Fugacidad

Perfil

Por Mariano Valcárcel González.

De tarde en tarde, que me da por explorar mis estanterías y librerías, por aquello de que me temo que un incipiente síndrome de Diógenes me puede ir ganando la partida.

Que guardar cosas, objetos, cachivaches, tornillos, muelles y demás quincalla siempre puede venir bien, por aquello de que pueden servir para solucionar alguna chapuza; de veras que, a veces, te sacan del apuro esas piececillas que parecían no tener valor alguno. Esto hace que se llenen los trasteros, los garajes, los cajones de herramientas, hasta lo inconcebible e inaguantable.

Admito, sí, que esta compulsión previsora puede llegar hasta el absurdo; pues, por ejemplo, ¿para qué quiero almacenar las ya obsoletas bombillas de filamento? Cosas así pasan.

Pero, en mis librerías y armarios de despacho, en principio debería tener libros de más o menos provecho (que poco provecho puede uno obtener ya de los de texto que tan antaño y distante estudiábamos y ya no obedecen a los programas actuales, quizá por excesivos en sus contenidos). Y de las enciclopedias qué decir; como personas instruidas que nos creíamos ser, y por mor de nuestro ejercicio docente, allegamos unas magníficas colecciones de libracos bien presentados y encuadernados, que ahí están ocupando estanterías, lo cual hace muy bonito. Pero maldita la consulta que hacemos en las mismas; que ya, con la Wikipedia, nos apañamos divinamente.

Libros y revistas de diversa índole todavía conservo; en especial, los que se refieren a cuestiones de fotografía o de arte; no faltando los de historia. Bien; obedecen a mis aficiones más ejercidas y a las que todavía tengo querencia.

Novelas y narrativa en general me llenan bastantes baldas, así como todo lo relativo a mi ciudad (Úbeda-Baeza desde luego) y a algunas producciones de paisanos. Esto es lógico.

Pero -y a ello voy- mi manía de recopilar y guardar recortes de prensa de variados contenidos, especialmente los políticos, me llevó a tener todo un bajo del mueble atestado de papel de periódico; papel que, generalmente, nunca leí.

Como he avanzado; como de tarde en tarde me enfrasco en operación de limpieza (censura de textos tipo inquisición), pues que en ello ando, tan distraído.

Lo primero que noto es ya ese olor de viejo, de antiguo, de legajo sedente entre legajos por los siglos de los siglos; de algo que trasciende a su contenido para adquirir el carácter de intemporal. Y me extraña esa sensación; total, me digo, tanto tiempo no ha pasado.

Pero sí. El tiempo pasa a una velocidad pasmosa, terriblemente rápido, dejando todo lo que queda atrás (que es todo) desfasado, innecesario, inútil pues e indigno de ser considerado. Lo que quedó, pasado ya es; y, como tal, olvidado u olvidable preferentemente.

Pero mi sorpresa es mayúscula porque, al ir revisando y descartando tanto informe, tantos datos, tantas noticias que lo fueron en su momento, tanto perfil de político, tanto tema que en su momento era protagonista y hasta de importancia vital, me doy cuenta de la fugacidad vivida y, contradictoriamente, paradójicamente, la actualidad que algunos temas tienen.

Porque otra sensación que adquiero en este inventario es la de la inutilidad de tanto esfuerzo; la ineficacia para erradicar ciertos problemas, tal vez hasta la fuerza de ciertos poderes que se han ido perdurando en el tiempo, siempre con la misma misión, la de impedir que algunas cosas puedan cambiar, la de permitirnos que algún día lleguemos a ser una nación feliz, felices sus habitantes, feliz su futuro, libre al fin de ataduras, rémoras del pasado, amenazas ciertas o inventadas.

A la vez que observo caras y personas que ya pasaron; que, sin embargo, parecía que fuesen imprescindibles para nuestra sociedad, unos por fuerza del ciclo vital, otros por retiro voluntario de las primeras filas (los menos) y muchos porque el sistema los fue devorando muy a su pesar. También, los que han aguantado y, con más o menos fuerza, siguen influenciando en la vida social y política; en ello es paradigmático el caso Borrell, hombre siempre de oportunidades truncadas, promesas de un porvenir que no le dejaban desarrollar unos y otros; y, sin embargo, ahora puede llegar al culmen de su carrera política si termina, como se ve, siendo el hombre de las relaciones exteriores de la Unión Europea (o sea, un superministro).

González y el manipulador Aznar siguen en los titulares de prensa. Otros ya los sustituyen, no sé si para bien o para mal, pero se obedece a los relevos inevitables.

Hay, sin embargo, temas recurrentes y siempre llenando titulares y artículos, y sesudas reflexiones, lo cual quiere decir que, si todavía nos rondan y nos influyen, es porque no se les ha resuelto debidamente o ni siquiera se ha intentado el hacerlo. Y hay que pensarse el porqué de esto; por qué, cuestiones tan importantes, nadie, en tantos años ya, se ha tomado la obligación de resolver para siempre.

Hablo de la cuestión de ETA, ahí presente, aunque ahora se sienta terminada (no sus rescoldos, ni los problemas con sus jefes todavía bajo acciones judiciales). Hablo del asunto catalán, cada vez generando más hartazgo en la nación restante y que no supieron o quisieron (por ventajas políticas) atajar en su momento. Hablo de la necesidad de reestructurar el tejido productivo y económico del país y que sigue mamando de la teta turística (y los servicios consecuentes) como tabla de salvación. Hablo de la Constitución y su declarada -ya hace años- revisión, pero que nadie mete mano a esa tarta (o avispero, según se mire). Hablo de las relaciones entre Iglesia (católica) y Estado, todavía rodando por las cancillerías. Hablo del paro, de la inmigración, de la droga, de la corrupción perenne… Tantas cosas que descubro ahora entre mis legajos y que siguen ahí enquistadas y sin visos de ser resueltas, de una vez por todas.

Y reitero la permanencia del tema guerra-civilista, azuzado y fomentado entre agravios sin resolver y la imborrable estela franquista. Se llenarían bibliotecas enteras con solo esta temática.

Dicen que las hemerotecas son las pruebas de los hechos, las notarías de la historia. Pero me da a mí que, todo lo que las hemerotecas puedan contener, se lo pasan por el forrillo quienes no quieren saber nada de lo pasado o prefieren olvidarlo. Porque el pasado acusa y también redime y justifica.

Deprime el constatar que a la vez que el tiempo pasa y deja ese olor a viejo y rancio, a deterioro, asuntos que ya debían ser tan viejos y olvidados como los periódicos en que se publicaban, sean -sin embargo- temas actuales, terriblemente actuales; peor aún, futuribles, con lo que esa imprecisión e inmaterialidad de lo futuro incierto tiene de volátil, virtual, inexistente, ni ahora ni nunca.

Sigo en mi tarea inquisidora, pero se me cae el alma al suelo.

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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