Por Fernando Sánchez Resa.
A las nueve de la mañana, del día siguiente, nos avisaron que nos preparásemos para ir a trabajar. Rodeados de una sección de soldados de infantería, marchamos a nuestro destino que se encontraba a poco más de tres kilómetros de Martos.
Allí, encontramos unas obras, ya comenzadas. Eran unas galerías subterráneas (a ocho o diez metros de profundidad) que rodeaban a un gran cerro, preparadas para su defensa, con bocas de entrada y salida cada veinte metros. ¡Obra magnífica, digna de mejor causa…!