Un monólogo

Por Jesús Ferrer Criado.

Casi todos hemos sido injustos con nuestros padres. Les hemos exigido más de lo que podían darnos. Les hemos exigido ser inteligentes, audaces y capaces en la búsqueda de nuestro bienestar, como si todo dependiera de su voluntad y hemos hecho sangrientas comparaciones entre nuestra situación familiar y la de otros más afortunados, como si la desgraciada diferencia fuera culpa de ellos, de su torpeza. Pero con quienes hemos sido mucho peores, injustos hasta el sarcasmo, ha sido con nuestros primeros padres, o sea con Adán y Eva, sobre todo con Adán.

Hoy, desde la confortable contaminación de nuestras ciudades, desde el acariciador ruido de las calles, desde el musical arrullo de nuestros cerrojos de seguridad al caer la noche o desde las candorosas noticias que nos llegan del Estado Islámico no somos capaces de comprender la terrible situación de Adán.

La primera desgracia de nuestro ancestro es no tener abuela. Una abuela que te compre chuches y que, cuando hagas algo malo, le eche la culpa a las malas compañías. Eso vale mucho pero, por desgracia, Adán no tenía abuela. Si se caía y se hacía daño, tenía que levantarse él solito. Nadie le decía «Sana, sana, culito de rana; si no te curas hoy, te curarás mañana». Imaginad el desamparo que produce la ausencia de esas palabras. Eso es para pasarlo.

Él tenía a Yavé Dios, que no le perdía ojo y que estaba al fallo. Y digo yo: si Adán estaba más solo que la una; si no tenía compañía alguna, ni buena ni mala; si no había ido a la escuela pública ni estaba enviciado con la tele ¿cómo podía ser mala esa criatura? No podía ser malo, aunque quisiera y, sin pecado original, nosotros, sus herederos, estaríamos por el Paraíso a cuerpo de rey. Pero, paradójicamente, Yavé le fabrica ‑le extrae de sus carnes, que ya es empezar mal‑ una compañera y por ahí viene el lío.

Porque Adán, solo como la una, no se aburría; todo lo contrario, no daba abasto. ¡Si le habían puesto tarea! Yavé le encargó que les pusiera nombre a todas las plantas, animales y elementos de la creación. ¿Os imagináis a Adán recorriendo el paraíso en cueros vivos: tú te llamarás quercus ílex ‑a la encina‑; luego, tú serás ficus carica ‑a la higuera‑; y así, mata por mata y árbol por árbol, sin haber leído a Linneo ni haber padecido la ESO? Muy, pero que muy duro. Porque en el paraíso sólo había dos árboles con nombre: el de la Vida y el del Bien y el Mal; los demás corrían de su cuenta. Aquello no era vida. Sin bolígrafo, sin bloc, sin portátil. ¿Qué hace un tipo como yo en un sitio como éste?, se decía nuestro primer padre. Suponemos que él se lo decía a sí mismo por señas, porque en el Génesis no se habla de lenguaje.

No sabemos si ya había terminado con los árboles cuando Yavé Dios «trajo ante el hombre todos cuantos animales del campo y cuantas aves del cielo formó la tierra para que viese cómo los llamaría…». ¿Has dicho miedo?

Ante un panorama tan laborioso, Dios se compadece de él y piensa «No es bueno que el hombre esté solo; voy a hacerle una ayuda semejante a él». Caray con la ayuda.

No recoge el Génesis que Eva ayudara en nada ni pusiera nombre alguno a planta o bicho del entorno. Lo que sí hizo para pasar el rato, mientras llegaba la hora del té, fue ponerse a chafardear con la serpiente. ¡Con quién si no, si todavía no se habían inventado las vecinas y Adán estaba con los nombrecitos! Desconocemos si hablaron en evaense o en serpentés, enigmas de la historia, pero se entendieron. La serpiente, que estaba como quien dice recién creada, había salido respondona y se puso a criticar a Dios y a meter cizaña (quizás no estaba totalmente de acuerdo con el diseño que el Creador le había otorgado). Eva se lo creyó todo a pie juntillas y plaf. A tomar viento el paraíso. Y todo por comerse una manzana o una pera o un chumbo, no se sabe.

Dice la Biblia que no sólo comió ella, sino que «dio también a su marido, que también con ella comió». O sea, que ha habido boda. Y nosotros in albis. Entendemos que fue una ceremonia discreta, pocos invitados seguramente; la indumentaria de los novios simple, sin arrumacos ni ostentaciones. En fin, dicho sin ambages, en pelota picada. Pero, aun en su sencillez, debería constar en algún sitio, por ejemplo en el Guiness Book of the Records digo yo, porque es la primera vez que dos personas osan unir sus vidas, uno contra el otro, en singular combate. Pero sentaron un precedente del que no nos hemos recuperado todavía.

Y, puestos a hurgar en la herida, podríamos preguntarnos: ¿fue una boda por amor o por despecho?; ¿por lo civil o por lo militar?Nuevos enigmas.

El hecho cierto es que, a resultas de la desobediencia, Yavé Dios se enfadó un poquitín, un poquitín sólo; y, aparte de maldecir a la serpiente con terribles palabras, se fue para Eva y la puso a caldo: «…Parirás con dolor los hijos y buscarás con ardor a tu marido, que te dominará».

Dicen los exégetas que en Eva se representan todas las mujeres y si he subrayado esas palabras es porque se prestan a diversas interpretaciones. Me explico: no es lo mismo buscar con ardor al marido y luego ‑al tiempo‑ parir, que parir y luego buscar al marido. Tampoco es lo mismo parir y luego buscar algún marido, el que sea, ahora sí con verdadero ardor. Incluso así, muchos maridos creen que, en lo del ardor, sus esposas no han obedecido jamás el mandato divino.

A Adán le prometió que sería agricultor. El pobre hombre se vio obligado a aprender por su cuenta un oficio que tiene su aquél y cuyas penalidades describe Yavé con detalle. Y eso «…por haber escuchado a tu mujer, comiendo del árbol…».

Después de esto, lo de escuchar a la mujer lo tienen muchos por temerario y hay hombres que, por elemental prudencia, no le hacen ni puñetero caso a la suya, no sea que los manden a cavar cornijales (otros, en cambio y precisamente por lo mismo, le dicen que sí a todo).

Precisemos que ser agricultor en aquellos lejanísimos tiempos no era ninguna bicoca; más que nada, por la falta de ayudas estatales, subvenciones o incluso las más rudimentarias herramientas (fijaos que, cuando Caín mata a Abel, tiene que recurrir ‑dicen‑ a una quijada de asno).

En fin, que Yavé los echó del paraíso para que se buscaran la vida, lo que demuestra que comer fruta no es tan bueno como ahora se dice.

La Santa Biblia guarda silencio ‑como el Ebro en Zaragoza‑ sobre las tiernas palabras que seguramente le diría Adán a Eva para agradecerle el episodio del aguacate, o lo que fuera, a resultas de lo cual, en vez de estar como un maharajá en el Edén ‑cumplido ya el trajín de los nombres‑, se veía convertido en un mísero destripaterrones y en claro riesgo de exclusión social.

Lo dicho. Si Adán hubiera tenido abuela, ella lo habría disculpado: No es mal chico mi Adán, es un buenazo; pero ha tenido malas compañías.

NOTA: La Biblia consultada es la Nácar‑Colunga. BAC. 1963.

 

jmferc43@gmail.com

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