¡Socialista, me vas a encontrar…!
Toda una declaración de intenciones, ciertamente, fina y discreta por sí misma. ¡Socialista, me vas a encontrar…! dirigida a un abogado que representaba al PSOE (y que pedía la cárcel provisional para el sujeto amenazante, cosa que consiguió).
¿Quién era el sujeto de marras?, un demócrata de toda la vida, se ve, un puntal en nuestro sistema político, uno del PP muy importante, nada más y nada menos que su gerente y tesorero (ex), y senador por el mismo partido (también ex) y muy considerado por la cúpula de esa formación; vamos, que se rasgaban la camisa ¡como Camarón!, pero no porque hubiese boda, sino porque todos los años en que el tal se mantuvo fueron una perpetua boda, vamos un bodorrio continuo, en los que se repartía de todo y a casi todos.
Sí, el emisor de tal amenaza la hacía con premeditación y alevosía, dándose cuenta de lo que hacía y de las consecuencias que esa decisión judicial le entrañaba, que él, su persona intocable pasaría las rejas de entrada a la cárcel, que tendría que pernoctar en la misma a la espera de los recursos (que sin duda darían sus frutos) de sus abogados o de las maniobras que desde el partido tenían la obligación de hacer para sacarlo del trullo… Pero no podía consentir esa afrenta, él, que tanto sabía…
Ya escribí que recomiendo, como lectura de cabecera, el libro de Paul Preston, “El holocausto español”, y lo sigo recomendando. Porque nos da las claves de lo que pasó y, lo que es peor, de lo que está pasando. Y, por las mismas, se entiende que este señor tan importante, que se permitía estancias de negocios y lúdicas en Suiza, en Canadá y demás lugares exóticos vedados a la mayoría de currantes (los que curraban antes y los que ahora quedan currando) españoles, se permitiese la amenaza, para él un mandamiento perentorio contra “el socialista”, el que nunca debió ni inmiscuirse ni incordiarle en sus asuntos. En los prolegómenos de la contienda incivil se desarrollaron todos los males que en ella y de ella se siguieron. Principalmente el incivismo, la intolerancia, el odio hacia los demás.
Porque la plebe no tiene derecho a cuestionar los asuntos de tan grandes personajes, ni de incordiarles con molestas preguntas (la prensa, ¿dónde anda la prensa?), ni de pedirles cuentas de sus actos. La plebe debe bajar la cabeza y trabajar, si es por lo mínimo y sin derechos, mejor. Menos todavía, el populacho no entiende cómo se pueden hacer pingües negocios y realizar milagros ante los que Jesús, con sus panes y sus peces, se quedaría atónito. Como dice este sujeto que ha hecho con su dinero (bueno, tan suyo como tal vez nuestro). Porque los privilegiados lo son por alguna razón, indiscutible.
Todos estos, enlazados por los intereses creados (Benavente, te quedaste corto con tu teatro amable y burgués) se entienden, ellos sí que se entienden… Por eso, lo que está pasando nos parece, a la ruin masa, cosa de pasmo. Que no entendemos por qué a ese señor se le seguía pagando un sueldo hasta hace poquísimos meses (¿sería para que se mantuviese calladito?), ni que la instrucción judicial se prolongase sin medidas cautelares (¿sería para facilitarle una huída del país?), ni que se pusiese la mano en el fuego, cual ordalía medieval, por el honor del ex y ahora se mire para otro lado, sin comentarios.
Y lo mejor de todo, que nadie dimita. Porque va quedando meridianamente claro que muchos se cobraron sus sobresueldos por el mucho interés que ponían en el ejercicio de su labor pública, fuese en cargos orgánicos del partido, fuese en cargos oficiales de la administración. Y esos sobres y sueldos se los procuraba este magnífico administrador, que sabía controlarlos, ordenarlos, manejarlos y distribuirlos a quienes debía. Cuando más declaraban estos cargos populares su sacrificio por el interés público, más recibían del tesorero fiel.
Y, claro, ahora ¿cómo decir que era verdad lo de las entregas bajo mano?; ¿cómo admitir que se recibía lo que no se debía recibir?; ¿cómo declarar que ellos no trabajaron, ni trabajan nunca por el amor al arte, ni a la democracia, ni al pueblo (de derechas que dicen querer tanto), sino por sus solos y únicos y personales intereses…?
El encarcelado se hace estas preguntas, también y con toda seguridad, y queda atónito… ¿Cómo se ha llegado a esta situación? No lo concibe. Esperará porque, seguro, ya le habrán hecho llegar ciertas seguridades sobre su caso; mas la duda le perseguirá en estos días. Porque la amenaza está ahí: la de tener que mantenerse más tiempo del debido en el trullo y la de llegar a juicio siendo el único inculpado en todo este enredo. Eso sería lo que no estuviese dispuesto a admitir ni consentir, y entonces…, pues…