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El abuelo del emperador Marco Aurelio

10-04-2011.

Siempre había algún cura que nos decía: «La continencia y moderación, lejos de dañar el amor conyugal, le otorga mayor valor humano». Era triste pensar que nuestros abuelos, los pobres, por haber tenido diez o doce hijos, se habían pasado la vida perjudicando los valores de la Humanidad. También nos decían que «mirar a la novia con concupiscencia» era pecado mortal. Seguramente, les hubiera gustado que la mirásemos como se miraba el catecismo o un cuadro de San Leoncio. Y, en materia de planificación familiar, nos inculcaban que el acto sexual sólo tenía como fin la procreación. En fin, que si ibas a buscar la “parejita” y eras certero en el intento, tu vida sexual se limitaba a un par de asaltos en toda tu carrera matrimonial.

Seguramente, dentro de unos años, los jóvenes se reirán de nuestros políticos actuales como hoy nos reímos de las barbaridades de nuestros viejos educadores. Sus excesos verbales y sus mentiras se van amontonando, hasta perturbar la realidad de manera insuperable. Se dice una cosa, pero se piensa la contraria. Antes de las elecciones, todo el mundo habla de pactos, moderación, oposición constructiva y mano franca tendida al rival. Pero, cuando se obtienen los votos necesarios para seguir tirando de despacho, secretaria, Visa, móvil, coche y chófer oficial pagados por el pueblo‑, nadie se acuerda de los pactos, ni alianzas prometidos. Los partidos ‑eso lo sabe hasta el más tonto‑ buscan los pactos cuando no son capaces de conseguir votos.

La lacra más profunda que padece nuestra sociedad, sin lugar a dudas, es la mentira. El partido que pierde las elecciones y el que las gana tienen especialistas en hacer frases, a sabiendas de que no se corresponden con sus intenciones ni siquiera con la realidad. Tender la mano al rival queda muy bien, como frase, ante los medios de “confusión” y es «un detalle de buena crianza», como decía don Enrique Tierno. No obstante, si existiera algún político que en el colmo de la ingenuidad aceptara la mano tendida que le ofrece el rival, correría el riesgo de quedar en ridículo al intentar estrecharla. El otro se la llevaría a la altura de la oreja, dejándole con tres palmos de narices.

Al día siguiente de ganar las elecciones, el señor Rodríguez Zapatero, que siempre había presumido de hacer una oposición civilizada, ponía en marcha el Pacto del Tinell, que estipulaba nada menos que por escrito la imposibilidad de establecer acuerdos con el Partido Popular. La medida significaba excluir a casi la mitad de los ciudadanos en la elaboración de las leyes que nos afectan a todos. Ni más ni menos. Todo un ejemplo de coherencia, moderación y responsabilidad política, como puede observarse a simple vista.

Hay un viejo refrán que dice: «Por la boca muere el pez; y el hombre, por la palabra». Debería exigirse, tanto al que habla como al que escribe, la responsabilidad de sus palabras. La mentira, venga de donde venga, es peligrosa. Cuánto daño ha hecho a la Iglesia el radicalismo de algunos sacerdotes. Qué funesta y peligrosa es la falsificación deliberada de la realidad por parte de algunos políticos.

Decía Marco Aurelio, el gran emperador romano, que agradecía a su abuelo Vero el no haber sido nunca «ni verde, ni azul».

Barcelona, 28 de marzo de 2011.

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