Vicisitudes de la vejez, 4

Por Fernando Sánchez Resa.

Con la edad que tengo, ya todo me está permitido, entiéndase en lo referente a hablar y expresar mi opinión sobre cualquier tema, sin pelos en la lengua ni subterfugios ni edulcoramientos, para que la verdad brille por sí sola, al menos “mi verdad”, pues como decía aquel filósofo: «Voy siempre buscándola, aunque por el camino vaya ayudándome de la de los demás y pretenda unificarla».

(Referido parte del texto siguiente por una anciana). «El engaño de la vida» era la frase más repetida de mis abuelos y padres (y sus respectivas cohortes de edad), en la última etapa de su vida; y, a veces, en otras. Ahora, que ya estoy instalada en esa senda de mi existencia, me voy dando cuenta de cuánta razón llevaban, aunque yo, cuando tenía otra edad (siendo más niña, joven o adulta) no lo entendiese por aquel entonces. Por eso, me pongo a razonar este asunto a base de preguntas, que no tienen fáciles respuestas, aunque algún lector amable me podría ayudar.

¿De dónde venimos? ¿Adónde vamos, cuando nos marchamos para siempre? ¿Qué hacemos aquí durante los años que tengamos vida saludable o algo menos? ¿Cómo no sentir desazón y melancolía cuando se van perdiendo paulatinamente familiares y amigos queridos, y/o facultades físicas y mentales propias, en una cuesta abajo, sin frenos, en el que nos posicionamos o nos colocan en la pendiente final de la vida?, etc.

No es que me encuentre yo en un momento depresivo especialmente delicado, gracias a Dios, sino en un momento de reflexión e introspección profundos, en el que analizo lo que he vivido hasta la fecha y todo lo que me rodea, pues observo cómo el mundo marcha irremisiblemente al despeñadero, como ya dijeran mis antepasados más próximos, cuando enfilaron la senectud de su vida. Posiblemente que todo sea circular o cíclico y se repita periódicamente, como describían antaño filósofos y pensadores avezados, analizando la rueda de la vida, mientras el tráfago actual no había explosionado de manera tan patente.

Por eso, elucubro también -y ahora- sobre el conocido débito o deber conyugal de ambos contrayentes, especialmente del lado femenino, y otros más, dándome en qué pensar y que se lo transmito a usted amablemente.

Este término ha ido cambiado de ayer a hoy radicalmente, pues si antaño, en mi larga y experimentada vida matrimonial, eran los curas los que aconsejaban a los casados, especialmente a nosotras, cumplir con ese precepto no escrito; ahora son los psicólogos los que lo cuestionan abiertamente, pues nos aseguran que debe primar la libertad absoluta de ambos cónyuges o componentes de la nueva pareja o matrimonio a la hora de acometer las relaciones carnales (aunque ahora esté en boga decir sexuales).

Además de que, por modas de nueva y más guay modernidad, ese débito puede y debe ser mutuo y reversible en la pareja, que no ya en el matrimonio católico que, por desgracia, va cayendo en obsolescencia cuando los medios de comunicación y la vida que llevamos actualmente nos bombardean continuamente aconsejándonos, mejor imponiéndonoslos sibilinamente, todo lo que tenemos que hacer en los variados temas de salud, dinero, amor, relaciones de todo tipo, etc.; aunque se encuentre encontradamente relacionado con el débito filiar y otros varios, tan acallados por mutuo acuerdo de los que mandan en el negocio de la vida y los medios de comunicación.

Cuando hoy en día todos sabemos que siguen habiendo otros muchos débitos que cumplir y saldar y que nos los saltamos a la torera, pues ya no se llevan ni es pecado: socorrer al pobre; proporcionar el débito amoroso y comportamental al hermano, compañero, amigo o enemigo…; ejercer la amabilidad y la bondad con cualquier ser humano y animal, etc.

Débito filial, débito amigal, débito fraterno, débito paterno o materno, etc. ¡Cuántos débitos hemos de saldar que nos podrían proporcionar la tranquilidad de espíritu y la limpieza de conciencia que, por desgracia, cada vez vamos teniendo en menos cuantía y valía…!

Otro tema de reflexión que me asalta últimamente es el “Apocalipsis now” que nos tienen programado, casi de continuo, los que en verdad mueven los hilos de nuestra vida terrenal, pretendiendo destruir nuestra sociedad occidental tal y como la conocemos, al igual que lo hicieron antiguamente añosas civilizaciones por el poder pujante de las nuevas naciones o sociedades. Hoy van buscando disolver las nacionalidades constituidas, empezando el fatídico experimento por la vieja Europa (en España bien tenemos un mal ejemplo con su pretendida desmembración), diciendo, a su vez, fuera a las tres religiones monoteístas: cristiana, musulmana y judía, pero empezando curiosamente por la destrucción a muerte de la primera…; y tratando de disolver las individualidades como ente personal único e irrepetible de cada existencia humana, destruyendo la individualidad sexual propia -desde bien pequeño- para no saber qué identidad personal y social se tiene y para que la manipulación sea total, nada mejor para ello -como caldo preparado- para que el niño o la niña, el joven e incluso el adulto no se sientan nunca contentos con su identidad sexual y pretendan cambiarla como quien cambia una prenda de vestir; y todo ello a cargo de los presupuestos del estado…

En fin, amable lector, perdóname que esta vez me haya ido por las ramas o por los famosos “Cerros de Úbeda”, que ya don Miguel de Cervantes nos advirtiera en su Quijote, en los variados temas tocados en este artículo, pero me apetecía hacerlo ya que tengo una edad en la que todo se me perdona, pues algunos creen que viene deformado por una mente ñoña y anticuada, cuando creo firmemente que mi lucidez mental todavía brilla por su paradójica y aguda presencia, aunque sea inmodesto decirlo.

Sevilla, 5 de julio de 2019.

fernandosanchezresa@hotmail.com

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