Epidemia sangrante

Perfil

Por Mariano Valcárcel González.

Sigue el goteo, ¿qué digo goteo?, chorro continuo de asesinatos en lo que se ha venido en denominar violencia de género (generalmente equiparado a violencia machista), o violencia doméstica.

Cada semana nos vamos con la estadística al alza y corremos el peligro de considerarlo todo como una mera estadística rutinaria. Pero esta rutina mata; va matando sin misericordia. Cuando esto escribo, en solo cinco días, ha habido cuatro casos de asesinato. Mujeres y niños, que también son alcanzados por la furia mortal. Cadáveres que ya quedan sin oportunidad alguna de rehacer, de enmendar su vida, de poderla vivir -la vida-, al menos con las penas y alegrías del común de las personas, que solo quieren vivir, que hoy día no es poco.

Ya se ha escrito y dicho mucho y variado sobre el tema y aún así el tema sigue sangrando sin resolución aparente.

No nos engañemos; esto es como otras tantas cosas, que no tiene varita ni fórmula mágica para darle solución. Mienten quienes así lo dicen y mienten quienes se proponen como hacedores milagrosos de milagros definitivos. Es cosa de humanos, de relaciones humanas, con grandísima carga sentimental, y de dependencia emocional (y económica) además de cultural. Cosa compleja.

¿Debemos entonces dar por perdida la lucha? En absoluto. Lo que se haga para tratar de evitar una sola muerte ya tiene su justificante y, de lograrse, ahí tiene su recompensa. Y hay aspectos que no deberíamos pasar por alto, por si evaluándolos y comprendiéndolos se da con parte de las casusas del problema (y de las soluciones).

Pasaré por alto lo de “la herencia recibida”; esto es, de la costumbre contraída tras años y años (y siglos) de cultura machista en la que la prioridad del varón llevaba al dominio absoluto sobre la mujer. Sí; esto es notorio y, desde luego, el terreno donde se sembró y abonó una forma de entender la relación hombre-mujer de sumisión a todos los niveles (incluidos los legales). No merece la pena en incidir en lo que es evidente.

Afortunadamente, lo anterior se fue modificando paso a paso y, sobre el papel y la realidad, bastantes de sus consecuencias fueron eliminadas. Se dieron pasos de gigante. Entonces ¿por qué se vive lo que se vive…?

La resistencia y, sobre todo, la inercia a ralentizar es mucha. Ahí entran las deficientes aplicaciones de las leyes y normas (o la falta de recursos para aplicarlas) que hacen, a veces, ineficaces leyes y normas por progresivas que sean.

Pero no nos olvidemos de las mismas personas. Sí, las personas afectadas que, a veces, no son conscientes de la imprescindibilidad de ser fieles ejecutores de leyes y normas. Que no debe haber ni atajos ni exclusiones y que, si las sentencias y disposiciones se conculcan, se relajan, se está entrando nuevamente en el peligro acechante y letal. Cuando se vuelve a convivir con el maltratador (por la causa que sea), cuando se le da equivocadamente “otra oportunidad”, cuando se ha vivido un infierno y logrado salvarlo, se entra en otro de semejante o peor factura, por muchas leyes o normas que existan, o servicios específicos para el tratamiento del problema, se vuelven inútiles todos los recursos.

Defiendo que debe haber un tratamiento preventivo, especialmente dirigido a las mujeres (y, desde luego, que se incluirían sus hijos de haberlos), que ya han denunciado maltrato; pero preventivo, a nivel de mentalización y convencimiento. Psicológico. Para que no incurran en el error, ni en la reincidencia (buscada o no). Demasiados casos de parejas, que terminan en muerte y que se descubre, con posterioridad, las circunstancias más absurdas (convivencia con la pareja, a pesar de la violencia, convivencia con otra pareja que ya ha tenido antecedentes por otras violencias cometidas en otras mujeres, custodia de los hijos que se adjudica al maltratador); sin atajar esto, la sociedad está abocada a perpetuar los modelos sufridos.

Claro que no todo es culpa del hombre. Hay mujeres que pueden generar un ambiente de malestar, humillación, violencia por ellas mismas; mas es problema, de la pareja masculina, el tener valor y que se desenganche de influencia tan perjudicial y busque otra. Logrará así no ser pieza protagonista en una función trágica.

Uno no sabe si, a veces, es prudente ejercer demasiada presión. Cuando el varón es denunciado, su reacción puede ser la de asumir su mal obrar o, por el contrario, sentirse humillado en su hombría y dominio; entonces, tramará venganza para demostrar a quién osó revelársele, que siempre mandó y mandará él. Las consecuencias saltan a la vista. Es otro aspecto de la labor preventiva que se debe aplicar para evitar lo peor. También psicológica, además de la vigilancia necesaria.

Si dejé de lado el analizar con detalle esa “herencia recibida” (que afecta, principalmente, a personas ya de edad), es porque el problema se produce y reproduce, para consternación de muchos, entre las nuevas generaciones, a las que no se les puede achacar, en principio, influencia decisiva de los roles machistas, mamados por sus padres. ¿Entonces qué pasa…?

Con gran virulencia, se descubre este renacer de un machismo desbocado, entre los chicos y chicas. Los que en principio están más expuestos, más desarmados. Actitudes de dominio absoluto, control, violencia más o menos manifiesta, se muestran a diario, se conocen, se sufren por las chicas que, encima, aparecen “comprensivas” con esas actitudes de sus machitos, porque así demuestran quererlas… Decíamos antes que hay amores que matan y ya nos parecía una frase rancia, de letra de copla de antaño; pero, ahora vemos que se cantan canciones (es un decir) de un cutrerío y una desfachatez y falta de respeto, para con las mujeres de tal calibre, que sonrojarían a los escritores de novelas porno. La mujer como cosa.

Ahí es donde hay que incidir y deprisa. En la educación. Labor preventiva en las generaciones nacientes, porque llevaría a un estado de concienciación que haría innecesaria cualquier campaña como las actuales. No digo que nunca habría violencia de género; pero como cosa residual y al igual que otras acciones delictivas.

Y un toque. La conversión de ciertos movimientos feministas, en secciones declaradas de una guerra sin cuartel contra el hombre, no llevará a mejorar la percepción del problema; antes bien, servirán de acicate para justificar enfrentamientos, venganzas y más muertes.

marianovalcarcel51@gmail

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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