51. Trabajo subterráneo

Por Fernando Sánchez Resa.

A las nueve de la mañana, del día siguiente, nos avisaron que nos preparásemos para ir a trabajar. Rodeados de una sección de soldados de infantería, marchamos a nuestro destino que se encontraba a poco más de tres kilómetros de Martos.

Allí, encontramos unas obras, ya comenzadas. Eran unas galerías subterráneas (a ocho o diez metros de profundidad) que rodeaban a un gran cerro, preparadas para su defensa, con bocas de entrada y salida cada veinte metros. ¡Obra magnífica, digna de mejor causa…!

Trabajábamos desde la mañana hasta la tarde, a la luz de unos pobres candiles, ateridos de frío, aunque sudando a mares. El calor del trabajo se disipaba con la gran humedad reinante, por lo que teníamos que salir a calentarnos un poco, tomando el sol…

La comida, que era escasa por el poco rancho que enviaba intendencia, se hacía a la sombra de los olivos. Al poco tiempo, sentíamos hambre. Y tras un cuarto de hora de descanso, volvíamos a la dura tarea hasta las seis de la tarde. Nuevamente, tomábamos un corto rancho que nos provocaba más vacío en el estómago. Algunos la llamaban, con ironía, “opípara cena”…

Después, nos repartían un leño o astilla y volvíamos custodiados al pueblo; por ello, al vernos todos los días de vuelta, la gente nos llamaba la “Compañía del turillo”; aunque se oía de todo. Servía para calentar el café mañanero…

Así transcurría nuestra vida carcelaria, aunque algunos días volvíamos empapados… A mí me duró solamente diez días, pues pude encontrar otra colocación mejor.

Úbeda, 8 de marzo de 2015.

 

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