¡Mucho más que un colegio!, 1

Por Fernando Sánchez Resa.

Hasta Sevilla me han llegado los ecos de una efeméride importante: el cumplimiento de los 50 primeros años de la fundación del CEIP “Virgen de Guadalupe”, un colegio ubetense con solera que merece celebrarlo por todo lo alto: enseñando, educando y divirtiendo a los millares de alumnos que han tenido la suerte de pasar por sus aulas; aunque también sería bueno recordar al resto del personal interviniente en esta institución educativa: los docentes, el personal no docente o de servicios y la asociaciones de padres y madres que han contribuido a que este centro educativo llegue a cumplir tantos años de historia. Y siempre llevando muy a gala, en su frontispicio, el nombre y la imagen de la patrona de la “Ciudad de los Cerros”, como estandarte de enganche y carnet identificativo, dando prestigio al barrio de san Pedro, en el que se encuentra enclavado, y a la clase media que lo conforma, disfruta y surte de alumnado.

Su directora actual, Juana Mari Cantos Talavera, tan intrépida y emprendedora como siempre, ha pedido a todo aquel que haya pasado por sus lares que fabrique un minuto de grabación para airear las experiencias que atesore en su memoria, con el fin de elaborar un gran panel informativo y emotivo de este impar colegio ubetense. Yo he preferido elaborar este artículo recordando que también estuve allí.

Su andadura educativa ha sido prolongada y fructífera, plagada de infinitos momentos, normales y cotidianos la mayoría; otros, más sobresalientes y dignos de recordar, pero que con el paso de los años, seguramente, se han convertido en sublimes, gloriosos o melancólicos, sobre todo, para los que vamos entrando en la provecta edad en la que miramos la vida con ojos diferentes. Es obvio que también hubo algunos hitos o eventos menos festejables, negativos o escasamente recordables. No obstante, sabemos que cada discente, docente, padre/madre o personal no docente los atesora y los lleva impresos en el hondón de su memoria, porque todos sabemos que la infancia es una etapa crucial en nuestro desarrollo y formación que siempre añoraremos; y más, cuanto más años vamos cumpliendo.

Las instituciones de todo tipo, especialmente las educativas, son como las personas, unas más acogedoras que otras y con rasgos definitorios incuestionables, aunque todas se parezcan bastante; pero como, en definitiva, están constituidas por individuos de carne y hueso, con sus defectos y virtudes, como es natural, llegan a ser más o menos entrañables y en el transcurrir del tiempo se van añorando (o quizás no); especialmente cuando van pasando los años y la melancolía inunda corazones y mentes al comprobar que el tiempo huye fugitivo, mientras va ganándole terreno a la vida en cada uno de nosotros.

Tuve la suerte de ejercer de maestro allí durante tres años, administrativamente hablando, aunque en realidad fueron dos, porque el primero estuve desplazado en el CEIP “Matemático Gallego Díaz”. Antes no pude visitar sus aulas y patios de recreo, puesto que se fundó en 1969, mientras yo estaba haciendo el bachillerato superior en los Salesianos de Úbeda y a punto de dar el salto a la Safa para estudiar magisterio. Por eso, me perdí los trepidantes y gratificantes primeros tiempos de su nacimiento y fundación, cuando las ilusiones se hallaban desbordadas; aunque más tarde sí tuve la suerte de conocer a algunos de aquellos titanes fundadores de este centro, pilares sobre los que se fue consolidando su buen hacer pedagógico, pues se constituyeron en protagonistas docentes indiscutibles con demostrada y dilatada valía educativa. No puedo olvidarme, especialmente, de mi amiga Mª José Morillas Molero (http://www.aasafaubeda.com/index.php/63-parte-de-nuestra-historia/3657-carta-a-una-gran-amiga) que murió demasiado pronto, a las puertas de su jubilación, y no pudo recoger las merecidas mieses de su larga trayectoria educativa y de directora. Desde el cielo estará enterada de todo…

En este singular centro educativo, ejercí un bienio, como maestro de primer ciclo de primaria, disfrutando de la niñez más auténtica, enseñando a leer y escribir (las antiguas tres instrumentales: lectura, escritura y cálculo, tan fundamentales siempre) a mis queridos alumnos, que aún bien recuerdo, en la sección de San Miguel, que era como se le llamaba oficialmente, o barrio de La Guita (que era como se le conocía vulgarmente, porque era un barrio que tenía las puertas de la calle pequeñas, por lo que -a menudo- iban sus compradores con una guita para comprobar si por la puerta podría entrar el mobiliario adquirido). Mi hija mayor (Margarita) estuvo el primer curso de párvulos, como alumna de Loli Higueras, guardando buenos recuerdos y vivencias de las que alguna que otra vez hablamos. Ella podría decirnos tantas cosas de sus cándidos cuatro años. Al igual que mi querida esposa, Margarita Latorre García, que ejerció sus 25 últimos años de maestra, migrando por sus distintos edificios, empezando por el de La Guita, del que guarda tan buenos recuerdos de compañerismo y bondad infantil, habiendo sido decana de su claustro por bastante tiempo; además de haber realizado las prácticas de enseñanza, el curso tercero de su carrera de magisterio del plan 1967, en este cole, también; siempre tratando de llegar a la altura de “los pesos pesados del magisterio de pata negra” de este centro educativo como fueron: Manoli Martos; Manoli Campos; Filo Quesada; Pedro Martínez Magaña; la llorada y malograda, Conchi Jiménez; y su marido, el incombustible corredor de fondo, Pepe Aparicio; Manolo Marín; Pepita Medina; Pepita Uclés; Manuel Rodríguez Fernández; Estrella Espinar; Felisa; Pedro Millán Moriano; Prudencio Mata; Consuelo Toro Zurera, Lourdes Marlasca, Balbina Estero Álamo y tantos otros. Algunos ya gozan del descanso eterno, mientras que otros disfrutan aún de su jubilación gloriosa y merecida. ¡Ojalá que por muchos años…!

No se me pueden olvidar las generaciones siguientes de docentes que han contribuido tanto a realzar y afirmar este singular cole, amén de los más nuevos que hoy navegan por el proceloso y cambiante mundo de la enseñanza, aunque la lista sería larguísima: Martín de la Torre Fernández, Rosa María Llinares Armengot, Rosa Mari Latorre Martín, Mari Carmen Calles, Mari Carmen Ruiz Ara, Julio Martos Jaramillo, Dulce María López Barbero, María José Arza y tantos otros que actualmente también disfrutan de su merecida y ganada jubilación, tras contribuir con todas sus fuerzas y sapiencia para que la nave educativa, en la que viajaban como marineros de a pie, llegase a buen puerto, siempre enseñando y educando a la tripulación de gente menuda que les tocó en suerte modelar. La mayoría disfrutan de su jubilación merecida, si no han sido tocados por la inexorable parca. Espero que durante muchos años sigan gozando de salud y temple mental.

fernandosanchezresa@hotmail.com

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