Por Mariano Valcárcel González.
Cuando daba clases de fotografía, les decía a mis alumnos que no siempre las fotos representaban la realidad objetiva, que no siempre eran verdad. Aunque también es verdad lo contrario; que, a veces, una foto es una verdad manifiesta.
Hay fotografías que te estallan en los ojos, que te ciegan con su tremenda verdad, esa que no quisiéramos ver, ni entender, ni conocer. Hay fotografías que duelen. Ya puse algún ejemplo en un trabajo de hace tiempo. Hay fotografías que te ponen en tu sitio, en el que no quisieras estar; que te llaman imperiosamente a tu conciencia. Las hay ejemplares.
Hace unos días, me tropecé con una foto de esas que te hacen pensar. Era del año 1936 en la Alemania nazificada. En la misma, se ve una multitud de gente, muchos con el uniforme de las SS o SA, todos brazo en alto en saludo fascista, tal vez al paso del Führer; miento, todos no, hay un hombre, en medio del bosque alzado, que mantiene sus brazos cruzados. ¡Mantiene los brazos cruzados sobre el pecho cuando, a su alrededor, hay gentes del partido, nazis convencidos y hasta fanatizados, miembros de las SA y de las temibles SS! Tal vez piense que su deber es hacer (no hacer) lo que hace… Pero es que es un deber que le puede costar muy caro. Pero se planta.
Es un verdadero héroe.
Hay que ser un héroe para obedecer a las convicciones, aunque estas nos lleven a contra corriente. Hay que tener madera de héroe, fuerza de héroe para ser uno mismo cuando se exige ser mero miembro de una masa amorfa y obediente, masa dirigida y apacentada. Se lleva mucho esto de ser “común”, estar “en común”, ir con “la marea”; pero no nos engañemos: ello significa sumergirse en un todo y perder la individualidad; ello significa renunciar al criterio propio, porque se abandona, nos abandonamos, al criterio que otros tienen, a las decisiones que otros, en nombre del todo, imponen; decisiones y criterios individuales que terminan imponiéndose sobre los demás individualismos, anulados. Entonces, en estas circunstancias, hay que ser muy héroe para alzarse y decir ¡no!
Cuando estás solo frente a una estructura que te quiere obligar a hacer lo que no quieres, lo que es injusto, a adaptarte y someterte es cuando puede surgir el héroe desconocido que llevas dentro, o no. Afrontar y enfrentar las injusticias, sea porque te las aplican a ti o sea porque se las aplican a otros, es tarea hercúlea. O tarea suicida. Pues ir contra la corriente es penoso y peligroso y no siempre se sale incólume del intento. Se puede ser héroe en el trabajo, en el partido, en tu asociación, en la vida en general…
Se vive mejor de la otra forma, como dice el sabio (que por eso lo debe ser, al menos vivió para contarlo), hay que ser como el junco, flexible ante el poderoso viento. Hay mucho personal que sabe nadar y guardar la ropa; mejor aún, que guarda bien la ropa y logra que otros lo lleven encima en la travesía, sin tener por ello que mojarse. No son héroes ni lo pretenden, porque su idea básica es sobrevivir y, si puede ser, ascender, progresar en su escala y saltar a otra de más nivel; pero con vivir sin sobresaltos ni exposiciones, se conforman.
Cuando el victorioso Franco celebraba sus 25 Años de Paz, mi padre, como empleado municipal que era (y su plaza la sacó en la República), hubo de poner en el balcón una bandera nacional, a lo cual yo, en mi bisoñez adolescente, me oponía por mera intuición opositora al mandato perentorio sobre la masa, que había de obedecer sumisamente; que mi padre hiciese lo correcto para no significarse era lo que implícitamente se le estaba pidiendo. Así pasa muchas veces y entiendo a quienes, en peligro cierto de su situación personal y familiar, optan por ser juncos; mas no quiero entender a quienes, por el mero hecho de parecer más lo que sea ante jefes y mandatarios, se esfuerzan y fuerzan a los demás a humillarse y diluirse en la masa amorfa y complaciente. Hay quienes disfrutan con ello.
Creo que hay, en realidad, muchos héroes verdaderos, anónimos, que andan por este mundo arriesgándose; héroes que quieren ser ellos mismos, sin renunciar a serlo ni a sus convicciones y que no comulgan con las ruedas de molino, bien pesadas, que se les quiere hacer tragar. Héroes que plantan cara al injusto, exhibiendo su honrada travesía, su honesto comportamiento. No son héroes falsos de bandera y soflama, de consigna y griterío, de tanta careta como circunstancias se la exijan poner. No es héroe quien un día, inesperadamente y sin haber sido advertido, sucumbe a un atentado, a una bomba; no lo es; el héroe es quien, habiendo sido avisado de esa posibilidad, sigue en su puesto o porque es su deber o porque no quiere ceder al chantaje. Son gente de una pieza.
También los hay en contrario y, como ya he escrito, el problema no es que existan quienes no quieren ni desean ni tienen madera de héroes; que en su derecho y hacer está el no serlo; el problema se complica cuando esos no héroes se dedican a anular, a perseguir, a delatar, e incluso a peores cosas, a quienes tampoco desean ser héroes, pero no consienten que se les marque el paso, la vida, de modo tan ominoso, convirtiéndose entonces, si no transigen, en esos héroes a los que se quería hacer desaparecer. Hay veces que uno se convierte en héroe a la fuerza, porque ya no puede ser otra cosa; hasta ese extremo lo han llevado. Por eso, en las dictaduras, hay tanta multitud adherida con aparente entusiasmo al poder, juncos que se doblan uniformemente ante el poderoso viento, y pocos que en cuanto expresan alguna objeción en público (o privadamente, siempre hay espías), siquiera sea leve, quedan marcados y expuestos al castigo inmediato.
Por eso es tan fácil y monótono ser junco.