52. En la alpargatería

Por Fernando Sánchez Resa.

Como en la zona roja escaseaba el calzado (el personal civil casi no lo tenía y los militares andaban mal, sobre todo los batallones de fortificación que lo debían hacer por su cuenta), ya en la cárcel de Fuerte del Rey tratamos de paliarlo, fabricando toscas esparteñas con tal de no ir descalzos por aquellos espinosos parajes…

Por eso, cuando el comisario del Batallón de Fortificaciones de Martos nos vio con aquel calzado, creyó conveniente que un grupo de presos trabajase (también) para calzar a sus soldados y, como estábamos a sus órdenes, no hubo inconveniente en hacerlo. Empezaron fabricando esparteñas en la iglesia del hospital (donde estaba la alpargatería), hasta que cambiaron de opinión, haciendo alpargatas, pues se disponía de ese material y resultaban bastante buenas.

Pasados unos días, conseguí colocarme en ese grupo, hablando con el jefe de la sección de alpargatas. Comencé machacando esparto pero, como pronto aprendí a hacer crizneja (soga o pleita), me ascendieron. Lo que me reportó grandes ventajas: te librabas de las caminatas diarias y de los remojones de lluvia; y las comidas eran algo mejores; por eso, esta ocupación era tan apetecida por todos… Y como el lugar de trabajo comunicaba con el hospital, aprovechábamos sus corredores para trabajar allí. Al ser las Hermanas Franciscanas las encargadas de llevar ese establecimiento, el trato fue exquisito con todos los presos; y conmigo, todavía mejor (al enterarse que era religioso), pues me lavaban la ropa y me daban diariamente comida extra, por lo que mi estancia allí fue muy buena.

A primeros de septiembre, llegaron unas listas de las quintas de los rojos, donde treinta y cinco presos de la cárcel de Martos estábamos incluidos, para darnos la libertad y enrolarnos en su ejército. Un día, por la tarde, llegó la resolución para nueve de ellos, entre los que estaba incluido…

Por la noche, nos recibió el jefe de la cárcel en su despacho, dándonos buenos consejos y diciéndonos que, a primera hora del día siguiente, marcharíamos a Jaén, conducidos por la fuerza, para que las autoridades militares nos alistasen en su ejército…

Era domingo, 8 de septiembre, cuando llegó la temprana hora de marchar. La noche la había pasado casi en blanco y la impaciencia hacía presa en los que nos íbamos de Martos. Yo llevaba ya 539 días rodando por diversas prisiones y tenía muchas ganas de salir de allí…

Úbeda, 9 de marzo de 2015.

 

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