Dos personajes de «Misericordia», y 2

Hacer un comentario de los personajes más notorios que discurren por la vida de Benina, o de los que ella socorre sin más razón que ver su necesidad, sería hacer un mal remedo de Misericordia; innecesario, porque la novela ya está ahí, magistral, desde hace muchos años. La novela son muchos personajes, además de Benina. Pero sí es ella el aglutinante de todos.

En principio, se tira a la calle, por socorrer calladamente a su señora, “Doña Paca”. Y en la calle, la realidad le trae a las personas; las personas, los problemas; y los problemas la obligan, sea quien sea el necesitado. No busca hacer caridad, porque ella es caridad. Y, cuando alguien sufre, no puede dejar de actuar tal cual es, y procura su socorro. Eso es lo que nos asombra de este personaje: sin un remilgo, advirtiendo incluso de que el otro se equivoca, Benina tiene que ayudar. Es imposible que haga otra cosa.
«—Debe usted conocerle, porque más granuja no lo hay en Madrid. […]
—No lo conozco… Yo no me trato con gente de esa».
Benina no es una mujer tonta (no es buena porque es tonta). Advierte todos los detalles, la bondad y la maldad, y pasa sobre ellos. Está muy dentro de su mundo, pero camina por encima de él, llevando un hálito de esperanza y de espíritu. Sin embargo, los mismos a los que socorre son quienes la desprecian. En un momento tenso de la novela, Galdós nos cuenta lo que sigue:
«En medio de este desbarajuste, las dos mujeres expresaron a Benina que su mayor apuro, a más del hambre, era pagar al casero, que no las dejaba vivir, reclamando a todas horas las tres semanas que se debían. Contestó la anciana que, con gran sentimiento, no se hallaba en disposición de sacarlas del compromiso, por carecer de dinero, y lo único que podía ofrecerles era una peseta, para que se remediaran aquel día y el siguiente. […] En la escalera, detuvieron a Benina dos vejanconas, una de las cuales le dijo con mal modo:
—¡Vaya, que confundirla a usted con doña Guillermina…! ¡Zopencos, más que burros! Si aquella era un ángel vestido de persona, y esta… bien se ve que es una “tía ordinaria”, que viene acá dándonos el pisto de repartir limosnas…
[…] No hizo caso la buena mujer, y siguió su camino; pero en la calle, o como quiera que se llame aquel espacio entre casas, se vio importunada por sinnúmero de ciegos, mancos y paralíticos, que le pedían con tenaz insistencia pan, o perras con que comprarlo. […] Se encaminó al vertedero donde esperaba encontrar al buen Mordejai. […] Mirando al grupo idílico que en la escombrera formaban los ancianos y el ciego, toda aquella gentuza empezó a vociferar […] que si era santa de pega; que si era una ladrona que se fingía beata para robar mejor… […] Aquello se iba poniendo malo, y no tardó en demostrarlo una piedra […] que Benina recibió en la paletilla, […]. Al poco rato, otra y otras. Levantáronse ambos despavoridos, y recogiendo en la cesta la comida, pensaron en ponerse a salvo. La “dama” cogió por el brazo a su caballero y le dijo:
—Vámonos, que nos matan».
Decir de esta extensa cita que es un cabal resumen de la intención de la novela, sería simplificar las cosas poco acertadamente. Pero no podemos sustraernos a su evidente alcance. Benina acude a una casa, llamada por una necesidad extraña. Benina está en olor de pobretería. Pero cuando no ayuda todo lo que los pobres esperan, la desprecian. Más: la apedrean. No hay una sola recriminación por parte de ella. Solo se retira. Y, naturalmente, no huye sola: allí está el desvalido, Almudena, al que debe ayudar. Para los maleantes que los contemplaban en el monte de escoria, aquello eran arrumacos de vieja. El novelista nos aclara, entrecomillando, que «la “dama” cogió por el brazo a su caballero». Ella, que no es dama, salva al caballero. Nada más extraño a un idilio. En todo caso, nada más crudo.
No todo es ingratitud. La familia de “doña Paca” le perdona (extraña moral) que limosnee en compañía de un moro. Como, por avatares de la fortuna, son nuevos ricos, reconocen la deuda que tienen con el desvelo de Benina. Nunca la abandonarán. Pero Nina no podrá entrar más en casa. Le asignarán una limosna. Efectivamente, no todo es ingratitud; pero qué parcela más menguada de cariño le conceden: una limosna. Benina estalla por dentro; por fuera solo contesta: «No señora… Ya sabe que yo no me enfado… Adiós, adiós».
Y su carácter práctico le indicó que debía empezar de nuevo, al lado de aquel Almudena, ciego, pobre y, ahora, incipiente leproso. Se fue a vivir con él.
Redactado el 15-11-1976.

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