50. A Martos

Por Fernando Sánchez Resa.

Serían las diez de la mañana del 19 de agosto, estando ya en nuestros trabajos, cuando aparecieron varios camiones vacíos; lo que nos hizo sospechar que venían para trasladarnos… Nos llamaron para que volviésemos al pueblo y allí estaban alineados frente a nuestra cárcel, junto a una buena sección de soldados de infantería. Dieron tiempo para comer el rancho mal cocinado (aunque no fuese la hora); pero, por experiencia, todos los presos sabíamos que las primeras veinticuatro horas de traslado a otra prisión eran de ayuno obligatorio…

Después de almorzar, arreglamos nuestras cosas y, requeridos por la voz de llamada, subimos a los camiones. En poco más de una hora, estábamos subiendo las empinadas calles de Martos, tras viajar veloces por caminos desastrosos. Llegamos a la plaza principal y paramos frente a un hermoso y antiguo edificio: nuestra cárcel. Pasamos entre dos hileras de guardias y nos recibe el director. Él nos guía hacia el interior. Nos llevamos un gran desengaño; pues, en lugar de encontrar habitaciones espaciosas, como esperábamos por la fachada del edificio, nos encontramos con cubículos donde apenas podemos estar de pie, escasos de higiene y abundantes de suciedad… No hay más remedio que acomodarse…

Cuando llegó la noche, fuéronse ocupando rincones y pasillos con los jergones de algunos; el resto, tuvo que instalarse en el patio, a la intemperie, sobre unos leños, para que pudiesen circular (por debajo) las aguas servidas… Estábamos allí como cerdos, y nos teníamos que aguantar, mientras ellos disfrutaban de esos palacios que tan poco les había costado requisar; poco les importaba que los presos estuvieran en cárceles hediondas e inmundas, pudriéndose de asco y miseria…

¡Cuánta paciencia se precisaba para soportar tantas calamidades y miserias que la triste vida nos ofrecía, en estas duras cárceles que atormentaban nuestros desfallecidos cuerpos y existencias! ¿Hasta cuándo habremos de padecer vuestro tormento…?

Úbeda, 7 de marzo de 2015.

 

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