Iglesias sin yedra y sin Verbo

01-11-2010.
Últimamente, la atención de gran parte de la ciudadanía ubetense se centra en la yedra de la iglesia de San Lorenzo, que ha sido desecada para proceder a la restauración del templo. Este hecho ha provocado la consiguiente y esperada polémica entre quienes están a favor y en contra del desmochado de esta planta trepadora. Siento mucho contradecir a los defensores de la permanencia de la yedra en tan inusual e inadecuado lugar, y no me son válidos invocar falsos argumentos acudiendo a la tradición y a la belleza estética del vegetal, que oculta la espadaña y media fachada de este querido monumento ubetense. ¿Cómo se puede hablar de tradición de algo que cuenta con no más de sesenta años de permanencia?

En cuanto a belleza, cierto es que se trata de un ejemplar de yedra singularmente bello y hermoso, pero totalmente inapropiado para un monumento diseñado para lucir en piedra desnuda. ¿Alguien ha pensado cómo quedaría la fachada del Ayuntamiento cubierta de yedra? ¿Y el Salvador? Yedra y fachadas son bellezas incompatibles, antagónicas, que cada una debe lucirse por separado. Algo parecido es el caso del laurel (excepcionalmente bello) que tapa gran parte del Hospital de Santiago, o los cipreses de la Puerta Graná, o los árboles que tapan el palacio del Marqués de Mancera en el paseo de Santa María, o los que tapan la fachada Sur de El Salvador. Todos están pidiendo a gritos ser trasplantados a otro lugar más adecuado.
Pero volvamos a las iglesias, porque vamos de iglesias, por dentro y por fuera. Esta vez, para destacar la belleza interior; pero no la material que se aprecia con los sentidos, sino la espiritual que se aprecia con el alma. El templo es la casa del Señor. Es imposible darle forma material a Dios; pero si algo pudiera aproximarse a ello, eso es la Palabra (con mayúscula), como dice muy bien San Juan en su Evangelio: «Al principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba frente a Dios, y la Palabra era Dios…».
A Dios lo conocemos por la Palabra. El Evangelio se transmite con la Palabra. A los templos asistimos a oír la Palabra. Si las iglesias de Úbeda, buena parte de ellas, no están preparadas para oír (repito: para escuchar la Palabra de Dios), se ha fracasado en el proceso de evangelización, se ha venido abajo el principal instrumento de la labor apostólica. La responsable de esta deficiencia es la pésima audición (megafonía, acústica y demás componentes); algo inadmisible, precisamente, en la era de la comunicación. Hace más de cuarenta años que el hombre llegó a la Luna. Ya se dispone de tecnología para visitar el planeta Marte y se envían sondas espaciales que nos mandan sonidos de los confines del Universo. Mientras aquí, en el planeta Tierra, existe una enorme dificultad para escuchar la palabra de Dios dentro de las cuatro paredes de su propia casa. También es fundamental la función de los oradores, en buena parte de los casos, que deben esmerarse en la labor de comunicar la Palabra, dando el énfasis adecuado, vocalizando apropiadamente y haciendo inteligible el mensaje.
El que tenga oídos que escuche.

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