Madre Teresa de Jesús, 4

12-08-2011.

La negación del yo y perspectiva mística

Con la misma terquedad que la madre Teresa ha puesto en primer plano la autoridad de su yo en materia de mercedes espirituales, de la misma manera y con parecida obstinación, la madre Teresa abarata su yo y lo sustrae a toda consideración de protagonismo. Se trata, en efecto, de un sistemático menosprecio de sí misma que si, globalmente, responde a una concepción humilladora y providencialista ‑según la cual «todo es dado de Dios»‑, en el relato de La vida de la madre Teresa presenta modalidades específicas que remiten tanto a las vivencias espirituales que comunica cuanto a la finalidad pedagógica que se persigue.

«No se suban sin que Dios los suba», podría ser la frase, ya citada, que resumiría ese objetivo de pedagogía mística que madre Teresa pretende dar al relato de su vida. Pero para alcanzarlo, deberá, ante todo, ofrecer ella misma una lección de humildad activa, de humillación de su yo: autor / narrador / protagonista.

Humillación del yo: autor / protagonista

Innumerables serían las citas que demostrarían, sin lugar a equívoco, cómo la madre Teresa de Jesús ha planteado y desarrollado la narración de La vida… desde una perspectiva autohumilladora. Tanto es así que, ya en el Prólogo, la madre Teresa pone de manifiesto cierta zozobra, porque sus confesores no le han permitido, dice, «que muy por menudo y con claridad dijera mis grandes pecados y ruin vida».

En este sentido, es interesante observar que la palabra ruin es, con diferencia, el adjetivo de mayor importancia cuantitativa en el vocabulario de La vida de la madre Teresa. Y también es interesante saber lo que dicho adjetivo significaba en tiempos de la escritora: «Ruin, ‘hombre de mal trato, o cosa que no es buena’», se lee en el Tesoro de la lengua castellana o española (1611) de Sebastián de Cobarruvias. Pues bien, el adjetivo ruin parece tan sistemáticamente aplicado a la vida pasada y presente del yo: autor / protagonista, que parece funcionar como verdadero epíteto, es decir, como cualidad inherente a ese yo: «No sin causa he ponderado tanto este tiempo de mi vida, que bien veo no dará a nadie gusto ver cosa tan ruin, que cierto querría me aborreciesen los que esto leyesen de ver un alma tan pertinaz e ingrata con quien tantas mercedes le ha hecho» (La vida…, cap. VIII, p. 74).

Resulta, sin embargo, que ese deseo de autodenigración no parece justificarse por la eventual maldad de las acciones narradas. Es más, desde una perspectiva humana, es claro que la vida relatada no merece, ni mucho menos, la calificación de «ruin», ni tampoco que su lectura provoque aborrecimiento.

¿Cómo entender, entonces, esta nueva paradoja de pretender convertirse en instancia modélica de lo despreciable, apelando a hechos que, al menos en apariencia, no lo son? La clave está, una vez más, en que hay que considerar a la finalidad pedagógica que la madre Teresa ha asignado al relato de su vida; porque, si todo él es un intento de aclarar y de mostrar el proceso de crecimiento espiritual a través de las etapas o períodos de la Vía Mística, con el objetivo explícito de que dicho proceso «sea muy provechoso para los que comienzan» (La vida…, cap. XI, p. 92), entonces, la paradoja es sólo un espejismo, ya que esa actitud autoenvilecedora recobra su verdadera intención: servir de ejemplo «a los que comienzan» el camino de la perfección espiritual.

Un “comienzo” que, dentro de la primera etapa de la Vía Mística ‑la llamada «Purificación ascética activa»‑, exige la conciencia de la propia imperfección, el desprendimiento y la renuncia activa del yo. Se trata de una enseñanza cuyo objetivo es la conversión del lector en una entrada heroica de purificación activa, para lo cual, la maestra madre Teresa acude a su propio yo como ilustración y ejemplo práctico. E ilustración que no sólo funciona como premisa doctrinal para “los que comienzan”, sino también y desde el punto de vista de la madre Teresa, como conversión nunca definitivamente adquirida y, en consecuencia, necesitada de constante renovación. Es por lo que la actitud humilladora para con su yo: autor / protagonista, es perfectamente coherente tanto desde el punto de vista formal como en su relación con la doctrina de la Vía Mística, cuyo proceso exige un acto previo de «renuncia del yo».

Es, en definitiva, la misma óptica que algunos años después desarrollará San Juan de la Cruz en su Subida al monte Carmelo, mediante estas sentencias a modo de Reglas:

«Para venir a gustarlo todo,
no quieras tener gusto en nada.
Para venir a poseerlo todo,
no quieras poseer algo en nada.
Para venir a serlo todo,
no quieras ser algo en nada.
Para venir a saberlo todo,
no quieras saber algo en nada.
Para venir a lo que no gustas,
has de ir por donde no gustas.
[…]
Porque para venir del todo al todo,
has de negarte del todo en todo».

Y termina diciendo, ahora en prosa, «En esta desnudez halla el alma espiritual su quietud y descanso […] porque está en el centro de su humildad». (Cito aquí a G. Díaz-Plaja, Antología mayor de la Literatura Española, tomo II, pp. 1098-1099).

 
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antonio.larapozuelo@unil.ch

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