Vicisitudes de la vejez, 3

 

Por Fernando Sánchez Resa.

Nuevamente me pongo las pilas para irles contando a ustedes cómo transcurre mi vivir cotidiano en esta nueva casa, refugio de la senectud, en la que me encuentro y de la que me gustaría partir pronto en busca del “más allá” cristiano que tanto y tan bien me enseñaron mis padres y maestras, en el colegio al que fui, hace ya tanto años que ya casi ni me acuerdo; aunque tengo que reconocer que algún síntoma depresivo me atenaza, como a la mayoría de mis compañeros y vecinos, sin que yo haya sido nunca propensa a padecer esta enfermedad del siglo XXI que, por desgracia, la población occidental padece tan frecuentemente.

Me obligan a levantarme a una hora prudencial con el fin de que no pierda los hábitos y las referencias tan necesarias para hacer una vida lo más normal posible. No quieren que llegue al lamentable estado en que se encuentran algunos ancianos que viven solos en sus casas (cosa demasiado frecuente en la España rural y urbana de hoy), por la inversión progresiva de los horarios de vigilia y sueño, llegando a dormir durante el día y estar despiertos toda la noche.

Luego, tras asearme (la ducha es obligatoria, dos veces a la semana) y vestirme, gracias a Dios que lo puedo hacer todavía sola, bajo a desayunar, tomando el ascensor, ya que vivo en la primera planta y el comedor se encuentra en los bajos del edificio. Allí me encuentro con mis nuevas amistades o colegas y hablamos hasta por los codos de nuestras múltiples dolencias y achaques, siendo éste un tema recurrente, en cualquier conversación que se precie, incluso tratando de ganar esa competición absurda de demostrar quién está más malito y toma más medicinas o ha tenido más intervenciones quirúrgicas hasta la fecha.

Como en todo grupo humano hay distintas tipologías humanas, físicas y psicológicas, aunque a todos nos hermanen las arrugas en la piel y el deterioro físico en general (y, en demasiadas veces, el mental), mustiando lo que fue bello y juvenil en nuestros cuerpos y vidas (¡qué pena, cuanto más se piensa!; y no vale aquello de “mal de muchos, consuelo de tontos” ni de que todo el mundo acabaremos así, si es que no nos morimos antes), que nos hacen estar entretenidas; y lo digo en femenino, porque además de ser más mujeres que hombres en esta residencia, fiel reflejo de la estadística poblacional nacional, a nuestra edad y más yo, en particular, sin ser demasiado tímida, no me apetece emprender nuevas amistades masculinas que parece que por decreto ley o de vida y años deberán terminar en boda o algo parecido…

Después, afrontamos la mañana con una panoplia de actividades físicas o mentales con el fin de tenernos entretenidos como a los parvulitos del cole para que no pensemos demasiado en nuestros males y estados vitales indeseables. Unos, van a hacer ejercicios físicos moderados con la monitora de turno; algunos, a visionar fotos o películas con el fin de ejercitar la memoria y recordar lo bonito que tuvieron nuestras vidas en su juventud y madurez, dichosas al fin, cuando el mundo lo conquistábamos nosotras y no al revés, como ocurre ahora; otros, van de visita diaria al médico o psicólogo, pues han de contarle sus cuitas y problemas con el fin de paliar las preocupaciones o ansiedades que les ahogan por todos sitios. También hay quien tiene mucha suerte y recibe una visita esperada o inesperada que le alegra la mañana, cual regalo de chocolate acaramelado para el niño o infante. Incluso, escogidos residentes, acuden a su misa diaria de forma voluntaria, pues ya no estamos en ninguna dictadura política, aunque tengamos otras que no nos queramos dar cuenta, que le servirá de gotero emotivo y mental para toda la jornada.

A continuación, llega la comida, a una hora temprana, y la siesta, que unos toman encamados y otros, como yo, descabezándola en el sillón, pues si con la edad se nos va yendo el sueño, no me faltaba nada más que echar unas horas de siesta para no dormir en toda la noche, puesto que el cupo de sueño del anciano es cada vez más restringido y, si se coge durante el día, lo pagará ciriales durante la noche, estando en una vigilia permanente en la que la “lavadora mental” de su cerebro le traerá, una y otra vez, preocupaciones, proyectos imposibles, remozados temores, antiguas y enraizadas fobias, etc., que con el sigilo de la noche se harán monstruos caníbales de su descanso…

Úbeda, 24 de mayo de 2019.

fernandosanchezresa@hotmail.com

 

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