Nuevo encuentro de los Sánchez Cortés en Francia, 3

23-10‑2010.
DÍA 8 DE AGOSTO, DOMINGO
Me he levantado poco antes de la ocho de la mañana y he visto que el firmamento azulado que ayer disfrutamos por estos lares, muy parecido por cierto al de Úbeda, no tanto al azul cobalto de París, ha desaparecido y se encuentra un tanto encapotado con unas suaves nubes blanco grisáceas que, conforme va pasando la mañana, van desapareciendo ‑abriéndose grandes huecos‑, pues el padre Sol quiere nuevamente mandar en el firmamento y proporcionarnos los casi treinta grados que ayer disfrutamos aquí durante el día.

Hemos estado hasta las doce del medio día en casa, esperando que viniese Sandrine y su familia, para marchar a ver la DUNE DE PYLA (PILAT) que está a unos sesenta kilómetros de aquí, aproximadamente. Esto nos ha servido para descansar y escribir este diario con una cierta tranquilidad, sin agobio de prisas precipitadas.
Cuando han llegado, nos hemos saludado efusivamente y hemos partido hacia allí, encontrándonos con varios “bouchones” ‑embotellamientos‑ en el camino. Lo mismo ha ocurrido al volver.
Ante la duna más grande de Europa.
Aunque peor ha sido la ida pues, como es domingo, nos encontramos por el camino con todos los playeros, más los que se marchan de vacaciones a España, Portugal o al sur de Francia.
Ascensión por la escalera.
Arribamos cerca de las dos de la tarde a la duna más grande de Europa, que se mueve de 1 a 5 metros cada año, según se informa en los carteles turísticos, pues el viento la desplaza hacia el bosque. Allí comemos unos bocadillos de jamón de york y queso ‑bien caros, por cierto‑, siempre invitados por nuestros anfitriones, que no dejan que paguemos nada. Después, hacemos la escalada, unos por las escaleras preparadas al efecto y otros “arena a través”, para llegar a la cumbre y admirar un panorama indescriptible: a un lado el extenso bosque y al otro el inmenso océano Atlántico con multitud de barcos y deportistas náuticos y aéreos, así como unas islas al fondo que sólo son visitadas por gente acaudalada que tiene mucho dinero para tener un barco y navegar por esas frías aguas. En la cumbre estamos una hora, aproximadamente. La mayoría, tendidos en la arena, tomando el sol; y otros, paseándonos –yo, especialmente‑, pues la pierna y el talón no me dejan sentarme ni estar demasiado tiempo de pie. Incluso Margui llega a quemarse por el escote, que no ha untado con crema protectora. Hay multitud de turistas que hacen lo propio, mientras los más jóvenes y atrevidos se bajan por las zonas más pendientes, incluso mediante volteretas, para luego volver a subir a gatas, como si tal cosa. De todas formas, aunque nos ha gustado mucho la experiencia, vemos cómo se explota al personal que llega a conocer esta mole de arena de 100 metros de altura, tan especial, con multitud de chiringuitos de comida basura y la venta de productos más bien caros. En la cima, nos encontramos con Julien, que había estado ayudando a un amigo en un bar en la concentración musical, este fin de semana, que se ha producido cerca de estos lugares.
Antonio, subiendo “arena a través”.
A la vuelta hemos hecho una tournée en el coche por ARCACHON, ciudad bonita y arbolada con su doble personalidad en verano e invierno.
Comprobamos que está sumamente animada, especialmente la parte veraniega, donde multitud de veraneantes ocasionales o fijos están bañándose o tomando el sol en las frías aguas del Atlántico. Tanto es así que no hemos podido aparcar para dar una vuelta andando; pero Stéphane nos ha paseado por distintas “rues”, muchas de ellas arboladas, formando sombreados bulevares, por lo que quedamos contentos por ello.
En la cima de la duna. Al fondo el Océano Atlántico…
En el chalé de Stéphane.
Volvemos a casa a eso de las siete y media de la tarde y aquí permanecemos hasta pasadas las doce de la noche, que es cuando se marchan Sandrine y familia y Julien. Mientras, hemos estado toda la velada en el patio, departiendo y comiendo casi sin parar, primero una serie de aperitivos, para después tomar el famoso “ratatouille”, al estilo de la tía Paula. Hemos paladeado un buen yantar y recordado a nuestros antepasados o colaterales que, en nuestras conversaciones, siempre salen a relucir. ¡Qué mejor pago a su memoria que tenerlos siempre presentes y transmitir el testigo a nuestros hijos y descendientes!
Cenando en el chalé de Stéphane. El gran cocinero Antonio y sus ayudantes.
También han encendido la barbacoa para freír chorizos, salchichas árabes picantes y chistorras, así como pinchos o brochetas de carne y verduras, que han sabido muy bien, cocinados por Stéphane, ayudado por Antonio que, con su carácter afable y su afán de colaborar, se ha ganado al personal, pues no han tenido más remedio que ceder a ello, así como a quitar la mesa, cosa que, en principio, ellos no querían, pues piensan que los invitados no debemos hacer nada. Luego, Margui muestra los vídeos grabados por mis padres y tía María, que les encantan por la emotividad y espontaneidad de sus mensajes.
Stéphane los graba en su memoria externa.
Mathis alumbrando a las estrellas. Tom Reynaud con su bondadosa cara.
Ya hace un buen rato que marcharon Sandrine y Julien. Los demás se han acostado y yo estoy aquí, tratando de pergeñar esta crónica de viaje, con el fin de que mi flaca memoria no me falle. Mañana habremos de levantarnos a las ocho, pues antes de las nueve iremos a Burdeos, ya que tenemos una visita preparada expresamente por Julien, donde cogeremos el tranvía que se nutre de energía solar.
Hoy ha sido un día pleno de emociones, charla, abundante comida, bebida de exquisitos vinos de la región, así como de variados quesos, que son la carta de presentación de esta nuestra amada familia “Sánchez Cortés”, que vive en esta reposada y bendita tierra.

Deja una respuesta