“Madame de…”

Por Fernando Sánchez Resa.

En la venturosa cita cinéfila del jueves, 20 de febrero de 2014, nos fuimos congregando los incondicionales amantes del séptimo arte, en la pequeña “Sala de lectura” del Hospital de Santiago, hasta que se completó la plantilla habitual. Ese día, se anunciaba un bombazo: Madame de (Señora de…, 1953), maravillosa película, en la que se muestra, dentro de un triángulo amoroso, los sentimientos de grandeza, entrega, celos, pasión, etc.

 

Está basada en la novela homónima de la escritora francesa Louise de Vilmorin, que también era aristócrata y coleccionista de amantes (algunos famosos, como Cocteau, Malraux o Saint-Exupery); con guión de Max Ophüls, Marcel Achard y Annette Wademant. Los diálogos de M. Archard son ácidos, ágiles, chispeantes y brillantes, basculando entre la comicidad y la ironía. La música es de George Van Parys y Oscar Strauss y la fotografía de Christian Matras (B&W). La acción dramática tiene lugar en París, con dos breves escenas en Constantinopla y Basilea, en el último año del XIX. Fue rodada en el bosque de Rambouillet (Yvelines) y en los platós de Studios Boulogne‑Billancourt (Hauts‑de‑Seine).

Al principio, nuestro maestro de cine (Andrés) dio unas leves pinceladas de la peli anunciada, sin querer desvelar demasiado el tema ni su desarrollo, para así mantener la incógnita y el suspense de la historia que gira alrededor de unos valiosos pendientes que le regaló un marido a su esposa, que van pasando de mano en mano, en varias ocasiones, retratando de forma fidedigna a sus distintos poseedores, y que acabará siendo el hilo conductor de todas las situaciones que se producen en la trama. Disfrutamos de la magnífica interpretación de Danielle Darrieux, que también había intervenido en la segunda historia de película, de la semana anterior (El placer). Estaba espléndida a esa edad. Todavía vive. Nació en Burdeos (Francia), el 1 de mayo de 1917; así que tiene, actualmente, 99 años recién cumplidos, y sigue haciendo lo que siempre le ha gustado: teatro en su tierra natal.

Aunque la cinta estaba anunciada en español, al oírse mal, Andrés puso los subtítulos también en español para que nos enterásemos mejor de este magnífico filme de Max Ophüls (1902‑57), considerado como un cineasta feminista que retrata a la mujer con mucha fuerza, personalidad y una rebeldía absoluta ante los convencionalismos.

A pesar de que la película no tiene en su haber ningún premio sonado, solamente fue nominada al Oscar, en 1954, porMejor vestuario en Blanco y Negro”, al retratar y lucir los vestuarios de aquella época. Realmente, parecen bajados de un cuadro neoclasicista. Seguramente, lo mejor es la absoluta captación de la atención del espectador, al aislarlo de su entorno, transportándolo al ambiente parisino de 1900, con sus bailes y su cruel y fiel fotografía de la alta burguesía, centrándose en un magnífico trío de actores que están que se salen: Danielle Darrieux, Charles Boyer y Vittorio De Sica, al conseguir que la tensión sea máxima, tras la culminación del conflicto romántico.

Louise de… (Danielle Darrieux), está casada con el barón André de… (Charles Boyer), que es general de artillería, y necesita vender unos pendientes al joyero Remy (Jean Debucourt), para liquidar unas deudas que la agobian. Los pendientes, a lo largo de la cinta, son objeto de compraventa, intercambio o donación como obsequio. Louise, al ser desdichada, decidida e insatisfecha en su matrimonio, pues su marido es posesivo, vanidoso y muy amigo de las convenciones sociales y las apariencias, conoce, por azar, a un embajador italiano, Fabrizio (Vittorio De Sica), del que queda locamente enamorada, pues posee todo lo que ella admira: es atento, afectuoso, educado, distinguido… El triángulo amoroso (marido, mujer y amante) está interpretado a la perfección, con un final abierto para que la curiosidad del espectador no quede resuelta y trate de dilucidar y comentar (como lo hicimos todos a la salida) qué era realmente lo que había pasado. La escritora (Louise de Vilmorin) y el cineasta (Max Ophüls) se proponen ganar al espectador para su causa y nos hacen ver lo bonito que es el auténtico amor, mostrando, a su vez, el sufrimiento que conlleva; en contraposición con la vida de apariencia del matrimonio, que nos sumerge en un mundo decadente, donde todos mienten y viven en un mundo corroído por la hipocresía.

Lo destacable del filme son sus buenas escenas. Al comienzo de la película, la cámara sigue a unos pendientes sin que se vea el rostro de la dueña (Danielle Darrieux), hasta que al final de la escena queda su rostro reflejado en un espejo, rodeada de todas sus posesiones materiales. Incluye planos de todo tipo: largos, suntuosos y equilibrados, en los que los personajes aparecen encuadrados a través de cristales o espejos que constituyen una especie de ventana del alma. Muestra toques de humor, como las escenas de los artilleros sordos o el plante de los músicos del baile. Particularmente, me gusta su tratamiento del amor y la distancia, que lo alimenta a través de la esperanza, como se puede apreciar en la escena en la que Louise de… pasea por la playa.

Si a la entrada, estando en aquel febrerillo loco, el cielo quiso echar tenues perlas sobre nuestra ciudad, a la salida, el llanto se hizo más serio y recio, contagiándose (quizás) del desarrollo del melodrama que acabábamos de ver; al igual que del frío que padecimos todos los cinéfilos; aunque, cuando marchábamos por la calle Nueva, comprobamos que peor lo estaban pasando los pobres inmigrantes que (noche tras noche) malduermen en fríos cajeros y/o lóbregos pasajes, durante la época de recogida de la aceituna, sin que (casi) nadie haga nada para solucionar sus problemas de subsistencia y acomodo. Esta sí que es una historia real, muy cinematográfica, si algún cineasta o escritor valiente quisiera reflejarla, mostrando abiertamente cómo es nuestra egoísta (y egotista) sociedad occidental…

Úbeda, 8 de mayo de 2016.

fernandosanchezresa@hotmail.com

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