Por Fernando Sánchez Resa.
No hay nada más que vivir mucho y estar atento a las múltiples enseñanzas que nos muestra la vida para intentar conseguir ser todo lo sabio posible. Así lo afirma un proverbio popular: “El demonio sabe más por viejo que por demonio”.
Toda esta disquisición filosófica viene a colación al analizar mi vida profesional como maestro, siendo antes discente desde temprana edad, en aquellas escuelas de “perra gorda”, con “maestras de miga” en las que con tu pizarrín, pizarra y silla ya tenías todos los aditamentos necesarios para hacerte una persona de provecho, poderte ir socializando y, de paso, dejar a tu madre mayor tiempo libre para dedicarse a las múltiples y tediosas labores domésticas, cuando todavía no existían las lavadoras y otras máquinas o electrodomésticos del hogar (en las casas que tenían escasos ingresos…), que tanto facilitan hoy en día las labores de casa.
Pues como todo llega y nada se queda por ahí (como el mal tiempo, las enfermedades, el calor, etc.), ahora me encuentro ejerciendo de joven jubilado que atiende gustosamente los empeños que su nieto precisa y yendo gustoso a llevarlo a su cole nuevo, sintiendo un cúmulo de sensaciones novedosas y extrañas; como las que siente Abel, pero al revés, pues ando de vuelta en muchas cosas de la vida. Han sido tantos años recibiendo a los alumnos de un amplio abanico de edades en sus filas y aulas que me parece extraño ser yo, ahora, el que vaya caminando de la angelical mano de Abel en busca de su fila y su maestro, sintiéndome que estoy al otro lado del aula, sirviendo de pequeño soporte a la gran labor educadora que sus maestros (especialmente) van a ejercer sobre él. Ahora, como se diría en el argot taurino, veo “los toros desde la barrera”, aunque el arte de educar no sea patrimonio de nadie sino de toda la sociedad, constituyéndose en un conglomerado de sumatorios individuales y colectivos que inciden en cualquier educando: padres, maestros, abuelos, hermanos, amigos, vecinos y un largo etcétera que trenzan el arte de amueblar la cabeza de una persona inocente para que, cuando sea mayor, sepa ser autónoma, libre y responsable; y no se deje embaucar por personas o colectivos de cualquier índole que le anulen su propia voluntad o personalidad. ¡Menudo reto individual y social se nos presenta a todos!
Sevilla, 27 de septiembre de 2018.