
DÍA 8 DE AGOSTO, DOMINGO
Me he levantado poco antes de la ocho de la mañana y he visto que el firmamento azulado que ayer disfrutamos por estos lares, muy parecido por cierto al de Úbeda, no tanto al azul cobalto de París, ha desaparecido y se encuentra un tanto encapotado con unas suaves nubes blanco grisáceas que, conforme va pasando la mañana, van desapareciendo ‑abriéndose grandes huecos‑, pues el padre Sol quiere nuevamente mandar en el firmamento y proporcionarnos los casi treinta grados que ayer disfrutamos aquí durante el día.
Hemos estado hasta las doce del medio día en casa, esperando que viniese Sandrine y su familia, para marchar a ver la DUNE DE PYLA (PILAT) que está a unos sesenta kilómetros de aquí, aproximadamente. Esto nos ha servido para descansar y escribir este diario con una cierta tranquilidad, sin agobio de prisas precipitadas.
Cuando han llegado, nos hemos saludado efusivamente y hemos partido hacia allí, encontrándonos con varios “bouchones” ‑embotellamientos‑ en el camino. Lo mismo ha ocurrido al volver.

Ante la duna más grande de Europa.
Aunque peor ha sido la ida pues, como es domingo, nos encontramos por el camino con todos los playeros, más los que se marchan de vacaciones a España, Portugal o al sur de Francia.
Ascensión por la escalera.

Antonio, subiendo “arena a través”.

Comprobamos que está sumamente animada, especialmente la parte veraniega, donde multitud de veraneantes ocasionales o fijos están bañándose o tomando el sol en las frías aguas del Atlántico. Tanto es así que no hemos podido aparcar para dar una vuelta andando; pero Stéphane nos ha paseado por distintas “rues”, muchas de ellas arboladas, formando sombreados bulevares, por lo que quedamos contentos por ello.

En la cima de la duna. Al fondo el Océano Atlántico…


En el chalé de Stéphane.
Volvemos a casa a eso de las siete y media de la tarde y aquí permanecemos hasta pasadas las doce de la noche, que es cuando se marchan Sandrine y familia y Julien. Mientras, hemos estado toda la velada en el patio, departiendo y comiendo casi sin parar, primero una serie de aperitivos, para después tomar el famoso “ratatouille”, al estilo de la tía Paula. Hemos paladeado un buen yantar y recordado a nuestros antepasados o colaterales que, en nuestras conversaciones, siempre salen a relucir. ¡Qué mejor pago a su memoria que tenerlos siempre presentes y transmitir el testigo a nuestros hijos y descendientes!
Cenando en el chalé de Stéphane. El gran cocinero Antonio y sus ayudantes.


También han encendido la barbacoa para freír chorizos, salchichas árabes picantes y chistorras, así como pinchos o brochetas de carne y verduras, que han sabido muy bien, cocinados por Stéphane, ayudado por Antonio que, con su carácter afable y su afán de colaborar, se ha ganado al personal, pues no han tenido más remedio que ceder a ello, así como a quitar la mesa, cosa que, en principio, ellos no querían, pues piensan que los invitados no debemos hacer nada. Luego, Margui muestra los vídeos grabados por mis padres y tía María, que les encantan por la emotividad y espontaneidad de sus mensajes.
Stéphane los graba en su memoria externa.
Mathis alumbrando a las estrellas. Tom Reynaud con su bondadosa cara.


Ya hace un buen rato que marcharon Sandrine y Julien. Los demás se han acostado y yo estoy aquí, tratando de pergeñar esta crónica de viaje, con el fin de que mi flaca memoria no me falle. Mañana habremos de levantarnos a las ocho, pues antes de las nueve iremos a Burdeos, ya que tenemos una visita preparada expresamente por Julien, donde cogeremos el tranvía que se nutre de energía solar.
Hoy ha sido un día pleno de emociones, charla, abundante comida, bebida de exquisitos vinos de la región, así como de variados quesos, que son la carta de presentación de esta nuestra amada familia “Sánchez Cortés”, que vive en esta reposada y bendita tierra.