Por Salvador González González.
Últimamente, en nuestro país, se está produciendo un fenómeno, basado en la mala educación, la intolerancia y los exabruptos descalificadores de muchos, sobre aquellos otros que no les cuadran por las razones que fuere. Había no hace mucho unas reglas no escritas, sobre urbanidad y saber estar, que en nada están reñidas con la exposición de las ideas o contraataques ideológicos con el adversario.
Se hizo famosa una coletilla que empleaba Felipe González, cuando le daba “la badana” a sus oponentes en el hemiciclo, después de darles, o en medio decía «Se lo digo sin acritud» y la verdad que esas diatribas, siendo fuertes en las réplicas y contrarréplicas, el fondo, cuanto a la forma, se guardaban éstas de manera que no resultase demasiado virulentas y faltonas de unos sobre otros. Claro que había sus excepciones como cuando Alfonso Guerra llamó a Adolfo Suarez “Tahúr del Misisipi”, pero estas eran las ocurrencias de Alfonso Guerra que con ello se ganó un prestigio dialéctico en la política como mordaz, ocurrente y descarado. Pero lo de “sin acritud” se impuso, nadie llegaba a la falta de respeto hacia las instituciones, o a sus señorías, aunque éstas no les gustasen o algunos diputados estuviesen en las antípodas del oponente.
Hoy el estilo, si me lo permiten, se está haciendo más barriobajero, por supuesto no en todos. Afortunadamente, todavía quedan quienes “dicen lo que tiene que decir”, pero guardando las formas, mantenimiento el estilo elegante y algún caso hasta versallesco, pero hay muchos y está cundiendo el ejemplo, que recurren al insulto y a la falta de educación escudados en decir «Digo esto, aunque no sea políticamente correcto»; lo que no es cierto: es inadecuado y maleducado, carente de las más elementales normas del trato civilizado entre personas, que se tengan como tal, pretendiendo con ello ‑o al menos eso creen‑ que de esa manera lo que vierten como oradores algunas veces de “pacotillas”, es más contundente; y la verdad, lo que de esa manera parece más, es una pugna verdulera o pescadera, sin que por ello se me molesten los vendedores de pescado o verdura; esto no es más que una expresión usada para decir que algo resulta vulgar y ordinario, ya que reflejan las clásicas peleas entre competidores en los mercados de abastos o minoristas.
De igual modo, se puede estar en contra o no admitir determinada institución, estamento, afición, arte, deporte, creencia o costumbre, porque no nos cuadra y decirlo abiertamente e incluso hacer campaña para intentar modificar, alterar, sustituir, erradicar éstas, pero eso no nos da derecho a insultarlas, menospreciarlas y faltarles el respeto en público o ante su presencia. También está proliferando estas posturas, que resultan cafres en muchos casos, pues, por ejemplo, si no te convence la monarquía (por aquello de una “sola arca”), lo manifiesta, pero no cualquier acción que le falte el respeto a esa institución (que, cuidado, en muchos casos rozan lo delictivo) y no puede pretenderse ampararse esa falta de respeto e insulto, en una supuesta libertad de expresión, que sí la tienes, para afirmar y hacer campaña en contra y a favor de la república o la anarquía, si prefieres. De igual modo, si no te gustan los toros, por las razones que prefieras o simplemente eres un animalista convencido, practicante o no, defiende esa tesis, haz campaña para su abolición, pero no es de recibo que provoques con enfrentamientos violentos incluidos, contra los que sí admiten la tauromaquia y van por ello a los cosos a ver alguna corrida de miuras o de la ganadería que toque, insultándolos, provocándoles a la entrada de la plaza… Podría poner muchísimos otros ejemplos. Seguro que cada uno tiene alguno en concreto.
El que defiende un estado laico, con todo el derecho del mundo, puede estar en contra de la confusión Iglesia/Estado en algunos actos públicos (quizás algo de reminiscencia del pasado nacional catolicismo) y debe decirlo; pero de ahí a entrar en un lugar de culto, “en pelota picada” e insultando a los que allí por sus creencias se encuentran, es un aberración y vulnera claramente el derecho de otros a su libertad religiosa; no hay que ser “un meapilas” para entender esto. La cuestión es muy fácil: respeta y serás respetado, tolera y serás tolerado o “tu libertad termina o acaba donde empieza la libertad del otro”. Debemos ser claros y exigentes en estos temas, al que no le guste algún acto que no vaya, pero igualmente que no insulte o le falte el respeto a los que sí van.
Es más; hay posiciones que son meramente “postureos”, pretendiendo ser el foco de la atención, aunque, a veces, se cometa un error mayúsculo y en lugar de la pretendida acción protagonizada de sacarle un rédito positivo, pienso que se puede volver en contra de quienes lo protagonizan, como recientemente ante el fallecimiento por infarto de una senadora, que la cámara haga un gesto colectivo de guardar un minuto de silencio, para mostrar su condolencia, algo normal, cuando alguien pierde la vida, el dar el pésame a sus allegados forma también de lo que se denomina “urbanidad básica”, que se suele y debe aprender en nuestros primeros años, y sin los cuales la vida en sociedad se hace imposible. El desplante de los diputados de la “pretendida nueva clase política” en el Congreso, se me antoja algo obsceno y no añade ni quita nada a la persona finada, y si lo dice de los que han realizado el desplante, que además con ello cometen varias injusticias y despropósito:
a) Lo dicho, el enfermizo sistema de pretender atraer los focos de la noticia hacia ellos.
b) La impresión de que quieren vender una superioridad moral sobre los demás que eso si, sólo aplican cuando se refieren a otros, cuando son ellos los supuestos juzgados, todo son excusas y supuestas persecuciones o linchamientos por ser ellos los que son.
c) Juzgando y sentenciando antes de que la Justicia determine los hechos juzgados, colocándose por encima del bien y del mal, por lo que ellos sí que demuestran de esta manera “ser una casta especial”.