Por Fernando Sánchez Resa.
Saúl, hace exactamente una semana que llegaste a nuestro mundo, para colmar -aún más- nuestra dicha; especialmente la de tus padres, abuelos y tíos. Han sido nueve meses de larga espera que han merecido la pena.
Ya te conocemos en persona, después de tu largo viaje. Eres morenito y lindo, como tu hermano Abel (aunque él nació más rubito que tú); tienes una boquita de piñón bien enmarcada en un semblante sereno con dos ojitos vivarachos que miran a todo el que se te cruza en tu camino.
Has venido pertrechado de tus instintos naturales más primarios intactos, incluyendo el de llorar y enfadarte cuando no se atiende -instantáneamente- a tus peticiones que se pueden resumir en tres: comer con ansia y golosidad del pecho de tu madre; dormir a pierna suelta (mejor en brazos de tu madre o alguien que acompase su corazón al tuyo); y que te cambien en cuanto tus necesidades fisiológicas campan por sus fueros; sabiendo, con esa inteligencia natural que Dios y tus padres te han dotado, que has de llorar para que se te haga caso de inmediato; si no, te cabreas y con tus recién estrenados pulmones pides, cual mando en plaza, se te atienda con certeza y seguridad de rey. Lo dice el proverbio popular: “El que no llora, no mama”. Y es que eres el nuevo rey de la casa que ha venido a complementar y revolucionar los amores que ya albergaban dentro, especialmente el de nuestro querido Abel, tu añorado hermano mayor. Él te dice que eres muy cariñoso, queriendo decir -en realidad- que eres muy bonico y tierno, mientras que no para de darte besos por cualquier motivo y, especialmente, si te encuentras enfadado o llorando…
En fin, querido nieto, te deseo mucha salud para los muchos años que espero que Dios te conceda y toda suerte de bienes, más espirituales que materiales, para que vayas forjando tu personalidad en el amor y en el servicio a los demás, comenzando por tus padres, hermano y el resto de tu familia, así como de tus futuros compañeros, amigos y conocidos.
Quiero que sepas que este enamorado y sensible abuelo estará eternamente agradecido a Dios y a tus padres por tu llegada a nuestro planeta Tierra, del que, por desgracia, poco estamos cuidando para que tú y las generaciones futuras podáis disfrutarlo y administrarlo de una manera sensata y ecológica. Más bien seremos los particulares los que habremos de hacerlo, pues poco confío yo en los políticos o mandatarios actuales, que siempre suelen ir a su avío.
Saúl, tu familia terrena te queremos mucho, tanto como tu familia celestial: tu abuela Luisa; tus bisabuelos Manuela, Paquita, Fernando y José que, desde el cielo, seguro que te estarán acunando y cuidando como lo que son: tus ángeles particulares de la guarda.
¡Qué descanso y tranquilidad, Saúl; qué suerte y alegría la nuestra; ya te tenemos entre nosotros!
Sevilla, 26 de septiembre de 2019.