Por Dionisio Rodríguez Mejías.
Allí estaba la flor y nata de la sociedad barcelonesa. Sirvieron foie de Landes, canapés de salmón marinado, una degustación de caviar iraní y almejas vivas. Aquel no era mi sitio. Me costaba trabajo disimular mis nervios y mi inseguridad; bebí un sorbo de champán, pero con las almejas no me atreví. Nunca había visto cubiertos tan sofisticados como aquellos.