Por Dionisio Rodríguez Mejías.
El mundo está lleno de mangantes, dispuestos a engañarnos con sus enredos. A algunos los perdonamos con facilidad; pero hay otros, a los que nos cuesta disculpar. La primera en engañarnos es nuestra madre, cuando nos cambia la teta por el chupete, lo que no deja de ser una faena, aunque muy fácil de perdonar. La sociedad también exculpa al pícaro y al golfillo que, a base de audacia y tunantería, se aprovechan de los ambiciosos, para ganarse la vida. Nos reíamos con Tony Leblanc y Gracita Morales, cuando practicaban el timo de la estampita y convertían en cómplices a víctimas que, movidas por la avaricia, trataban de engañar al que tomaban por disminuido.