Por Jesús Ferrer Criado.
El bar de Antonio era un bar de mala muerte. Una sala grande mal iluminada con una barra larga de lado a lado y unas cuantas botellas antiguas, polvorientas y olvidadas, en la pared. Detrás de la barra, y pegado a la pared, había un estante corrido con vasos y, en el extremo izquierdo, una vieja máquina de café. La barra era alta y estaba rematada por una larga losa de mármol blanco, un poco gastada ya por el uso, en cuyo punto medio sobresalía el grifo de la cerveza. Desde detrás de esa barra, Antonio entraba y salía de la cocina a través de una puerta estrecha con una de esas cortinas de canutillos y, por ella, sacaba las humildes tapas de su repertorio. También había un par de mesas de madera, ocupadas a veces por alguna pareja joven que quería hablar de sus cosas tranquilamente.