Por Manuel Jurado López.
II
No es saludable tener apretado el nudo de la corbata.
DECLARACIÓN
En este asunto –un tanto delicado-
habrá que ir por partes. Bien, de acuerdo:
no soy el que esperabas. Tengo arritmia
-no mido bien los versos-, luzco ojeras
profundas en el alma, dessoneto,
no plancho mis camisas y no marco
las pausas, se me ha agudizado el asma,
herencia del tiempo de la humedad
de tus labios, de tu melena limpia.
Cuando leo el periódico, no escucho
cómo cae la lluvia, tan solemne
y amarilla, en los pétalos jacintos.
Te irritas cuando fumo y se derrama
la ceniza en el suelo y pasa el gato
que, cínico, la esparce por la sala.
Me molestan los trajes y corbatas
que me impones por dura preceptiva.
Nunca he sido elegante. Soy de barrio
y mi caligrafía es de suburbio.
Siempre llevo islas en los bolsillos,
las islas inventadas, luminosas.
No suelo colocar correctamente
un adjetivo en una frase. Sufro
fuertes pérdidas de tiempo escribiendo
tu nombre una y mil veces, por castigo
y galardón. Si he de serte sincero:
yo te esperaba impura y enigmática.
EL VISITANTE
Puedo andar con los pies descalzos
por la alfombra de musgo
que crece entre las piedras de los altos
peldaños del olvido.
Puedo andar desnudo, traspasar las paredes
de las habitaciones
donde otros muertos tienen ya mi rostro
demacrado y tranquilo.
Puedo tenderme otra vez sobre el lecho,
reinterpretar mi muerte,
escuchar el armonio becqueriano
y esperar a que alguien
ponga una flor o una cruz en mis dedos.