Nuestra última escapada, 1

Por Fernando Sánchez Resa.

Andábamos últimamente faltos de salidas de nuestra nueva tierra sevillana -como don Quijote de su tierra manchega- y deseosos, al fin, de vivir aventuras de todo calibre que pusiesen salpichirri a nuestra existencia y nos alegraran -aún más- esta plácida y algo agitada vida de jubilados que llevamos, con “ansias inflamadas” -como diría nuestro santico de Fontiveros- de subir al cielo de La Mancha, para comprobar -en propia carne- lo que tanto nos repetían nuestros abuelos y padres, cuando eran ancianos: «Como en casa de uno no se está en ningún sitio, pues es el mejor lugar para vivir, ya que todo lo tienes a la mano, más barato y bien pronto: pitanza y bebida; descanso y sosiego; gente que te quiere sin que haya dinero de por medio para ganarte su amor; cama y servicios que no hay quien los iguale, etc.».

Pero como el ser humano es así, quisimos tomar unos días de asueto y aventura -por el prurito de sentir algo nuevo, como el personaje principal de Miguel de Cervantes- fuera de esta universal y proverbial Sevilla en donde lazarillos, pillastres y donjuanes aún pululan por sus extensas avenidas y callejas moras, además de las mesnadas de pedigüeños permanentes u ocasionales -y en la que tenemos algunos de nuestros amores más acendrados-, para marchar a la ciudad en la que nos trajo nuestra querida madre al mundo, que es Patrimonio de la Humanidad desde el 3 de julio de 2003.

Nuestra primera parada fue en Úbeda, a pesar del calor reinante, pudiendo disfrutar de su monumentalidad manifiesta que aspiramos como turistas viajados y autóctonos; así como de sus Fiestas del Renacimiento; de la inigualable exposición de Antonio Espadas Salido, “Los paisajes del alma”; de variadas y tradicionales comidas, degustando el sabor más auténtico y añejo de nuestra infancia y juventud, gracias -entre otros- a las dueñas del restaurante El Seco, al tomar allí mesa, charla y mantel; juntamente con cálidos reencuentros con amigos, vecinos y hermanos que hicieron sentirnos importantes, sin serlo realmente, en esta tierra bendita de la alta Andalucía, auténtico filón del turismo de interior que tanto parecido tiene -en su lenguaje, comida y costumbres- con nuestra vecina Castilla-La Mancha.

El arreglo dilatado de nuestro coche -que ha sido nuestro rocinante particular en este viaje-, nos ha permitido disponer de muchos caballos industriales bajo mi pie derecho, aumentados con su prodigioso automatismo, proporcionándonos rapidez, confort y fresquito al trasladarnos desde Sevilla a Úbeda en menos de tres horas, acompasadas de música clásica y paisajes variados, hasta llegar al perenne y eterno olivo jienense.

Otra excusa para volver ha sido la venta de un piso de propiedad familiar que se ha saldado con buen fin, a gusto de compradores y vendedores, y que ha venido a demostrarnos, una vez más, que hay que ir regando con dinero contante y sonante o con tarjeta de crédito, si quieres que tu entorno funcione de maravilla y sin problemas. ¡Faltaría más!

Después marchamos, mi esposa y yo, a un lugar de La Mancha, del que siempre nos estamos acordando -Alcázar de San Juan-, en la que nuestra benjamina nos esperaba con los brazos abiertos, ya que hacía demasiado tiempo que no la veíamos, con sorpresas agradables y con un programa apretado, entreverado de espectáculo musical, visitas turísticas, pasatiempos y muy buen yantar, todo en el mismo lote, al igual que hoy en día ofrecen las agencias turísticas de cualquier lugar del mundo, pero preparado con mucho más amor y mediante la buena mano de Mónica y Emilio.

La noche manchega se tornó tórrida en la plaza de toros alcazareña, pues el público la abarrotó en las sillas de plástico de su albero y parte de las gradas pétreas que andaban calentitas aún por el Lorenzo que las había caldeado a lo largo de todo el día, ya que todos querían asistir a la entretenida y graciosa zarzuela, “La rosa del azafrán” (aunando Musiarte + Banda + Coral + Coros, dentro de los Escenarios de Verano que esta ciudad ofrece gratuitamente durante los meses de julio y agosto); siendo una adaptación de “El perro del hortelano”, comedia de Lope de Vega, con sus dos personajes principales (Sagrario, el ama, y Juan Pedro), siendo profesionales venidos de Madrid expresamente, que marcaron un hito exitoso, un año más, sin que el resto de actores y actrices locales, y de los cuadros regionales de baile, desmerecieran en absoluto, pues hubo personajes autóctonos como Moniquito, Carracuca, don Generoso…, que demostraron su amplia valía ante sus paisanos, incluso echando alguna que otra morcilla teatral, aunque fuese más o menos perceptible. No quiero ser un espóiler, pero el resumen de esta conocida zarzuela de autor se podría resumir así. Una rica y soltera moza (Sagrario) se enamora del gañán más guapo y trabajador de su casa (Juan Pedro); y, tras diversos cuadros y vericuetos escénicos, súper graciosos y coloristas, termina por enamorarlo y casarse con él, desbancando a otras opositoras que se encontraban más adelantadas, como Catalina, en esa carrera amorosa sin que ésta tuviera peor suerte. Todo ello adobado de un fino humor manchego, con frases más que autóctonas y graciosas, con un vestuario espléndido y veraz de la época en que se desarrollaba la obra, que tiene lugar en 1860, en un pueblecito de La Mancha.

