Relatos y vivencias del ayer ubetense, y 15

Por Fernando Sánchez Resa.

La familia de mi madre, como tenía una huerta por la zona sur de Úbeda, pudieron refugiarse allí y solo venía en contadas ocasiones para no presenciar el macabro espectáculo de muerte y destrucción que se estaba produciendo en nuestra ciudad. Gracias a ello, mis abuelos maternos y sus hijos no pasaron hambre en la guerra ni en los años de la postguerra, pues qué se podía esperar si no se sembró durante los tres años de la contienda civil: que no hubiese cosechas que recoger. ¡Cuánto patrimonio material e inmaterial perdimos por culpa de esta guerra; además de personas, que son lo más importante en la vida!

Incluso su consuegra, Francisca García Tejada, que era seis años mayor que mi padre, contaba cómo ayudó su familia (y ella misma) al fraile de los Carmelitas Descalzos que lo llevaban preso y malherido al Hospital de Santiago, cuando paró en su puerta de la Corredera de San Fernando para descansar, nada más empezar la revuelta. Le trajeron un vaso de agua, que le dio vida y, después, ella, temerariamente, fue limpiando de sangre el escalón y la puerta de su casa ante las airadas protestas de los milicianos al salpicarles con el agua sucia. Y cómo, una vez pasada la contienda civil, habiendo sobrevivido el padre Claudio, juntamente con otro carmelita, volvieron a su domicilio de la Corredera de San Fernando para agradecerles el gesto humanitario y valeroso que tuvieron con él. Esta historia coincide perfectamente con lo que cuenta en su autobiografía el R. P. Claudio de Santa Teresa, ocd., doblemente titulada Estampas de mi calvario Memorias de un fraile miliciano en la guerra española.

Y como la venganza es -por desgracia- patrimonio de todos los humanos y bandos políticos, tuvo que presenciar o enterarse mi padre, una vez acabada la guerra, de los juicios sumarísimos de los perdedores que, en revancha, fueron condenados a muerte o a presidio por muchos años, sobre todo si habían tenido delitos de sangre. O tener que marchar al exilio francés, como le ocurrió a su querido hermano José. Además de asignárseles para siempre el sambenito de ser “rojos” a sus consortes, padres, hijos, hermanos…

Dios y los políticos y mandatarios de turno quieran que esto no vuelva a ocurrir en España ni en nuestra ciudad aunque, por desgracia, estamos visionando por la televisión a diario cómo, en cualquier rincón de nuestro planeta, la guerra es una maquinaria lucrativa para unos pocos que no están dispuestos a sacrificarla en beneficio de toda la población.

La cordura y el pacto hecho con Antonio del Castillo me piden finalizar, aunque podría estar hablando otra hora de otras tantas postales del ayer ubetense, gracias a la riquísima y completa vida de mi padre, pues hasta conoció y fue auscultado, por el médico, de la gibeta, don Mercurio La Fuente, del que también habla Antonio Muñoz Molina en su universo literario de Mágina; de su período militar obligatorio en Valencia, Zaragoza y Pirineos, siempre con la añoranza de sus queridas Úbeda y Manuela; o de sus sentidas y devotas Semanas Santas, procesionando a su Virgen de las Angustias; o cómo le hizo mi madre su primer traje de penitente y los muchos años que marchó orgulloso de ser cofrade de su Virgen de las Angustias por las calles ubetenses, especialmente cuando se salía y se encerraba en el Hospital de Santiago. Un recuerdo especial para él, cuando ya lleva cuatro años gozando del descanso eterno, también vestido de penitente, aunque descalzo, recorriendo los eternos senderos celestiales en compañía de Dios, la Virgen, los santos, mi madre y sus familiares más cercanos, e incluso de ubetenses sencillos e ilustres como don Juan Pasquau Guerrero, a quien conocía y tenía gran admiración y del que se cumple, este año 2018, el centenario de su nacimiento.

Como poeta popular dedicó su producción a cantar las bondades y el amor de su familia y su Úbeda querida. También, como viajero empedernido, cumplió su gran deseo y anhelo gracias a la jubilación temprana a los 60 años. Fue componente del grupo de canto y teatro de la tercera edad del Hogar del Pensionista y pudo recorrer toda la provincia y muchos asilos y residencias de ancianos llevando música, recuerdos y esperanza como la mejor medicina del alma. Pero lo dejaremos para otra ocasión pues, mi padre, es una fuente inagotable de la que he bebido sin terminar de saciarme del todo…

¡Muchas gracias a todos ustedes por su amable presencia y su devota atención! Con un auditorio así, todo ha sido mucho más fácil y reconfortante en esta charla.

Escrito entre Sevilla, Úbeda y Torre del Mar, para la conferencia del Club Diana, a 26 de octubre de 2018.

fernandosanchezresa@hotmail.com

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