«Bases para el comentario», 8e

11-08-2011.
8.4. La época
El concepto de época nos lleva al pensamiento social de una serie extensa de años, a través de la historia. Más que las circunstancias meramente históricas ‑los hechos‑, lo que conviene conocer es el estado anímico de la socie­dad, por dónde van sus intereses científicos, estéticos, religiosos, económicos, etc. Y estos datos se pueden reco­ger en libros de historia apropiados; en libros de economía, de filosofía, de filología, etc. Con sus datos, contrastados convenientemente, podremos concluir sobre el pensamien­to de la época y ello nos podrá conducir a la forma de razonar, de valorar y de argumentar de sus componentes.

A modo de ejemplo, citamos opiniones de autores diferen­tes sobre dos épocas notables de nuestra cultura occiden­tal: la Edad Media y el Renacimiento. Hemos procurado ser extensos ‑aunque no exhaustivos‑, para que sirva de estímulo y el lector intente conformar, por su parte, el pensamiento de otras épocas históricas de nuestra cultura.
8.4.1. El pensamiento en la Edad Media
Etienne Gilson: La filosofía de la Edad Media, páginas 397­‑398, 402‑408.
• De todos los modos de duración, el más noble es el aevum: una duración que existe antes del mundo, con el mundo y después del mundo; pertenece exclusivamente a Dios, que no ha sido ni será, sino que es siempre.
• Para nosotros, la Edad Media se opone a la Antigüedad, redescubierta por el Renacimiento; para los hombres medie­vales, su propio tiempo era una continuación de la Antigüe­dad, sin que, históricamente hablando, nada los separase de ella.
• Determinados modos de razonamiento que parecen extra­ños en nuestros días fueron ampliamente utilizados en la Edad Media. La etimología de las palabras, así, era entonces un método explicativo universalmente aceptado. Se admitía que, pues los nombres han sido dados a las cosas para expresar la naturaleza de éstas, era posible conocer las naturalezas de las cosas encontrando el sentido primitivo de sus nombres. Por ejemplo: mulier < mollis aer, ‘aire suave’; cadáver < caro data vermibus, ‘carne dada a los gusanos’.
• A la explicación etimológica se une, con frecuencia, la interpretación simbólica, que consiste en tratar las cosas mismas como signos y en desentrañar sus significaciones. Cada cosa tiene generalmente varios significados. Un mineral, una planta, un animal, un personaje histórico, pueden, simultáneamente, recordar un suceso pasado, presagiar un acontecimiento futuro, significa una o varias verdades morales y, por encima de éstas, una o varias verdades religiosas. El sentido simbólico de los seres era entonces de tal importancia que, a veces, se olvidaba verificar la existencia misma de aquello que lo simbolizaba. Un animal fabuloso ‑el fénix, por ejemplo‑ constituía un símbolo tan precioso de la resurrección de Cristo, que nadie pensaba en preguntar si existía el fénix ‘ave quimérica que, según los antiguos, renacía de sus cenizas’.
• Hemos de añadir el razonamiento por analogía, que consis­tía en explicar un ser o un hecho por su correspondencia con otros seres u otros hechos. Método legítimo éste y utilizado por todas las ciencias, pero que los hombres de la Edad Media emplearon más como poetas que como sabios. La descripción del hombre como un universo pequeño, es decir, como un microcosmos análogo al macrocosmos, es el ejemplo clásico de este modo de razonamiento. Así conce­bido, el hombre es un universo a escala reducida: su carne es la tierra, su sangre es el agua, su aliento es el aire, su calor vital es el fuego, su cabeza es redonda como la esfera celeste; en ella brillan dos ojos, como el sol y la luna; siete aberturas en su rostro corresponden a los siete tonos de la armonía de las esferas; su pecho contiene el aliento y recibe todos los humores del cuerpo, de igual modo que el mar recibe todos los ríos; y así se continúa indefinidamente.
Antonio Ubieto Arteta y otros: Introducción a la historia de España, páginas 56, 66-67.
• Algunos hombres del Renacimiento advirtieron que entre el apogeo cultural en que vivían y la Antigüedad clásica había un “tiempo medio”, una “edad media”, que caracterizaban por su falta de cultura.
• El hombre medieval es fundamentalmente religioso, aun­que esta religiosidad estuvo condicionada por las supers­ticiones. La superstición es consustancial con el hombre de la Edad Media y se encuentra en todos los medios sociales: en el campesino, en el caballero, entre el clero y entre la realeza.
• Tuvo mucha importancia el ideal religioso de extender la fe de Cristo por medio de las armas. El ideal de cruzada será el único que persistirá al final de la Edad Media.
• La caballerosidad es una característica tan importante, que sin ella no se puede comprender la Edad Media. “El buen caballero que sea noble, haya ‘tenga’ el corazón ordenado de virtudes, sea cauto, prudente, justo, temperado, mesura­do, fuerte y esforzado, tenga gran fe en Dios, esperanza de su gloria, y haya caridad y buen amor a las gentes” (El Victorial).
8.4.2. El pensamiento en el Renacimiento
Eugenio Garin: La revolución intelectual del Renacimien­to, páginas 30 y siguientes.
• Su crítica está contra una concepción del mundo elaborada a través de la “lógica” y del lenguaje en que ésta se manifiesta y del que se sirve.
• Se defendía el valor de la “poesía”, por lo general entendi­da como “teología poética”. (La poesía toma un carácter de ciencia de lo absoluto, de lo perfecto, de lo trascendente).
