Me cuentan

20-08-2011.

Me cuenta un muchacho, conocido de tiempos de docencia, que se ha quedado parado por primera vez en su vida. Que no encuentra curro, a pesar de las especialidades laborales que tiene; que, cuando lo solicita, hasta en comunidades que se supone tienen una dinámica económica y laboral mucho más activas que en nuestros pagos (jiennenses principalmente), sólo encuentra que contratan a inmigrantes antes que a nacionales.

Se asombra esta persona de que esto le esté sucediendo a él; de que esto esté sucediendo aquí; en suma, de que esto esté sucediendo. Se asombra y se asusta. Porque mi conocido no es lerdo y ve venir las consecuencias inmediatas (que ya le han caído) y a más largo plazo (pensando en los hijos que tiene y en el porvenir incierto que se les anuncia).

Me dice que se ha perdido (si es que la hubo) mucha conciencia patronal y laboral. Y que se están perdiendo muchos derechos adquiridos por los trabajadores. Es cierto. Como ya escribí, el enemigo, el diablo, el mal ha muerto: ha muerto el comunismo y ha vencido el capitalismo, ¿no es cierto?; pues, en seguimiento de la lógica que ello entraña, el capitalista puede ya hacer y deshacer sin traba alguna. Pero, como en todo mar, hay peces chicos y grandes y, una vez acabadas ciertas presas, los grandes empezarán (ya han empezado) a comerse a sus congéneres más pequeños. Es su consecuencia.

Los llamados pequeños empresarios se limitan a tratar de aprovechar lo poco que queda para ellos (pero un poco de ellos es un mucho de cualquier trabajador); y, si se trata de explotar a inmigrantes, mejor que mejor: que los nacionales exigen todavía mucho. Trabajar más por menos, que ya lo anunciaron a grandes voces (en los consejos de administración también lo aplican a su manera, más sueldos y beneficios para los directivos por menos resultados). El inmigrante no nos quita el trabajo: no nos lo da el patrón. Esa es la verdad.

Claro que no están los tiempos para cultura o concienciación de la clase trabajadora; en pro de adormecerla, ya trabajan las televisiones y medios afines con sus mamarrachadas, programas indecentes y circos varios (las televisiones cumplen una función básica en el adoctrinamiento de las masas, o su alienación, que es otra forma, pero al revés). Las masas sólo se quedan incrédulas y asombradas ante lo que va aconteciendo y esperan impávidas a que les caiga el cielo encima, mientras contemplan a cuatro desgraciados insultarse a gritos (magníficos actores, como los políticos; no en vano, algún miembro del clan de los vociferantes fue casi propuesto para presentarse a elecciones).

Ahora, si se trabaja, hay que admitir que ya no hay reglas. Las reglas, a lo más, las impondrá el empresario y las acatará el empleado. Que sean más o menos llevaderas para éste dependerá de la conciencia de aquél. Esta es la verdadera reforma laboral, que necesariamente nunca generará más empleos; antes bien, sí que aumentará el paro. Mientras, que los desgraciados desempleados se busquen la vida, que ya abusaron demasiado; y, si tienen cargas, que no las hubiesen adquirido. Ni cursillos inútiles ni titulaciones valen para nada (ahí está el ejemplo de los inmigrantes, a veces muy capacitados, ejerciendo trabajos no acordes con ello; y los nacionales también están así).

Tal vez sea necesario replantearse muchas cosas; sí, tal vez sea necesario. Mas también es cierto que las soluciones no se pueden dejar para largo plazo; que debe haber soluciones ya, a corto, muy corto plazo; porque, si no, la situación puede volverse insostenible. Las muestras de descontento, con ser incoherentes, dispersas o, peor, de violencia gratuita, son síntomas de lo que sucede; de lo que puede suceder. Síntomas iniciales de una enfermedad que, si no se ataja a tiempo, puede ir a más: ser más peligrosa. Esto que escribo no es nada optimista, pero no es definitivo. Todo se puede encauzar, reconducir.

Y, sin embargo, quienes tienen la obligación de llevar el carro en la dirección correcta y en perfecta utilidad se ven ciertamente inútiles para hacerlo. No se les puede tener confianza, porque ya la perdieron o porque nunca la tuvieron. Y porque son unos verdaderos inútiles: así de claro.

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

Deja una respuesta