Por Mariano Valcárcel González.
Juegan las nubes con la luz, con el sol, con el azul celeste que apenas se deja entrever, porque las nubes son caprichosas y lo celan en un –cu, cú, ¿dónde estoy?– caprichoso y variable. La primavera del 18 se comporta como debiera haber sido siempre una primavera, que ya casi habíamos olvidado dado el imperio de la pertinaz sequía del anticiclón.
Caen chaparrones dispersos, a veces verdaderamente furiosos, y otras veces el agua celeste cae con cierta timidez, con mansedumbre. Poco a poco, creemos recordar los tiempos en que la primavera era primavera y las tormentas aparecían a su debido tiempo, arrastrándolo todo.