• Cada vez se presentía con más fuerza la necesidad de establecer una reforma de la Iglesia. Esta revuelta religiosa identifica la Edad Media y sus tinieblas con el abandono por parte de la Iglesia y sus sacerdotes del auténtico sentido del mensaje de Cristo.
• Se admira a los griegos, los orientales, los textos bíblicos en sus versiones originales, la apelación a las fuentes de la vida, la verdad y la luz.
Paul Oskar Kristeller: Ocho filósofos del Renacimien­to italiano, páginas 193-206.
• El humanismo reúne en sus aspiraciones y en sus logros la destreza literaria, la erudición histórica y filológica y la sabiduría moral.
• Las humanidades significaban una especie de educación liberal. Un humanista era un representante profesional de los studia humanitatis que comprendían cinco materias: gramática, retórica, poética, historia y filosofía moral.
• La literatura humanística no se opuso a la religión o a la teología en su propio fundamento; más bien creó un gran cuerpo de conocimientos, literatura y pensamiento secu­lares que coexistieron con la teología y la religión.
José Antonio Maravall: “La época del Renacimiento”, en Historia universal de la medicina, tomo IV, páginas 1-19.
• El Renacimiento es una cultura de ciudad: por quienes la producen, por sus destinatarios, por sus temas, por sus manifestaciones. El crecimiento urbano vino a ser una de las causas de la nueva cultura.
• Renacimiento no quiere decir que vuelvan los antiguos, sino que de las cenizas del pasado emergen, sobre todos los precedentes, los tiempos nuevos. La relación con la An­tigüedad es vivida bajo este signo: conocerla, admirarla, para ir más allá.
• Con “conciencia de avance o progresiva”, las gentes de la época, esas gentes que desde comienzos del siglo XV empiezan a llamarse a sí mismas “modernos”, viven un sentimiento de novedad que se extiende al área entera de la obra humana: a las ciencias, los inventos técnicos, la economía, la guerra, el Estado, el arte, la poesía, la filosofía, etc.
Jaume Vicens Vives: Historia general moderna, tomo 1, páginas 11-68.
• El Renacimiento no sería la negación del Medioevo, sino su legítima prosecución mediante un súbito proceso de des­arrollo social acaecido en aquella centuria. Aunque siempre existirá una divisoria decisiva: la desempeñada por la crítica de la razón frente a un mundo de autoridades admitidas. Esta actitud es propiamente moderna; la carencia de ella, medie­val.
• En economía, se inaugura un tipo de actividad caracteri­zado por el deseo de lucro, el espíritu de empresa y la racionalización de la producción, el comercio y el negocio. En realidad, se trata de la fusión de dos principios diferentes: el de empresa, conquista y lucro, propio de la espiritualidad renacentista, y el de conservación y ordenamiento, caracte­rístico de la burguesía de la Baja Edad Media. Cuando ambos factores se integran en una unidad común, y se or­ganiza el cambio de productos de tal manera que colaboran en el mercado dos grupos distintos de población, uno que posee los medios de producción y otro que suministra el trabajo, todo ello enmarcado por las severas reglas del racionalismo económico, entonces aparece claramente el fenómeno capitalista.
• El maquiavelismo es una doctrina política positiva, en la que los grandes principios han de someterse a las exigen­cias fortuitas del momento y a una táctica oportunista. Desaparece con ello el tipo de soberano moderado, justo y generoso de los teorizantes medievales, para dar paso al príncipe que sólo tiene en cuenta el interés supremo del Estado, que es el suyo propio, y el de la opinión que lo secunda en sus empresas.
• El descubrimiento de los valores naturales tiene consecuencias insospechadas. De un lado, crece el interés por las narraciones de viajes en países exóticos, y se crea el ambiente propicio para los grandes descubrimientos, esti­mulados por geografías y cosmografías, antiguas y moder­nas, leídas por el público con afán hasta exagerado. Por otro, las ciencias de la naturaleza tienden a basarse en la consta­tación empírica de los fenómenos físicos, prescindiendo de las grandes construcciones filosóficas representadas por el aristotelismo.
• El hombre del Renacimiento es, en general, tolerante y poco dado a defender las grandes verdades absolutas. Cuida meticulosamente de su formación espiritual y de su educación física. Adorna su persona con ricos vestuarios, adereza su mesa fastuosamente, impone a su cuerpo reglas higiénicas, se rodea de grupos selectos y alardea de sus co­nocimientos culturales.
• Nace una cultura laica, impregnada de un subjetivismo radical, que se manifiesta en el campo de la cultura como relativismo. (Laica significa aquí ‘el establecimiento de un acuerdo entre su creciente conocimiento de los hechos de la naturaleza y su noción de la Divinidad’).
• La fe utópica en el progreso, la creencia en los derechos del hombre, se hallan larvados en el mismo Renacimiento.
• El siglo XV presencia un vigoroso desarrollo de la religiosidad en las masas populares. Este fenómeno es casi general, y constituye la plataforma adecuada sobre la que se cimentarán las reformas del siglo XVI: la católica y la protestante. Pero esa fuerza espiritual tiende a concentrarse en el interior de los individuos, a sentimentalizarse. El misticismo conmueve las almas, porque ellas mismas bus­can una religión individualista y personal.

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