Por Fernando Sánchez Resa.
«¡Qué barbaridad, cómo ha cambiado todo!; yo me vuelvo a mi tumba», dirían nuestros abuelos y/o antepasados, si pudieran regresar de donde estén y toparse con lo que estamos viviendo ahora, con todos sus adelantos tecnológicos, sociales y de todo tipo.
Y no es para menos. Nuestra sociedad ha cogido unas vertiginosa velocidad de cambio, sin precedentes; unos bríos de innovación-eclosión tan exagerados, en todos los campos, especialmente en el tecnológico y social, que parece que marchamos a la velocidad de la luz en el vacío (casi 300.000 km/s), en lugar de a la del sonido (algo más de 340 m/s en la atmósfera terrestre) que era a la que no hace tanto caminábamos, eufemísticamente hablando.