Meditación

Perfil

Por Mariano Valcárcel González.

Como somos tan propensos a utilizar cualquier oportunidad para llevarnos el agua a nuestro molino, no me extraña nada que tengamos por sistema la tentación de beneficiarnos de cualquier muerto que en su ya inevitable estado de inocencia nos proporcione material suficiente para ello, sea verdad, mentira o simple manipulación.

Al difunto Adolfo Suárez lo trajeron y llevaron tanto tirios como troyanos y, ¡oh paradoja!, utilizaron sus actos o dichos con distintas y hasta contrarias interpretaciones; la peor prueba de ello es que la derecha, ¡sí esa que tanto lo traicionó y execró!, luego se ha apuntado sus logros (con la tremenda colaboración de su hijo, ¡qué pena!).

Ahora es Rita Barberá, la casi perpetua alcaldesa de Valencia, muerta en Madrid de modo inesperado, la que ha aportado cantidad de material a su partido (que, sin embargo, la expulsó) para atacar a quienes a su vez la atacaron. Poco menos que una mártir de la democracia, perseguida por las jaurías izquierdistas, doncella inocente de toda mácula acusada en flagrante injusticia. Se trata de tapar con su sombra las sombras de todo un partido y dar por bueno aquello de ‑Yo no sabía nada‑, esgrimido tanto por la difunta como por la viva Aguirre. Floja excusa en quienes detentaron tanto poder (pero ya un mantra para casos venideros).

Reflexiono, en plan senequista de tres al cuarto, si estas vidas y estas muertes merecen la pena.

Tanta ambición, tanto obrar hacia el ser más, el conseguir más, el tener más poder y no soltarlo, tanto orgullo (esto vale también para Fidel)… ¿Merecieron la pena? El sumergirse en las luchas en las que se cae o se hace caer al otro, el manipular gentes y forzarlas en servirnos para nuestro beneficio y hacer lo que tal vez no harían o no se atreverían, chantajear moralmente con prebendas y beneficios o regalos como forma habitual… Saber que se ensucia todo alrededor, mas porfiar en ello por el mero hecho de seguir con el poder que da el mando o la influencia, sobre todo y sobre todos. Creerse, en fin, intocables y que todo seguirá inmutable… ¿Mereció la pena?

Flotan en esa corriente de destino propicio ideal y acorde a sus ambiciones, sin fijarse que no tiene fondo y que a la mínima ocasión y viéndose perdidos sus componentes saltan por ventanas o azoteas, dejando tras de sí, como en las trincheras abandonadas, trampas mortales o a algunos dispuestos, voluntariamente o no, a una resistencia numantina. No nos podemos engañar, ni estas personas que hoy engrosan las élites políticas deberían hacerlo, tan entrados en esa corriente que ya no son capaces de discernir con claridad; ciegos que están.

Y, si algunos pueden llegar al final incólumes, son la mayoría perdidos en la singladura; que su carga de intereses privados y públicos, sus deudas para con otros, sus lastres conocidos u ocultados, pero que está ahí listos a ser descubiertos, tanto les estorba o les pide cuentas que el hundimiento es inevitable. “Nada permanece oculto a los ojos de Dios”, dicen las Escrituras y esto es válido y cierto para el creyente que confía en la justicia de Dios, como para el que solo lo fía a la de los hombres.

Estos casos tan sonados deberían hacernos reflexionar, acordarnos de que existió un tal Jorge Manrique, poeta y guerrero, que ya nos lo dejó advertido tras la muerte de su padre:

Ved de quánd poco valor
son las cosas tras que andamos
y corremos.

Que, en este mundo traidor,
aun primero que muramos,
las perdemos.

Y, con tanta antelación, nos advirtieron de que debiera ser la biblia de la que siempre sacásemos consecuencias; mas, en el devenir de los tiempos, topamos una y otra, y otra vez, con cientos de seres estúpidamente cerrados a toda enseñanza, que están en la creencia de que a ellos, a ellos precisamente, no les va este cuerpo de doctrina. Como escribo, créense por encima del bien y del mal y que será imposible les alcance este. Pero cuando ello sucede, ¡qué finos andan de piel!, ¡qué sensibles!, ¡qué afectados se sienten y atacados, sin ellos merecer tales tratos! ¡Qué hipócritas, sin remedio!

Es mi optimismo que, tal vez, tanto político aferrado al poder y a su egoísmo llegase a comprenderlo; seguro, seguro, que de otra forma y talante habrían de obrar.

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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