Tras pernoctar en el hotel más tranquilo, bonito y lujoso de Alcázar de San Juan, en donde -según me enteraron- se disputan ser la patria chica de nacimiento del titán de las letras del Siglo de Oro español, don Miguel de Cervantes Saavedra, en lugar de Alcalá de Henares, pues disponen de su auténtica partida de nacimiento y porque el Quijote está sembrado de lugares, nombres y situaciones alcazareños y de sus proximidades, marchamos a los “Madriles”, pues no queríamos dejar pasar la ocasión de proporcionarnos un chute musical y museológico irrepetibles que no se lo salta un galgo. Estábamos a una hora escasa de la capital de España y era más que conveniente dejar nuestro particular rocinante, cambiándolo por otro ferroviario (a pesar de que le haya pasado como a la provincia de Jaén, que ha quedado marginada -por intereses espurios y partidistas- para el AVE), que nos dejaría en la misma puerta de la calle Atocha, en donde íbamos a pasar dos días y medio casi gloriosos, aunque calurosos a rebosar. Madrid, con su tráfico desenfrenado, su metro y sus aires acondicionados, por doquier, conforman un microclima ardiente del que solamente te puedes librar en el hotel o locales climatizados convenientemente, constituyéndose -a su vez- en el epicentro de este secarral que supone la extensa estepa castellana, cada vez más galopante y desértica con el cambio climático que nos anuncian y ya estamos vislumbrando.

Nosotros fuimos agraciados, pues al marchar -al día siguiente, en tren- para Madrid estuvimos al lado de la primera actriz de la zarzuela del día anterior y pudimos darle la enhorabuena y saludarla. ¡Ah!, por cierto, era francesa y se le notaba bastante el acento extranjero, aunque el papel hablado y cantado se lo supo de maravilla.

Allí descansamos, tras el calor reinante, en uno de los muchos hoteles que hay en la calle Atocha. Lo escogimos exprofeso para encontrarnos cerca del centro y de las dos actividades que pensábamos realizar a conciencia: asistir a un musical puntero y pasar una intensa jornada en la inigualable pinacoteca madrileña del Museo del Prado; ambas en días diferentes para poder sedimentar plácidamente el poso cultural que nos dejasen.

La tarde primera fue pletórica al desplazarnos en taxi a la Gran Vía madrileña, el Broadway español, en el que ya pululaban cientos de turistas y autóctonos en busca de su musical preferido. Yo, como hice la reserva por internet y demasiado tarde, no encontré plaza en “El rey león”, pero creo que acertamos plenamente al escoger “Anastasia, el Musical” pues -en cuarta fila y en el centro de la sala- aspiramos todo el colorido musical, el atrezzo y la adaptación ambiental que esta obra tiene, ya que tanto el grupo de actores -con sus tres primeros espadas vocales- como los decorados, la música, la vestimenta y todo lo demás gozaron de nuestra admiración y la del mucho público asistente durante las dos horas que estuvimos embobados. Tanto antes como después, en el teatro Coliseum, existen múltiples reclamos para que te lleves a casa todo tipo de regalos o detalles que están bien puestos de precio.

El resumen del musical es bien sencillo: comienza contando la leyenda, desde que se produce la revolución bolchevique y fusilan a toda la familia del zar Nicolás II, escapando solamente la hija pequeña de los Romanov de Rusia, que -cuando crece- viaja desde San Petersburgo a París, buscando su verdadera identidad y tratando de convertirse en dueña de su destino.

Anastasia es ayudada por dos pillastres rusos que la embaucan y, uno de ellos, la enamora, mientras van buscando a la abuela de la familia real que la certifique -en París-, cobrando un alto precio en metálico; hasta que esta guapa muchacha nos confunde a todos, incluida la abuela zarista y a ella misma, preguntándose si es o no la verdadera Anastasia. Todo ello con la excusa perfecta para pasar dos horas enganchado a otro mundo, el de los sueños, de la mano de una música, con un amor juvenil consumado por encima de intereses creados, y de unos escenarios cambiantes, unas voces escogidas, unas letras pegadizas y unos actores dignos de encomio. ¡Lo recomiendo sinceramente!

fernandosanchezresa@hotmail.com

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