Curiosidades de la Historia

La historia es una ciencia que arrastra el baldón de ser aburrida, tediosa, una simple enumeración de nombres y fechas, un peñazo, vamos… Y algo de razón hay en ello, sobre todo por el sistema pedagógico que hemos arrastrado hasta finales del siglo XX. Un sistema que se basaba en la memorización, la repetición y la simple acumulación de datos no puede pretender ser la alegría de la huerta… Pero la historia es la ciencia que investiga, conoce e interpreta el pasado de la humanidad para ayudarle a entender el presente y hasta discernir las posibles líneas del futuro. E incluso puede ser fuente de relajación, de lectura amena y hasta de provocar alguna sonrisa en el lector. Veamos si somos capaces de ello. Empecemos por un episodio capital: la que se considera chispa de la Revolución Francesa, la toma de la Bastilla no fue para liberar presos políticos… De hecho, no había ni uno. Sólo había siete cautivos, todos aristócratas (entre ellos el marqués de Sade), encarcelados por los llamados “delitos de noble”: no pagar deudas, matar a un rival en un duelo…

 

 

Otra fecha fundamental en la historia es la famosa revolución de octubre rusa. Pues en realidad sucedió en noviembre, concretamente el día 7, que es cuando Lenin se sublevó en Petrogrado (hoy San Petersburgo) contra el gobierno de Kerensky, según nuestro actual calendario gregoriano. Lo que ocurre es que la Rusia zarista se regía aún por el llamado calendario Juliano (abandonado en el resto del mundo occidental desde el año 1582), y ese día era el 25 de octubre.

Mucho se habla de los grandes hombres, y no en sentido físico: a Napoleón se le tildaba de bajito. Pues no lo era tanto: de hecho, medía 1,68 m, una estatura aceptable para su época, e incluso superaba por 4 cm al duque de Wellington, su gran enemigo. Los libelos británicos (y eso que aún no existía el periódico The Sun), entre otras lindezas, lo tacharon de enano. Hablando de Bonaparte, en España tuvimos un rey muy original: era republicano. Se trata de José I Bonaparte, impuesto en el trono por su hermano Napoleón. Su educación liberal le hizo defender siempre las bondades del sistema republicano, e intentó implantar en España un sistema constitucional que duró tan poco como su mandato (1808-1813). La mayoría de los cortesanos españoles, de filiación borbónica, no entendieron su mentalidad liberal ni su apoyo al régimen representativo y a la libre empresa. Fue criticado y etiquetado como “Rey intruso”, “Rey de copas” o “Pepe Botella” (aunque no era bebedor). Hoy puede sorprendernos que el pueblo prefiriese una monarquía absolutista, eso sí española (aunque de hecho los Borbones eran franceses), a un rey constitucional con acento galo. Tras la derrota, se marchó a EE.UU, donde siguió en su encendido republicanismo.

Un hecho histórico universalmente conocido: la prueba olímpica de maratón conmemora la victoria griega homónima en la I Guerra Médica. Pues la verdad es que la distancia entre el campo de batalla de Maratón y el ágora de la ciudad de Atenas, que recorrió el soldado Eucles (y no el famoso Filípides, que corrió hasta Esparta a pedir ayuda), es de 40 kms y 66 metros. (Por cierto, al llegar sólo pudo decir “Nike, nike”, o sea, victoria. Adivinad quién sacó partido a la frase…). Pero al disputarse los IV Juegos Olímpicos en Londres en 1908, el Príncipe de Gales pidió al Barón de Coubertin que la prueba comenzara en los jardines de su residencia del Castillo de Windsor y terminase en el estadio Olímpico, a 42 kms y 195 metros. Y así hasta hoy.

Otro hecho relevante en la historia de España, la Guerra de Cuba (o mejor dicho, la intervención de los EE.UU. contra España), no fue una decisión ideológica, ni anticolonialista, ni siquiera política. En realidad, fue el primer caso de una “fake new”, una muestra de lo que la prensa amarilla puede llegar a hacer. El magnate de la prensa neoyorkina, Randolph Hearst (famoso por la película “Ciudadano Kane”, de Orson Welles) incitó los ánimos independentistas cubanos, enviando reporteros con consignas como “tú pon las ilustraciones, que yo podré la guerra”, y jaleó a los políticos más belicistas (incluyendo el que luego sería el presidente Theodore Roosevelt, que dirigió un batallón financiado por él mismo). Cuando el acorazado Maine estalló en el puerto de La Habana, el periódico no dudó en achacar su voladura al gobierno español, y ofreció 50.000 $ (una fortuna, entonces) a quien diese una pista sobre tal autoría. Un empujoncito que inclinó al Congreso a declarar la guerra, con el resultado que todos conocemos.

Terminemos con una anécdota divertida: Wellington, examinando la lista de oficiales que le habían sido asignados para la campaña de Portugal de 1810, dijo: «Sólo espero que el enemigo tiemble como yo, cuando lea la lista de estos nombres».

Autor: José Luis Rodríguez Sánchez

Presidente de la Asociación de Antiguos Alumnos de Magisterio de la SAFA de Úbeda (AAMSU)

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