos después cuando escribe: «Dios me ha dado que sepa entender y decir las mercedes que su Majestad me hace» (La vida…, cap. XXVIII, p. 240). Un paso más y ya no le queda a la madre Teresa más que conceder que el verdadero “narrador” de las mercedes mística ha sido Él: «[…] no diré cosa que no la haya experimentado mucho: y es así que cuando comencé a escribir esta postrer agua, que me parecía imposible saber tratar cosa, más que hablar en griego, que así es ello dificultoso, con esto lo dejé y fui a comulgar: bendito sea el Señor que así favorece a los ignorantes […]; aclaró Dios mi entendimiento, unas veces con palabras, y otras poniéndome delante cómo lo había de decir, que, como hizo en la oración pasada su Majestad parece quiere decir lo que yo no puedo, ni sé» (La vida…, cap. XVIII, p. 149-150).

A la vista de estas afirmaciones, parece fuera de duda que entre los dos narradores se ha establecido algo más que una simple complicidad. Sospecha que se consolida, si consideramos que en varias ocasiones la santa tiende a restringir cuantiosamente su participación como narradora de buena parte de su propia autobiografía: «[…] como una vez el señor me dijo, que muchas cosas de las que aquí escribo no son de mi cabeza, sino que me las decía este mi Maestro celestial» (La vida…, cap. XXXIX, p. 363). Participación que, si se me permite el símil, parece reducirse a esa primera composición que un escolar redacta a propósito de una maravillosa historia que ha vivido con su bondadoso maestro y que éste se la dicta y corrige para que no cometa errores: «Buena comparación has hecho; mira no se te olvide para procurar mejorarte siempre» (La vida…, cap. XXXIX, p. 371), le dice a la santa escritora el Maestro Celestial, desde la altura de su amistosa vigilancia. Se cierra así el ciclo anulador del yo de Santa Teresa, mediante la participación de Dios que, además de Autor y Protagonista de La vida…, es también, en último término, el Narrador de unas mercedes que él mismo ha concedido. Anulación premeditada y consecuente y que, en definitiva, añade pertinencia a ese reiterado deseo de anonimato, expresado por la Santa Doctora.

 
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NOTA: Todas las citas están tomadas del libro titulado La vida de la madre Teresa de Jesús, editado en Madrid por Juan Flamenco el año MDCVII, según se puede leer en la página 396 del mismo.

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