El día del padre

Por Jesús Ferrer Criado.

Hubo un instante del mundo en el cada uno de nosotros fue la estrella, fuimos un milagro, fuimos el “benjamín” del universo, la obra recién hecha, caliente y vibrante, de Dios: nuestro nacimiento. Inmediatamente, se acabó nuestro reinado y empezó el estallido de otra estrella absolutamente momentánea como lo fuimos nosotros. Así ocurrió con todos los que leemos esto (y con los demás también). Ese instante glorioso tendrá su contrapartida en el momento de nuestra despedida, cuando seas el último desertor de la vida, el último pasajero de este tren y al que seguirán todos los demás en los infinitos apeaderos del trayecto, con sus trajes oscuros y las manos cruzadas sobre el pecho. Entre ambos protagonismos transcurre, quizás ya ha transcurrido, nuestra vida.

Y saltando a zancadas, con botas de siete leguas, este largo eclipse entre ambos resplandores, digamos que una buena mañana nos encontramos padres y, como tales, tuvimos nuestro día, como la mujer trabajadora, como la maldición del cáncer, como las aves zancudas, como las ballenas, el libro o cualquier otra cosa imaginable.

Nosotros, los padres, no podemos ni compararnos ni entrar en colisión con el protagonismo del libro o con el medio ambiente; debemos compararnos, es un decir, por ejemplo con las madres. Y aquí viene:

El día de la madre las “grandes superficies” se llenan de flores, de perfumes caros, de pañuelos de seda, de cajas de bombones suizos, de espléndidos estuches de maquillaje…

Sin embargo, adivinamos que se acerca el día del padre porque nada de eso aparece y, de pronto, todas esas estanterías se llenan de herramientas manuales y eléctricas, pesadas y pesadísimas, simples, complicadas o directamente imposibles. La “gran superficie” se convierte en una ferretería para que esa esposa a la que regalaste un carísimo perfume francés se luzca y te devuelva el gesto regalándote un serrucho.

A veces, no es fácil decidirse por la herramienta adecuada y es necesaria una asamblea familiar secreta, a espaldas del marido‑padre para, entre todos, dar en el clavo. Puede que incluso la esposa‑madre y los churumbeles vayan en pandilla a la tienda en cuestión o que recorran varias.

Al dependiente:

—Pues mire, queremos una herramienta bonita, graciosa y que no meta mucho ruido.

—¿Una llave inglesa?

—De eso ya tiene; además, los ingleses… mientras no nos devuelvan Gibraltar…

Hace un par de años ofrecían en Alcampo, por estas fechas de exaltación de la paternidad, un martillo neumático de tamaño reglamentario que no pesaría menos de sesenta kilos. Estaba indolentemente recostado junto a otras poderosas herramientas, invitando a la atenta y diligente esposa a encargarlo para su maridito; supongo que envuelto en papel dorado. ¡Qué detallazo! Eso es amor.

Porque ¿qué hombre bien nacido no sueña con tener su propio martillo neumático? ¿Qué hogar puede recibir tal nombre si en el recibidor o mejor en el dormitorio, para acentuar su carga erótica, no cuelga esa viril herramienta?

Pero si esa bienintencionada mujer, en su ignorancia, se presentara el día del padre con un par de botellas de whisky, pongamos “malta de quince años”, ¿no sería merecedora de una reprimenda adecuada que cortara por lo sano iniciativas tan insultantes?

—¿Por quién me has tomado»—tronaría el ofendido—. ¿Es que quieres humillarme, confundiéndome acaso con esos tipos decadentes que alternan a la luz de la luna sobre la cubierta de sus yates? Pues que lo sepas de hoy para siempre: yo no soy de esos.

Efectivamente, casi nadie somos de esos. Y yo bien que lo lamento.

Y que quede bien claro, queridas esposas: a nosotros no nos gustan los whiskys caros, ni los bombones suizos, ni las corbatas de seda, ni los gemelos de oro, ni… ni…

Nosotros, por desgracia, somos de herramientas.

—Cariño, he visto un equipo de soldadura autógena que es un primor.

—¿No será demasiado caro?

—Lo que importa es que te guste. Para mi maridito, lo que sea.

Señoras esposas: efectivamente puede que seamos de herramientas ¡qué remedio!; pero, por lo menos, no las compréis en “los chinos”.

 

jmferc43@gmail.com

Deja una respuesta