Por Mariano Valcárcel González.
Un general en la reserva, creo que de división, y miembro de la denominada Fundación Francisco Franco, o sea de la entidad de supuesto interés cultural que se dedica a mantener y fomentar (más aún) la memoria, logros y figura del dictador, ha tocado todas las alarmas acerca del gravísimo peligro que corre la patria, porque al fin ha caído el gobierno del PP y se ha alzado en esa gobernación el PSOE; y, tras el mismo —soterradas, pero insidiosas y listas para empezar el ataque— las hordas rojas, paradigma desde siempre de todos los males que acaecieron a España y los españoles, cosa que ya impidió lúcidamente el titular de la fundación citada.
Que es una arenga a la intervención (mejor militar y por las bravas) en la vida democrática española, con la “sana” intención de liberarla de esos enemigos tan peligrosos, no quepa duda. Total, un buen general al mando y a encajar cada pieza en su sitio, como siempre había estado. Nacionalcatolicismo como programa.
No me extraña la conseja del general. Hay todavía mucho resabio franquista en los cuarteles, enmascarado en viejas tradiciones, costumbres, doctrina y enseñanzas todavía contaminadas, disciplina no solo entendida como virtud castrense, sino como forma de control y dominio de unos sobre otros.
Dicen que ahora la oficialidad y jefaturas de las fuerzas armadas están mejor preparadas, son más cultos, tienen —además de sus estudios específicos— muchas veces otros estudios comunes a la sociedad civil, por el placer e incluso la intencionalidad de servir y servirse de estos recursos en su vida privada. Dicen bien. Porque es así. Nos lleva esto a pensar que desaparecieron los fantasmas de los portadores de sables a cada vuelta de la esquina, por si acaso tutelándonos.
Sin embargo, no tiene por qué ser así. Que de lo uno no deriva necesariamente lo otro. Y el sable pesa bastante, se hace notar. Me viene a la memoria aquella película, “La vida es bella”, y las escenas que nos presentan al protagonista, camarero en un balneario donde conoce, como cliente asiduo que es, a un caballero alemán culto, profesor, que tiene con el sirviente un trato deferente; cambiado el curso de la historia, el sirviente se convierte en esclavo de un campo de exterminio y descubre que aquel caballero se ha convertido en un oficial del campo, en misión de colaborador de los asesinatos. Sí, también en ese tiempo se acudía a los conciertos, debidamente uniformado, mientras se masacraban a millones de personas.
En mis tiempos de soldado de reemplazo, pasado al regimiento de infantería de Granada, yo tuve cierto trato con algunos de los oficiales del mismo. Personas que, en el cuerpo a cuerpo, en el trato particular, se mostraban afables, comprensivos, se atrevían a descubrirse en sus aficiones cuasi secretas; uno declaraba gustarle la poesía, otro estar redactando una biografía, aquél interesarse por el tema esotérico… Para ellos, era casi una liberación poder hablarlo con quien —lo sabían— no iba a andar riéndose de sus debilidades literarias.
Incluso, y era lo más interesante y a la vez lo más grave (o podía serlo), hablarte de sus tendencias políticas (que político era todo lo que no se atuviese al corsé ideológico y social del franquismo). Sí, permitirte por propia invitación a que tomases un cubata con el oficial en el propio bar exclusivo de los oficiales (eso sí, cuando no había otros) y charlar distendidos; comentarte que, en verdad, una vez fuera del cuartel cada uno era cada uno y que fuera, en la vida civil, el uniforme no valía nada y así el sujeto lo entendía y trataba de que tú también lo entendieses, acercársete para que te fueses de garito en garito por la ciudad en su compañía, aunque él fuese de paisano y tú con el obligado uniforme… Eran cosas que pasaban; al menos, a mí me pasaron dentro de aquel acuartelamiento opresivo.
Lo más de lo más es que coincidió mi estancia con dos hechos graves e históricamente muy importantes: el asesinato de Carrero Blanco y la Revolución de los Claveles portuguesa. Y eso había de notarse en el cuartel, naturalmente. Rumores e inquietud. Y algunos comentarios algo descuidados que nos llegaban a los oídos, —que aquello era lo que se debía hacer por acá (en referencia al tema portugués)—, aunque a mí me quedaba la duda de si se referían a dar una asonada que acabase con Franco o dar una asonada que potenciase a Carrero.
A Carrero ya se sabe lo que le pasó, que luego dijo el anciano general —que no hay mal que por bien no venga—, y todo el personal se quedó turulato. Nosotros, mientras, hartitos de hacer servicios de refuerzos, vigilancias urbanas y cuartelarias, de polvorines, de residencias militares, etc.
Oigo también estos días de la muerte de uno de los militares que formaron la UMD (Unión Militar Democrática) en aquellos días. Otro de los supervivientes habla de ello, en la radio. Eran oficiales con un prometedor ejercicio, aptos para llegar al generalato en cuanto tuviesen ocasión; pero, lógicamente, no iban a tener el camino despejado y menos aún con esa ideología aperturista y modernizadora del Ejército. Era como desacreditar y negar la autoridad de los viejos militares todavía supervivientes de la guerra civil (del bando nacional, claro) y de sus cachorros aleccionados bastante bien en las distintas academias. Aquellos militares díscolos lo pasaron mal y hasta fueron expulsados con deshonor.
La ministra Chacón, principalmente, y con la ayuda del hoy podemita teniente general, los terminó de rehabilitar con los honores y grados que les hubiesen correspondido. Dice, quien hablaba de ello en la radio, que algunos generales devolvieron las medallas que a ellos ahora se les otorgaban. Señal inequívoca de la pervivencia del franquismo residual.
La resistencia, a deslindar lo castrense de lo religioso, todavía es muy fuerte y basta que llegue un gobierno de la derecha para revocar las tímidas medidas que se adoptaron al respecto (no hay más que haber visto a cuatro ministros —cuatro, incluida la del ramo castrense—, en trance patriótico, cantando canción legionaria ante esos soldados y el Cristo llevado en sus hombros). Creo que hace muy poco se dio libertad en los acuartelamientos a la asistencia, o no, a los actos religiosos habidos en los mismos. Algo es algo.