Por Mariano Valcárcel González.
Todo tiene consecuencias y no vayamos a creernos que eso no se cumple. De simples o malintencionados es alimentar esa creencia; y de especuladores y manipuladores que pretenden cambiar el destino (o superarlos), como si ello pudiese ser posible. Reafirmo, todo acto tiene sus consecuencias (que se pueden manifestar tempranamente o con el paso del tiempo).
Nos enfrentamos a un panorama movedizo, incierto, deprimente o quizá novedoso (según quien lo mire) y no queremos comprender que lo de hoy no es ni más ni menos que consecuencia de lo de ayer, que ahora nos pasa factura.
No hemos sabido construir un Estado sólido, cohesionado, pleno de realidades afirmadas y de estructuras seguras. No hemos sabido construir un Estado de ciudadanos, que se sientan ciudadanos porque se sienten parte integrante de ese Estado. Y ello, porque nunca ha existido ni se ha pretendido que existiese.
España no ha sido nunca una confluencia de conciencias cívicas, ciudadanas, tal que fuesen la fuerza invencible sobre la que se asentase tal país; la fuerza de su existencia.
España ha sido un nombre, unas simbologías y un erial donde el espíritu de pertenencia se medía por la firme adhesión, sin más, a la facción dominante y excluyente. Durante muchos años se vivió una ficción, un remedo de unidad patria a la fuerza muy jaleado, muy cantado, pero fundamentado en una imaginería hueca, sin contenido.
Aparte de la exclusión, por sistema y decreto, de una gran parte de la población (la vencida o no afecta), a la que nunca se facilitó la forma de enriquecer a la Nación, ¿qué más se hizo para construir y no destruir?; ¿qué más se hizo para formar las estructuras de un Estado moderno y funcional?
Nos admiramos justamente de los países del Norte, esos que nos gustan transitar asombrados, del espíritu ciudadano que tienen, de esa pulcritud, de ese cumplir las normas por serlo, sin necesitar vigilancia a cada paso, de las formas educadas… De que todo funcione sin aparente presión alguna. ¿Creemos que eso se ha logrado en un día?; ¿creemos que eso es así por casualidad? Estos países se han construido sobre tres pilares muy importantes: la educación y cultura, la contribución a las necesidades nacionales y el ejercicio democrático. Estos tres puntos dan lugar a esos aparentes milagros.
Ahora bien, ¿qué de ello hemos tenido nosotros nunca?
Empezaré por la contribución al esfuerzo y a las necesidades comunes… ¿Cómo se hace ello?; obviamente y principalmente, por medio de los impuestos. Y cuanto los impuestos sean más equitativos y distributivos, y se les vea el resultado, más se afianzará en el ciudadano la pertenencia a su sociedad y la certeza de que lo que hay en la misma, sus bienes y servicios, son verdaderamente suyos. ¿Esto, cuándo se hizo por acá? Si en los años de dictadura apenas si pagaba alguien y luego todos vamos pretendiendo no pagarlos; si aquí vemos cómo descaradamente lo que pagamos o se roba o se despilfarra, ¿cómo se va a encontrar nadie que se sienta, de verdad, parte y dueño del Estado?
Si contemplamos la educación y la cultura ¿qué decir si no es llorar ante el panorama actual, fiel consecuencia de tantísimos años en que este campo o ha estado en manos sectarias o se ha configurado como mero medio de clasificación elitista? Donde la educación, firmemente y adecuadamente concebida y aplicada, ha existido con carácter general, el nivel de bienestar de su población ha adquirido cotas notables. Con el bienestar devienen otros beneficios visibles y evaluables. No abundaré en la tremenda carencia que en este campo sufrimos.
Los pilares anteriores se refuerzan con el ejercicio democrático. Insistiré en que la democracia ha sido siempre asignatura o pendiente o secuestrada (y perseguida) mucho tiempo y luego, a la postre, realmente subvertida y mal aplicada. Con democracia se afirma el sentimiento de pertenencia a la comunidad, cuando el sujeto constata que sus elegidos cumplen escrupulosamente con las promesas y obligaciones contraídas. Cuando esto no pasa, se pudre el tejido social y, como consecuencia, se pudre el Estado. No puede estar uno orgulloso de su país, si en este país no hay democracia. Tampoco, pues, en esto hemos logrado poner bases firmes, que nunca ha habido un ejercicio limpio o eficaz. Me entristece ver cómo los de un bando y los del otro (¡ya estamos en el cainismo puro y duro!) se limitan a insultarse y desprestigiarse con o sin datos, sin aporte al debate razonado, por el mero hecho de existir el contrario. Democracia y respeto (educación), nulos.
Por lo tanto, ¿de qué nos extrañamos ahora?; ¿qué queremos que nos salga, si no sabemos más que engendrar monstruos?